TODO MENOS MIEDO

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#TrenSuburbano. Quiere decir que se puede amar (Última Entrega)

- Por: helagone

Por Aldo Rosales
@AldoRosalesV

¿Quiere decir que se puede amar, matar, sufrir, por cosas que no son la guerra?
¿Quiere decir que no somos del todo unas bestias y
que aún podemos conmovernos con la muerte?

¿O quiere decir todo lo contrario? ¿Qué quiere decir?
José Revueltas, Noche de Epifanía

El plan —si es que hubo alguna vez un plan— era cumplir un año o, mejor dicho, hacer que la columna que Benjamín bautizó como Tren Suburbano cumpliera un año de producirse. No pudo ser así: le pedí a Benjamín terminar antes de tiempo porque, y así se lo hice saber, tenía miedo —y aún lo tengo, en cierta medida— de bajar demasiado la calidad de las entregas; mejor dicho: la honestidad de las entregas, porque calidad y perfección son términos que siempre me han quedado un poco lejos, pero el de honestidad no, y pretendo que así continúe.
Hace ya casi nueve meses que platiqué con Benjamín sobre el inicio de este proyecto que es, debo decirlo, idea suya. Me dijo aquella vez, en las instalaciones de NoFM, mientras fumábamos y el día se convertía en tarde, que sería buena idea que escribiera un par de crónicas a publicarse en la página oficial de la estación de radio. Le dije que no estaba seguro de saber bien a bien qué es una crónica (y todavía dudo, sinceramente, de entenderlo totalmente) y que no sabría escribir algo que desconocía. Me dijo entonces que su plan era tener un testimonio de cómo es la vida en el Estado de México y las diferencias y similitudes entre vivir aquí y vivir en el Distrito Federal. La vida allá es una porquería, fue lo primero que le dije, y me dijo entonces que explicara por qué es una porquería (suena cacofónico: a lo mejor la vida es una porquería y no por algo relacionado con los puercos, sino porque es una serie de porqués, una serie de dudas que nunca se resuelven, pero duelen) y qué me hacía sentir. Explica un trayecto: digamos, partes de un lugar y vas a otro, a qué huele, qué ves y qué te hace sentir eso que ves; explícame por qué la señora de los tacos de guisado, la que dices que es tu competencia, es envidiosa y disfruta ver cómo fracasas (le había contado a Benjamín que en aquel entonces tenía yo un puesto de tacos de guisado que acabé por cerrar luego de perder tiempo y dinero: de esa sensación me ayudaría después para escribir un par de crónicas). Que la gente que vive en su mundito de fantasía en el DF se dé cuenta que la vida no es igual para todos, que hay cosas que pasan allá y a veces los que vivimos aquí ni siquiera nos enteramos, continuó Benjamín. Se acabó el cigarro y, a la par, la explicación de lo que podía ser la columna.
Ciudad Nezahualcoyotl
Dije que no entendía bien a bien, en aquel entonces, qué es una crónica, y que sigo sin entenderlo; lo sostengo.
No sé si los textos publicados en NoFM a lo largo de este tiempo puedan ser llamados crónicas (me di a la tarea de leer crónicas como al mes de haber comenzado, y no se parecían mucho a lo que estaba haciendo) pero sí sé que cumplen con lo que me pidieron: hablan de lo que veo, de lo que siento cuando veo esas cosas. Todas las cosas de las que hablé a lo largo de estos nueve meses (como una gestación) son las cosas que a diario se ven aquí, pero que a veces no se observan: migrantes, niños pobres, gente que apenas tiene para comer, hombres y mujeres derrotados, tan derrotados que ignoran que lo están; perros callejeros, hambre, inseguridad, mujeres desaparecidas, calles rotas (rotas en más de un sentido) y, en general, una gran soledad —o una serie de soledades, cada quien la suya, sin poder ayudar al otro con su soledad— que ronda por las calles y cae sobre los que aquí vivimos, como el polvo. Tristemente esto es México, esto es el Estado de México, un páramo, un yermo: un cementerio.
Colocar el mundo bajo las palabras (o a través de ellas, o en ellas, o bajo ellas, o sobre ellas: no sé bien qué preposición se usa) ayuda a magnificarlo para, quizás, entenderlo y, de ser posible, cambiarlo. Creo en la derrota, en el error, y sé que muchos de los textos publicados no cumplían con la etiqueta de crónica (quizás sean más algo como testimonios, o confesiones o quejas, no sé) o siquiera de un texto de calidad; sin embargo, cumplían a cabalidad con la intención de mostrarle a quien pudiera leerlos que, efectivamente, hay un mundo que no logramos observar y que, no obstante, se encuentra ahí, palpitante, doloroso, oscuro. En más de un sentido, los textos que entregué se parecen (creo, espero) a la gente de la que hablan: son pobres, pero sinceros hasta lo doloroso.
Tren2
Agradezco profundamente a quienes colaboraron en esta columna: a Benjamín por proponerla y a Gabriela por editarla. También a quienes me hicieron el favor de leerla, de darse un tiempo para escuchar con los ojos: Juan Manuel Rivero, Diego Murcia, Paulina, Diego Mejía, Óscar Muciño, Iván Cruz y también (mucho) a Emilio. Y a quienes conocí sólo por su nombre de usuario en Twitter: Isaac (cómplice lector) Lansmoder y (mucho, también) a Zorik Palos, quienes, con voto de confianza, compartieron los textos; agradezco infinitamente a todos ellos porque me permitieron un poco de su tiempo, lo más valioso que se tiene en ocasiones. Y a todos los demás a quienes no pude conocerles ni el nombre, tanto los que leyeron como los que, sin darse cuenta, al hablar conmigo me dieron un poco de sus vidas para compartirlas en un texto. También a los proyectos que compartieron la columna; Melí Meló y Revistas culturales.
Creo que hay muchas realidades sobre un mismo hecho (someter una situación, un nombre, un rostro, a las palabras y opinión de alguien es como meterlo en la casa de los espejos) pero que es innegable que debemos, todos, tomar acción en nuestra sociedad y realidad. Estas realidades que describí no son, afortunadamente, la mía; a la vez, paradójicamente, estas realidades que describí son, desafortunadamente, la mía, y la de todos. Se avanza con la vista hacia abajo, para ver quién se queda y levantarlo para continuar; se avanza con la vista hacia arriba también, para ver si en los puentes sigue colgada la esperanza, la paz, en forma de ser humano: se avanza. Nos queda un mundo por cambiar, un mundo poco amable, áspero, frío, pero nuestro. Si de algo sirven las letras, creo, es para darle voz a quienes normalmente no la tienen. Dejé de creer, hace mucho, en las letras (la literatura) como la solución para los males de este mundo. Creo, sin embargo, que en ocasiones son la luz que se arroja sobre la carne tumefacta de la humanidad para al menos intentar una cura. Pero creo, de manera más firme, que a las palabras deberán seguir los hechos, siempre.
Tren3
El ejercicio que me propuso Benjamín, que desembocó en Tren Suburbano, creo que todos deberíamos hacerlo de vez en cuando: es importante conocer las distintas realidades, los distintos pensamientos, preocupaciones. A mí, en lo personal, me ayudó mucho, y no puedo agradecer lo suficiente a las personas que ya agradecí: sin ellos no hubiera sido posible. Lo vuelvo a decir: quien escribe (no escritor: escritor es una palabra enorme, inasequible a veces, que se usa más de lo que se debiera) es como el cajero del banco: administra los bienes, pero no le pertenecen; observa, describe, hace un inventario, pero no es dueño de nada, y con esa humildad debería actuar siempre. La vida está allá afuera, y la sociedad nos necesita, sólo eso sé: sólo eso creo. Espero que, como se lo proponía Benjamín, Tren Suburbano haya servido para mostrar lo que a veces no podemos ver, sólo eso: a mí me lo mostró. Una última cosa: podemos cambiar, hay esperanza; lo sé.
Siempre conscientes, siempre sociales, siempre en pie de lucha.