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#CoronaCapital2015 o meterse un frasco de tequila entre los huevos

- Por: helagone

Por Sebastian Peregrina
@sebasperegrina
La figura del rockstar, como el propio rock, se ha ido diluyendo con el tiempo. Actualmente existen pocas figuras que puedan llenar nuestras expectativas y darnos un rato de ruidoso placer, mientras que las banditas sin huevos se multiplican sin control, al igual que los festivales piteros.
Hace más de diez años se separó una de las bandas más dignas de lo que lleva este tercer y espantoso milenio: The Libertines. Después de la agitación de sus abarrotados y clandestinos conciertos a finales de los 90, en 2002 lanzaron su primer disco, Up the Bracket. En mi humilde opinión, no es sólo un ícono generacional, sino una pieza maestra del rock contemporáneo (lo produjo Mick Jones, ahí nomás). Letras crudas y profundas, una batería atascada y sucias guitarras conquistaron rápidamente la deforme y nunca definida escena “indie” de aquellos alejados años.
Pocos meses después, salió el segundo disco, The Libertines, mientras la carrera meteórica de los cuatro jóvenes de Londres se veía opacada por el errático y completamente disoluto estilo de vida de sus cantantes, fundadores y compositores: Carl Barat y sobre todo, Pete Doherty. La inminente ruptura vino poco tiempo después de la salida del segundo álbum, a mediados de 2004, mientras los problemas legales, de drogas y mediáticos se cernían sobre Doherty.

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Foto: tono.tv

(11 años después)

A mediados de este 2015 se anunció que además de nuevo disco, The Libertines sería una de las bandas a presentarse en la sexta edición del Corona Capital. ¿Qué significaba eso? No sólo su primera visita a México y el primer show que presentarían en América en más de 11 años, sino la oportunidad de ver en vivo a unas leyendas que por varios años parecían destinadas a desaparecer entre el recuerdo de los Good Old Days y proyectos aguados que nunca se acercaron ni poquito a la banda original. Los himnos de mis primeras borracheras, mis primeros besos, parte del soundtrack más importante de mis contemporáneos estaría en vivo en suelo mexa, pero… ¡¿EN EL CORONA?!
Desde que Ocesa capitalizó las décadas de sequía musical en las que se encontraba México, el D.F., (donde no están asentados ningún tipo de cárteles) se ha convertido en uno de los venues que más altos ingresos presentan. ¿Cómo? No sólo por su monopólica figura, sino por los contratos de exclusividad, el “mejor público” dispuesto a pagar lo que se le diga por ver a quien sea, los excesivos cobros dentro del evento… y además con opción VIP (en este caso, 2038 pesos +importe, por día) en donde la visita se convierte en un evento socialité de los chavos cool entre 18-35 más que un festival dedicado a la música.
Teniendo ese contexto, creo que ya podemos estar seguros de que lo último en lo que se van a fijar es en el público real que va a ver a sus bandas favoritas, ya que el grueso de los asistontos son hordas neófitas que van a “pasarla chido” y a escuchar el sencillo que ponen en Alfa Radio, a formarse para salir en las fotos del peor portal de México (ejm, sí, el del pendejo de Sopitas y sus subnormales redactores) mientras se pasean en un escenario gigante donde más de veinte mil personas van a mostrar sus capacidades económicas, su buen gusto musical y sus mejores trapos. NOT.

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Foto: melty.mx


En resumidas cuentas, a pesar de la presencia de The Libertines, no iba a ir al Corona 2015 por pobre, amargado e incapaz de tolerar a todos los esnobs y bellacos presentes, pero…
Viernes 20 de noviembre, 20:27 horas, recibo un mensaje divino:
-Oye ¿y no se te antoja ir al Corona?
-Obvio, ¿por?
-¿Qué día?
-Mañana. Quiero ver a The Libertines
-Estás invitado.
Pum. Así. Una vez más mi pinche suerte y mis buenas amistades me llevan a la gloria.
Ya el día siguiente, y después de meterme un frasco de tequila entre los huevos, llegué al Corona a eso de las 19:00 acompañado de un divertido grupúsculo en donde un animado varón pedía ver a un tal KYGO. Los problemas empezaron cuando los malditos escenarios NO ESTABAN SEÑALIZADOS, y peor, hay lugares que dicen “Doritos” pero ahí NO es un escenario, cuando ese es el nombre de uno. En fin, el primer escenario era justo donde estaba KYGO y después se presentarían Death From Above 1979 y The Libertines.
El resto del cartel lo llenaban Richard Ashcroft, Beirut y Muse (esa banda que fue chida en sus primeros discos pero que después de que su sencillo fue “Starlight” se fueron al carajo, y ahora es como escuchar a pinche Coldplay en tachas, o en mona o en las dos).
El lugar estaba a reventar, pero ¿y los precios? más de 1000 entre la entrada y el recargón de las ratas de Ticketmaster, eso sí no ibas al VIP, la chela 90, la onza de mezcal asqueroso 100, la torta 90, la pinche pizza culera FUD 60. Ahuevo, pero toda la banda va y paga esas mamadas, como el país primer mundista que somos.
Después de que KYGO hizo bailar a la banda con su repertorio de Universal Stereo, venía el turno de DFA1979. Para quien no los conozca, son un dúo canadiense de bajo y batería que le dan macizo y contundente (el bajista Jesse F. Keeler también es la mitad de MSTRKFT, por si dudaban de su atascado gusto). Claro que las expectativas eran altas, su disco debut es bueno, el nuevo está potable y en sus presentaciones en vivo suenan bastante bien. Pero no en el Corona.
Entraron puntuales pero parecía que al ingeniero de sonido y a todo su equipo les había dado un derrame cerebral. El bajo de Keeler estaba asquerosamente saturado mientras que volumen general era excesivo. Las primeras tres rolas fueron básicamente distorsión. Creo que sonó Cheap Talk y Right On! Frankenstein, pero no puedo estar seguro ya que todo sonaba igual.
Foto: lapoplife.com

Foto: lapoplife.com


Después de unos minutos Keeler tuvo la amabilidad de bajarle directo a sus controles, pero el éxodo general ya había iniciado. La retirada fue un consenso general. ¿Le suben tan cabrón porque tienen que competir con otros tres escenarios? ¿O simplemente les valió verga? Digo, si uno se toma el tiempo de ver sus conciertos en YouTube encuentra ese poder y ritmo frenético tan presente como en los discos, y no la tremenda onda sonora, plana y ensordecedora que nos aventaron. Lástima.
Por la falta de indicaciones, tuvimos que dar un rodeo ya que la logística es pésima. ¿Y ahora? Falta más de una hora para Beirut y The Libertines, que, como buen festival pitero, se empalman.
Un cachito de Richard Ashcroft y el retorno hacia el escenario donde parecía que ya nadie se presentaba, aunque eran pocos los minutos que nos separaban del reencuentro con la década pasada. La primera cerveza de la noche refrescó mi empolvada garganta al filo de las 21:40, mientras las luces del escenario se apagaban y una oda divina le abría el camino a las cuatro leyendas londinenses.
Algo bueno tenía que pasar esa noche. Pete Doherty, pasado de tamales pero visiblemente feliz dijo unas beodas palabras mientras los primeros acordes de The Delaney sonaban. La emoción estaba ya desbordada. El show siguió con Horrorshow, Vertigo, Can´t Stand Me Now, Fame and Fortune, Time for Heroes, Music When the Lights Go Out, Begging, What Katie Did, Gunga Din, Boys in the Band, The Ha Ha Wall, Last Post on the Bugle, Death on the Stairs, Tell the King y The Good Old Days. Mejor, imposible. (Cabe destacar la actuación de Gary Powell en la batería, señorón.)
El breve encore se animó con un olé, olé, olé, olé, The li-bertines, OLÉ, OLÉ, OLÉ, OLÉ, THE LI-BERTINES. Regresaron al escenario para cerrar brutal y perfectamente con What a Waster, Up The Bracket, I Get Along y Don´t Look Back Into the Sun.
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Foto: melty.mx


Ver a The Libertines en vivo no fue sólo un regreso a mis 14 años, sino la oportunidad de ver a músicos comprometidos y complacientes, que se dedicaron a llenar el ambiente con viejos clásicos a pesar de que su último disco es bastante aceptable. Y, finalmente, la reafirmación de que aunque el rock esté extraviado, siguen existiendo bandas y sobre todo rockstars que siguen mostrando que la pasión es el eje central no sólo del arte, sino de la vida.
Como conclusión, lástima por todos aquellos que no pudieron ver a The Libertines por cualquier razón, ya que probablemente nunca regresen. Fue uno de los mejores shows que he visto en mi vida.
Y lástima también por el público mexicano, por la organización del evento, por la mezcla de los horarios, por la competición de decibeles entre los escenarios, y sobre todo por el hecho de que los espectáculos se hayan convertido en una farsa en donde la gente se deja atracar a cambio de unas horas de pasarela entre la nefasta chavo-ruquiza nacional.
Por ahí dicen que el fuerte dura hasta que el débil quiere, pero en el caso del espectador promedio en México, parece estar muy feliz con el prolapso anal que sufre su bolsillo cada vez que se presenta cualquier don nadie.