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Un bosque de neón (Ocho horas sobre el pasto)

- Por: helagone

por La Voz Shuffle
Una noche en el Campo Deportivo del Estado Mayor Presidencial, un dance show para perder noción del tiempo, un crew de DJs-músicos-bailarines: un verdadero ejército sonoro.
Nunca en 15 años había estado en un rave o un toquín de música electrónica donde el ensamble de talentos fuera una conformación con una postura política evidente . Fueron ocho horas continuas de un espectáculo donde pude ver mucho más que luces neón.
Recordé la primera encarnación del legendario Aviador Dro. Hombres y chicas con máscaras uniformados en negro, blanco y colores fosforito. Todos con música pregrabada en su cabeza, la imaginación como recurso principal para esta noche. Aquí el pretexto fue el baile y el ritmo loco: la primera entrega del festival AxeDFX. No son DJs cualquiera, no sólo son la vanguardia incendiaria de las pistas de baile en las mejores fiestas del mundo, justamente porque no sólo mezclan y puchan play con el ordenador. Con un arsenal que oscilaba desde acetatos, teclados, cajas de ritmo, paths, timbales, platillos y percusiones en vivo, es como se enfrentan a una afición sedienta de baile. “Esos 43 que nos hacen falta”, (asentando el micrófono hacia la multitud) “vivos se los llevaron […]”, así concluye a las 3am –ya del domingo– el DJ set de Matías Aguayo, headliner y piedra angular de la disquera chileno-germana CÓMEME.
Después de haber sido recibido por una ligera y refrescante brizna que permaneció sólo mientra él tocaba. La identidad y unidad del colectivo es muy notoria. Un inicio puntual, 8pm, algo que debería ser algo más común y normal para las audiencias en México. Se encienden las luces y los motores, el spot resultó ser un lugar por demás exclusivo, donde el jardín me recibió con un reto; nunca es fácil bailar sobre pasto, pero aquí estamos de nuevo. Uno a uno se pasaban la estafeta de manera natural, tanto que parecía fluir por sí mismo el sonido; psicodelia y cadencia, música viva. En el escenario el moscovita más guapachoso que haya escuchado, un Philipp Gorbachev que tocó hasta poco antes de medianoche intercambiando posición con Ana Helder, la enorme abridora de pista. Por un momento es difícil distinguir si es un DJ set a dos o a cuatro manos, sube y baja gente, bailan arriba y abajo del escenario, se mezclan entre los asistentes. Apenas es el comienzo. La multitud llega poco a poco, es un lugar privilegiado pero de difícil acceso, y con un frío muy propio de la tercera sección del bosque de Chapultepec. Sonidos astrales que se confunden con congas y breakbeat, sonidos a la Kraftwerk en su versión más primigenia, cadencia y sudor. Una noche para bailar hasta romper los huesos. No se distingue cuando sube Christian S. a mezclar sus acetatos y beats estridentes. La música no se detiene ni un solo minuto. Un escenario básico sin mucha parafernalia ni pirotecnia, amplio para bailar y ser navegado a voluntad. Una caja de color perfectamente sincronizada con el sonido cuidadosamente producido. Un recinto estratégicamente rodeado por foodtrucks y bares suficientes para una multitud pequeña pero candente.
Cuando menos me doy cuenta, sube Thugfucker a cerrar la noche. El dúo asistió como invitado especial para fulminar con un sonido más tranquilo para dejar en paz la noche. Yo, como siempre, terminé adolorido y mojado de tanto baile y frenesí. La bonita tradición de que me pregunten si traigo y/o me pidan droga nunca se acaba. Un festival promisorio en gestión y organización, porque los baños también importan. Un festival que busca posicionarse en el top de las propuestas mercadológicas y musicales en el país emulando lo mejor de Europa, Los Ángeles y Nueva York (o los dos por las iniciales o los dos completos).
El pasto es para pisarse.