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#YoAcuso. El día que DiCaprio dejó de ser mexicano

- Por: helagone

Por Diego Mejía
@diegmej
Los mexicanos tenemos una compromiso con la derrota, acaso nuestra única fidelidad. No es extraña la frase cuando se mira un partido junto con un extrañado, por no decir advenedizo, de la cancha, ¿quiénes son los buenos?, uno responde que los de rojo. “Ah, entonces le voy a los verdes”. La línea se garigolea hasta caprichos barrocos, salen otros gestos terribles del ethos nacional: ay, es que los apoyo porque son negritos, mira, los chinitos no saben jugar pero le echan muchas ganas, es que siempre ganan los mismos, yo creo que está arreglado. Racismo, conmiseración y desconfianza, una triada por la que pasan los sentimientos de la nación.
Desde hace varios marzos, los fervientes admiradores de la banalidad de los premios hicieron público su vigoroso apoyo y empatía por Leonardo DiCaprio, grandísimo actor sobre el que los snobs propinaron biliosos comentarios por su participación en la cursi Titanic en los noventa. Si se revisara una línea del tiempo, con picos sistólicos y diastólicos según el ánimo, uno se daría cuenta de lo voluble de la voz del pueblo (el mexicano) sobre Leo: desde “niño bonito” (que se cuelen los traumas de los feos), hasta “enorme actor”, la mayoría de las opiniones salen de la misma boca.
Parece que los mexicanos habitamos una cabeza con decenas de pares de ojos; la constancia y solidez en la opinión nos parecen ajenas, para qué tener una postura, si podemos tener muchos gestos, para que tomar decisiones cuando se puede tomar otra gomichela.
A DiCaprio le fue concedida una especie de ciudadanía honoraria, ¿qué puede ser más mexicano que el “ya merito”? El merito como cancelación del mérito, palabra que se ahoga en el fango del queda bien y el agachón.
Al actor estadunidense se le vio como a un igual, como a un colega en la tragedia de la esperanza: actuó como nunca y perdió como siempre. Seguro que este año sí le toca. Se le quiso en la franja de la derrota, hasta la noche del domingo. Después de ser anunciado ganador, algunos ociosos, con el pleno de su derecho, cumplieron los prometido en las redes sociales: festejar ante la victoria alada, que celebra las Independencia nacional, el galardón otorgado por la Academia.
Los elementos eran perfectos: al fin ganó DiCaprio, y se debió a la mano de un director y un fotógrafo mexicanos. Cuántas razones para gritar un “A huevo”.
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Pero esa misma noche, el velo de la distancia cayó sobre la mirada de los mexicanos. El güero ya no era como nosotros, se acabarían los memes comparándolo con el Cruz Azul, los HT con rezos, cadenas de oración, la espiritualidad del fracaso virgencita, plis. En ese momento, Leonardo se despojó de su patria adoptiva; se consumió el llano en llamas.
Lo lamentable es la pequeña distancia que existe entre el igual y el enemigo. Igual que en la política, igual que en el amor, igual que en todos lados. Estamos fuera de foco, no alcanzamos a distinguir la profundidad de la imagen. Por un lado, somos críticos nacionales consumados y chovinistas de bigote y sombreros de Viva México, Cabrones: la misma noche del Óscar de DiCaprio, Lubezki e Iñárritu repitieron premios del año pasado, algunos mandaron mensajes estúpidos con la marca de la bipolaridad mexicana: hay mexicanos que sí hacen bien su trabajo, hay mexicanos que sí pueden, hay mexicanos que no son corruptos. Piensan los emisores de esos torpes mensajes, que sólo la tribuna mercantil del premio puede emancipar a una sociedad tan gustosa de la trampa y el moche. Ignoran, más estúpidamente, que son millones de mexicanos los que hacen bien su trabajo, si no fuera así, el barco se hubiera hundido.
Lo cierto es que teclean su imbecilidad en 140 letras con espacios incluidos (debe reconocerse su capacidad de síntesis), y presumen su distancia con el México de a pie; el de millones de ciudadanos que no han cedido ante la corrupción y el crimen. Los que a pesar de este país siguen creyendo en él. Es lamentable la necedad de los tontos. Es condenable la proclividad a la derrota. No es casualidad que México haya hecho del “sí se puede” su rúbrica y golpe de ánimo. No es casualidad que Leñero se haya fascinado por el derrotado, no es extraño: somos un país colonizado.
Nos hemos creído cuentos y relatos sobre nuestra torpeza. Somos, además, histéricos paranoides que defienden el mole y se avergüenzan por los frijoles, un país en el que existen las Chivas y nos aterramos del nivel de la Selección Nacional, en el que presumimos al Chivo y al Negro (hasta los nombramos con apodo para sentirlos más cerquita -no, no es albur-), pero, como dicen los patrioteros del cine, no acudimos al Cinépolis a ver el trabajo de otros mexicanos. No vamos porque durante años los cineastas -qué palabra tan mamila- se han encargado de alejarnos con sus películas de “hechura Mi Alegría” y guiones telenoveleros que se disfrazan de tragedias contemporáneas.
País de gestos encontrados, como las cabezas de Coatlicue, en el que los argumentos, comos en el cine, sustentan insultos huecos que nada ofenden, palabrería del vacío, mentadas de madre dirigidas al mar.
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En un accidente convergen los fantasmas y calidades de un pueblo, la noche del Oscar se vieron esos traumas de los pensantes de la pantalla, inconformes por tontería, que se ofenden por los premios otorgados, salivando palabras puntillosas sobre los intereses de la Academia, sobre la política detrás de la estatuilla, sobre la corrección política de unos premios que defienden la desigualdad racial… Lo dicen mientras esperan el aplauso, el reconocimiento de sus compinches en la pretensión, mientras se lamen los bigotes con mirada de satisfacción.
Su veneno es dulce. Aspiran a la acidez y bravura del análisis, pero venden agua tibia, demuestran sus candidez al esperar otra cosa de unos premios que siempre han premiado el onanismo del cine estadunidense. Pero el crítico de FB y el analista de Twitter, siempre se adelanta un paso, mientras el mundo avanza en bicicleta, para imponer su gusto. Malo, por cierto. Con el crítico salen los patrioteros, los desencantados, los cínicos, los fanáticos, todos hacen por una noche suyo el cine, no importan ideologías ni nada; hay que ver los premios, hay que hablar y escribir de ellos.
Al final, DiCaprio ganó, y nos abandonó en la patria de la derrota, en el ya casi, seguimos sin quinto partido, con congresos que legislan como nunca y se corrompen como siempre… Hace muchos años, en Titanic, vimos a Leo hundirse en las gélidas aguas del Norte. Ahora nosotros nos alejamos en la penumbra marina, él se subió a la lancha de rescate.
 
dicaprio mexico