Por Mariana Favela
@favulas
Estamos educadas en una cultura que nos obliga a reducir lo posible a lo existente. Ese reduccionismo fue el que #YoSoy132 puso en jaque hace cuatro años. En un gesto de irreverencia frente a una realidad insoportable nació una generación en el sentido radical del término. De esas que se hacen no por coincidir en un rango de edad sino por nacer un horizonte de posibilidades. Por nacer alternativas frente a una política autoritaria.
Reducir esa efervescencia desbordada a un grupo de personas, a una serie de asambleas o de movilizaciones es lo que más sirve al poder de arriba. #YoSoy132 no es un grupo ni una etiqueta, es un momento de la historia y de la política nacional. Un momento de fuerza y de esperanza. De insumisa alegría y de amor. Un respiro en medio del horror. Cuando nos permitimos imaginar otra política y otro poder. Cuando nacimos un lenguaje y una estética que nos permitieron hablar en medio del silencio que imponían el despojo y la violencia, en medio del silencio que nos había impuesto la desesperanza.
Por eso cuando nos preguntamos dónde está esa generación hoy, no nos preguntamos por un grupo o por una organización. Nos preguntamos por todas aquellas quienes hace cuatro años se hicieron de un rincón para soñar. Nos preguntamos mientras nos abrazamos para soportar el reforzamiento del autoritarismo que siguió a esa efervescencia y en el abrazo nos reconocemos.
Reconocemos que los únicos movimientos condenados al fracaso son los que renuncian a narrar su propia historia. Los que permiten ser trasladados del marco de lo posible al de lo existente, donde no hay más margen que la resignación. Los que se mueven en los tiempos y en las expectativas del poder. Reconocemos a quienes a pesar del embate conservan la esperanza. A quienes no usaron a la movilización para afirmar sus propios intereses.
Pero después de cuatro años sobre todo reconozco y admiro a quienes no volvieron a la comodidad de la resignación y del pesimismo. A quienes desde diferentes trincheras acompañan a los cientos de dignas resistencias que se mantienen en todo el país. A quienes después de la agitación no volvieron a ser las mismas. A quienes se dejan incomodar y a quienes nos incomodan, gracias. Que no quepa duda, esa red de solidaridad está viva y nos abraza.
Cuatro años después hemos aprendido que apelar a la pluralidad implica reconsiderar nuestras certezas, mantenernos en el campo de lo posible. Abrir alternativas, no calcular cómo colarnos en las existentes. Hoy para muchas es un día de fiesta y de celebración. Celebramos habernos encontrado. Haber roto la normalidad. Recordamos el sabor de la esperanza y tomamos fuerza de ella. A ustedes, gracias. Gracias por haber roto la normalidad del letargo. Gracias por recordarnos que no estamos solas. Gracias por abrirnos la posibilidad de explorar más vías que las establecidas y de criticar las existentes.
Pero sobre todo, gracias por hacernos mirar nuestra fuerza y nuestro poder. Por romper la resignación. A todas las que aún en tiempos de horror guardan la esperanza y se organizan, feliz #11M.