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Radiación ultravioleta 2. La marea y sus olas: la comunicación no discursiva

- Por: helagone

Por Cuauhtémoc Camilo
@cuate_moc

Las olas que dejó la marea violeta aún se propagan. El mensaje de inquietud y tensión tiene a flor de piel la denuncia de acosadores y una actitud contundente en las calles: “déjame en paz”, “no es no”. Parece que el mensaje fue entregado y alcanzó a diversos sectores de la población a distintos niveles. Esto puede ser un indicador, si no de diálogo, sí de comunicación. A mediados del siglo XX, George Bataille pensó que la comunicación era más semejante al contagio, es decir, a la propagación de un movimiento que va de un ser a otro y cuyo resultado, o efecto final, era correspondiente en ambos seres. La risa –que se propaga mediante olas e intensidades– era para Bataille el movimiento más evidente de tal idea de comunicación.
En efecto, la risa, privilegio de lo humano, era para el filósofo francés su aportación más notable al pensamiento. Esto se entiende dadas las inflexiones que supone la risa respecto de: la desesperación y el júbilo, la ironía, la incapacidad de risa en los animales y el carácter aparentemente irracional que acompaña sus estertores. En muchos sentidos su apuesta demolía el discurso filosófico, pero al tiempo que era aún filosofía. Sin embargo, la risa no es lo único susceptible de comunicación. El pánico en una situación de estrés, la empatía con alguien querido, la negación, el gusto y todo aquello que entendemos a través de gestos e indirectas es susceptible de ser comunicado. Pero se trata de una comunicación a la Bataille, es decir, sin mediaciones obligadamente racionales. Me parece que la contundencia de la #24A se debe a que apeló precisamente a esta idea de comunicación.
De muchas maneras, el escritor de L’erotisme dejó abierta la cuestión sobre la naturaleza de lo comunicable, cuestión que hoy en día es más legible y atractiva que hace 70 años, pues ¿cómo comprender o aproximarse a la sensibilidad producida en un concierto o en una marcha? ¿Qué pueden explicar los pensadores más serios respecto de la experiencia de miles de voces cantando y moviéndose al unísono, comunicándose entre sí incluso sin conocerse ni articular una racionalidad común? Señalar además que rara vez la intelectualidad asiste a un concierto masivo o a una marcha.
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Hasta donde veo, la #24A comunica a un nivel que no es precisamente discursivo. No se trata de racionalizar nada sino de atender el mensaje cuya angustia es desoladora y desbordante: ‘Queremos vivir’, ‘no estamos bien’, ‘qué asco’ son algunos de los mensajes que se dicen sin decir. Las sociedades modernas, es decir, burocráticas, se concentraron en el registro escrito de sus operaciones. El archivo, que es a la vez el depósito y criterio de organización de lo registrado posibilitó la monopolizaron el signo lingüístico, su circulación y usuarios legítimos, arrogándose con ello la capacidad de entendimiento a través de una racionalidad discursiva hegemónica: la ilustrada. Así, las sociedades articularon la organización de sus Estados: mediante la eficacia argumentada y la toma de acuerdos; eficacia que excluye a todo aquel que no pertenezca a la comunidad discursiva hegemónica o cuyos códigos no se ajusten a ésta. La lucha de los últimos 200 años –al menos en esto que llaman Occidente– ha consistido en que mujeres, indígenas, meztisxs, negrxs… puedan comunicarse de tal forma que su autodeterminación sea respetada. Lo que hoy se comunica es el asco, el hartazgo, el malestar, pero sobre todo, la violencia. Lo que la #24A transmite es la sensación de violencia que embarga a las mujeres y al país entero día a día. Quizá por ello el macho se siente violentado.
Bastaba un mínimo de empatía para ver que ese es un espacio de mujeres. Por mejores que fueran las intenciones, por más respetuosos y solidarios que fueran los acompañantes, ir a la marcha en calidad de hombre, amigo, macho o fisgón era hacer oídos sordos al mensaje (incluidos los periodistas y sus cámaras acosadoras y buscadoras de topless). Quizás sea un símil naïf, pero se podría comparar esa intrusión en la marcha con el hecho de meterse al baño de mujeres o al vagón del metro reservado para ellas en hora pico, es una especie de acuerdo entre líneas que subjetividades muy específicas gustan transgredir. Y sin embargo ocurre. Aunque respecto de la marcha pueda parecer excesivo, creo que en el fondo esa necedad de acompañamiento y de solidaridad forzada confirma ciertas neurosis machistas, muestran esa forma sutil y caprichosa de una violencia por las buenas.
Tal vez la insistencia prueba lo inquietante del movimiento: el mensaje de la #24A tenía efectos incluso antes de la realización de la marcha, efectos en ellas y en ellos. Y es ahora, días después, que se puede ver con más calma el asunto y arriesgar percepciones, más juicios. A tono personal diré que no fui a la marcha, que a pesar de lo estaba en juego no sentí que me convocaran a mí. Incluso leí una publicación en las redes, cientos de veces compartida, en la que se pedía directamente y sin rodeos respetar ese espacio y no asistir.
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El diálogo no discursivo que antes y después de la #24A ha tenido lugar aparece en la actitud de las mujeres, en sus relatos y vínculos empáticos. Pero no hay que bajar la guardia pues en respuesta se han suscitado más acosos, más violencia, más necedad en los sectores más conservadores de la sociedad. En el marco de la misoginia de Estado y de un ethos machista esa es una respuesta predecible. En efecto, se entendió el mensaje y se teme perder las concesiones. Ese temor de macho también se comunica y se esparce, por lo que se hace necesaria una respuesta igual de contundente pero que no caiga en su juego, pues las resultantes de estos procesos de comunicación suelen ser atroces: odio, frustración, ensañamiento. Y en este punto no está de más apelar a otros recursos, como la ley, la prudencia, los afectos o la racionalidad.
Si bien esta comunicación contiene una potencia importante y a unos días de la marcha aún se propaga, hay que reconocer también hasta dónde llega y cuándo se agota. Aprender a emplearla estratégicamente y alternarla con otros recursos para que además de comunicación no discursiva, haya también una modificación, a distintos niveles, del ethos mexicano que habitamos.