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#NoVotarOVotar: La clarividencia en México

- Por: helagone

El 7 de junio se acerca peligrosamente. Para algunos es la fecha en que el sistema político recibirá nuestra merecida indiferencia, para otros es de nuevo la oportunidad de ejercer un derecho que no podemos darnos el lujo de perder. No Votar o Votar, cada ciudadano tiene una postura, o debiera tenerla. Frente a la gesta electoral y todos sus vicios, NoFM mantiene una postura crítica y asume su responsabilidad como medio de comunicación para mostrar parte del sentir de la sociedad que se cuestiona el funcionamiento de nuestro sistema partidista. Por ello, del 20 de abril al 5 de junio, publicaremos una columna diaria con la postura de distintos ciudadanos. No Votar O Votar, lo invitamos a participar en este debate.

La clarividencia en México

 
por Alejadra Ortiz
@alita_emo
Para las siguientes elecciones no tengo idea de nada. Ni siquiera tengo claro para qué se votará. En este tipo de situaciones la solución más congruente con la realidad, en particular con la realidad de la política mexicana, es la clarividencia y adivinación. No se me da ninguna de las dos, pero he visto que es una práctica común cerrar los ojos y concentrarse fuertemente en la cuestión que se quiera resolver. Así que para contestar a la pregunta de NoFM sobre las próximas elecciones, hice eso.
Mientras estrujaba el ceño (signo de que la mente clarividente está con todo) pensaba en los próximos comicios. En los partidos políticos. En el gordo del PRI. En ese momento me dieron un poquito de ganas de vomitar, me levanté antes de que ocurriera un accidente, me tropecé con el librero y cayó la respuesta. Jorge Ibargüengoitia y sus Instrucciones para vivir en México.
Con el permiso que me fue otorgado por el más allá, les reproduzco aquí lo que pensaba él sobre las elecciones hace 40 años.
P.D. Mi conclusión personal es que la clarividencia en México es muy sencilla, pues las condiciones casi nunca cambian lo cual hace de nuestro país un lugar tristemente predecible.

DESDE LAS GRADAS
El partido que presenciamos
Cada seis años, por estas fechas, siento la obligación de dejar los asuntos que me interesan para escribir un artículo sobre las elecciones, que es uno de los que más trabajo me cuestan. Puede comenzar así: “el domingo son las elecciones, ¡qué emocionante!, ¿quién ganará?”
Acostumbro hacer después una reflexión que viene a cuento: la de que, para un observador desinteresado —es decir, que no tiene esperanzas de que le den un puesto o temor de que se lo quiten—, el proceso político mexicano sigue siendo soporífero. No sé si esta característica es buscada con el objeto de producir en el público un estado de hipnosis, para que se deje manipular más fácilmente o si es un defecto personal de los operadores: todos se empeñan en tomar la palabra, hablan demasiado, están de acuerdo y dicen casi lo mismo.
Después presento el dilema que me interesa y que no sé cómo resolver: vienen las elecciones, ¿qué hay que hacer, votar o no votar y si votar, por quién votar?
A este dilema se le puede dar respuesta en varios niveles. Desde luego, a menos de que tenga uno pensado declararse fuera de la ley y convertirse en forajido, creo que conviene estar registrado como elector. Entonces viene el segundo paso: tiene uno la credencial, ¿qué hacer con ella?
Imaginemos tres estados de conciencia electoral, representados por tres ciudadanos.
El primero es un señor que tiene preferencia por alguno de los partidos registrados. No importa que esta preferencia tenga motivos egoístas —el señor vive del presupuesto y considera que tiene obligación moral de apoyar con su voto al partido oficial—, personales —le simpatiza alguien que es candidato a diputado—, imaginarios —cree que las casillas tienen ojos y que si lo ven votando por partido de oposición pierde el empleo—, idealistas —cree que los de Acción Nacional (o de cualquier otro partido) son pura gente decente y honrada y capaz—, etc. Este hombre no tiene problema. Va a la casilla y vota. El efecto que tenga su voto no debe importarle, él cumplió con expresar su voluntad en un papel y ponerlo en una rendija.
El segundo ciudadano es un señor que no tiene preferencia por ningún partido, pero considera que las elecciones son una práctica válida y benéfica —aunque haya quien tiene amarrado el gane—, puesto que al votar POR cualquiera de los partidos de oposición se le recuerda AL Gobierno que no todos los ciudadanos están dormidos aplaudiendo ni queriendo entrar en la repartición de sopa. Otro beneficio de esta actitud podría ser que se produjera eventualmente un contrapeso en las Cámaras, lo que A su vez resultaría en un freno al Ejecutivo. Es una esperanza utópica pero válida la de los que piensan como este ciudadano, que tampoco tiene problema. Entra en la casilla: y pone la cruz donde sea, menos donde dice PRI.
El tercer ciudadano tiene una opción más difícil. Considera que en el momento en que cruza el umbral de la casilla se está haciendo personaje de una farsa en la que no quiere participar. Este señor, por principio, debería tener derecho a no votar, que después de todo es una manera de expresar una opinión tan respetable como la de sí votar.
Aquí entra una falla del sistema actual: el que no vota tiene una especie de aureola de delincuente, lo cual no es justo. Aunque hay que admitir que el que no vota por principio se confunde con los millones de individuos que no votan por apatía, y estos últimos están en la única posición que no debe ser aceptada: aunque las condiciones sean soporíferas, hay que hacer un esfuerzo por conservarse despierto.
Pero si el que no quiere entrar en la farsa vota y arruina el voto: es decir, lo mete sin cruzar, o vota por sí mismo o por Juan de las Peras, se confunde en cambio con los millones de tontos que arruinaron su voto por accidente.
Esta ambigüedad debe desaparecer. Por esta razón, el partido de los objetantes por principio debe buscar durante los próximos seis años una manera de expresión electoral que lo distinga de los morosos y los indiferentes, quienes, creo yo, siguen formando el partido más numeroso del país. (2-7-76)

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Alejandra Ortiz (Gudalajara , Jalisco, 1984) Bóloga. Es fan de muchas cosas, pero de la mayoría no.