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Árboles

- Por: helagone

Por Óscar Muciño
@opmucino
El día que yo nací, aparte del nacimiento de todas las flores, mi abuelo materno plantó una semilla de tamarindo. Ese tamarindo actualmente tiene 31 años y sigue dando frutos, aunque lo rodeen bardas y malas intenciones. Otro dato curioso sobre él es que sus hojas se retraen cuando la luz solar se oculta. Quien conozca la hoja de tamarindo sabrá que su hoja son varios dedos en una rama: cierro el puño para no ver mi mano vacía.
Los árboles han sido combustible para el misterio, su conglomeración concibe bosques que, como he dicho, son propicios para el misterio. Además su lugar en el mundo se sostiene por una presencia temporal que impone. Los árboles son un emblema de la quietud, la vuelven imponente. Sin cambiar de lugar se convierten en fuente de asombro y se han hecho dignos de visitarse. Los tules en distintos estados como Oaxaca, el árbol en las ruinas chiapanecas; su permanencia deslumbra en cualquier parque. Te envuelven, te sientes en su dominio, en su barrio.
Los monjes de la Edad Media consideraban la madera de los árboles un bien divino, incluso corrieron leyendas sobre cómo algunas iglesias o templos sólo fueron posibles a la bienaventuranza de hallar troncos que proporcionaban la suficiente madera para construirlos. Además que muchos templos de carácter “importante” se construían con piedras porque, también por mandato divino, las casas de los villanos sólo podían ser de madera, iguales a los templos más humildes. Cuestiones de clase.
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El árbol del bien y el mal en la antigüedad no sólo engendraba una manzana, simbolizaba la toma de conciencia, la capacidad de discernir entre el bien y el mal. También quién no recuerda el tronco convirtiéndose en un caimán en algún cuento perdido del imaginario popular, propagado por los libros de lecturas de la SEP.
El árbol es desastroso, con la forma de sus troncos, con sus distintas ramas, con su crecimiento moldeable a cualquier superficie, con sus hojas caídas que se acumulan, con sus raíces que invaden y revientan el asfalto, representan un problema para la autoridad. Hay gasto público para contenerlos. Especímenes no sobreviven y son eliminados por las motosierras. Aunque dicen que incluso un árbol trochado no deja de estorbar y que en los círculos de su tronco revela su edad.
Y es que durante el crecimiento urbano hemos reservado para los árboles las banquetas; pero ellos se han vengado: estorban, deben cortarse, sus restos se vuelven parte de la comunidad, ocupan espacio, se adaptan, nunca dejan de reiterarse como inconveniente.