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#PecesSueltos presenta: Florence Foster Jenkins

- Por: hellagone

“A Loose-Fish is fair game for anybody who can soonest catch it.” Moby Dick

Si la música se parece al mar, y lo habitamos todos, hay especies raras, que se ven poco y extraña vez son capturadas. Aquí surcamos las olas para hacerlos más evidentes.

La belleza de lo atroz: Florence Foster Jenkins

Por Víctor Hugo Benítez
@VictorH_Benitez
La música clásica, y muy en particular la ópera, es percibida por el gran público como un espacio restringido a los conocedores. Se le escucha y se le trata con cierta aura de sacralidad; saltarse las formas y trastocar un poquito los textos ya son motivos suficientes para el total descrédito. Audiencias y ejecutantes son tristemente culpables en igual medida. Para algunos pedantes, la experiencia de escuchar música clásica, y más si se trata de una actuación en vivo, se reduce a inteligir aquello que el autor siembra en la partitura como mensajes a su audiencia. A esos grandes coñazos de sensibilidad superior, dedico este absoluto prodigio, me refiero a la rola, y este modesto texto sobre el encantador prodigio, nomás para que se pongan la entripada de su vida.

Así­ es, se trata del mismí­simo Mozart; el tí­tulo completo de esta aria archifamosa es “Der Hölle Rache kocht in meinem Herzen“; algo así­ como “La venganza del infierno hierve en mi corazón”. Nunca mejor aplicada una traducción al vapor.
La responsable de este dulce y encantador esperpento tuvo el nombre de Florence Foster Jenkins. Documentos como este abundan, pero la historia de Florence sobresale entre todas. Florence Foster nace en Pensylvania en 1868 dentro de una familia bastante acomodada. Desde muy pequeña, Florence manifiesta el carácter voluntarioso que la acompañará siempre: anuncia que la música será su destino y se empeña en hacerse una pianista notable. Consigue cierta notoriedad en su estado natal e incluso da una actuación en la Casa Blanca, aún siendo muy joven. Decidida a convertirse en músico profesional, pretende viajar a Europa para continuar sus estudios de piano. Su padre se niega a costear la aventura y la joven Florence, apenas con diecisiete años, responde fugándose con un doctor de nombre Frank Thornton Jenkins, 16 años mayor que ella. Gracias a la vida disoluta del doctor el matrimonio sólo dura tres años. Del infeliz matrimonio, Florence se queda con el apellido del doctor y la sífilis; pequeña sentencia de muerte y locura antes de los tratamientos con penicilina. Después del divorcio, Florence se dedica a dar recitales y clases de piano hasta que sufre un accidente donde resulta con una lesión en un brazo lo que a la postre truncaría su carrera como pianista. La vida de Florence habrí­a pasado desapercibida de no ser porque su padre decide heredarle una considerable fortuna tras su muerte en 1909. Ese mismo año inicia una relación con quien habrí­a de ser su compañero de por vida: un mediocre actor clásico inglés de nombre St. Clair Bayfield. Es en este punto donde el delirio tiene ya financiamiento ilimitado y un excelente aliado: Florence y Bayfield se convencen a sí­ mismos de que las capacidades vocales de Florence alcanzan para estar a la altura de cualquier diva europea. Disfrútela aquí­, cantando como un ave:

Una vez instalados en Nueva York, la vena altruista de la mujer sale a la luz. Se convierte en patrona de las artes, financia galas musicales, funda clubes dedicados a la apreciación del arte y la cultura y se permite dar actuaciones que serí­an la envidia de aquellos maestros del Glam Rock setentero. Las crónicas de la época dan cuenta de una personalidad excéntrica, capaz de salir al escenario con los atuendos más estrafalarios diseñados por ella misma y arrojando clavelitos a la audiencia como gesto condescendiente de diva en momentos de gloria.
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Algunas biografí­as atribuyen la longevidad de la carrera de Jenkins a la avidez de dinero de sus allegados. Aquellas tí­picas sanguijuelas que estaban dispuestas a alimentar los delirios de nuestra gran Florence a cambio de dádivas y conexiones en el mundillo del arte neoyorquino, del cual Florence era centro fulgurante. De sus actuaciones privadas, sólo se guardan algunos documentos gráficos donde se ve a una audiencia copetona escuchar con atención o celebrando a la incansablemente feliz Florence. Si en algo coinciden sus biografí­as es en señalar el talante siempre orgulloso que Florence tení­a por sus interpretaciones. Cuando algún desdichado se atrevía a abuchear o imprecar a la artista, ella lo atribuía a las arteras artimañas de las que se valí­an sus rivales, aguijoneadas por la atroz envidia. En alguna de esas galas, Florence tuvo entre su audiencia al mismí­simo Enrique Carusso, quien, azorado por lo que acababa de escuchar, sólo atinó a decir: “nunca he escuchado algo como esto en mi vida”. Ella, como cualquier persona en sus cabales, interpretó aquello como un sentido elogio. Aquí una pieza basada en un preludio de Bach para que usted pueda coincidir con Carusso:

Por desgracia contamos con muy pocos documentos sonoros de las interpretaciones de Florence. Entre 1941 y 1944 grabó varias piezas en el Melotone Recording Studio, pero sólo nueve piezas sobreviven. En su tiempo, se editaron algunas de ellas en discos de 78 rpm las cuales se vendieron copiosamente para alimentar los delirios de grandeza de nuestra diva. En 1962, la RCA editó ocho de las nueve piezas bajo el tí­tulo The Glory (????) of the Human Voice. David Bowie, en alguna entrevista, prodigó su admiración por Florence y este enorme documento discográfico. Ahora ya tiene usted una razón nueva para amarlo todaví­a más.
Poco a poco la salud de Florence fue debilitando ese espíritu de diva. Sus actuaciones fueron escaseando, la burla y el escarnio salían al paso con mucha mayor frecuencia a pesar de que ella misma y su esposo escogí­an a las audiencias, teniendo sumo cuidado de excluir a crí­ticos profesionales. Cuando la gran Florence tení­a 76 años, acontece el evento más importante de su vida. Su esposo, y los amigos aduladores de siempre, consiguen convencerla de dar su concierto debut en el Carnegie Hall. Florence logra lo que pocos: agota tres mil boletos en dos horas. Aquello serí­a un espectáculo imperdible: ¡La peor cantante del mundo en el mejor teatro de Norteamérica! El repertorio de aquella noche se mantuvo en el mismo espíritu temerario que gobernó toda su carrera. Piezas que estaban a años luz de sus capacidades, pero que ella acometí­a con el candor de siempre. Se cuenta en las crónicas, que aquella noche de octubre de 1944, la actuación de Florence se mantuvo intacta, a pesar de los años y la deteriorada salud. Salió al escenario con sus atuendos fuera de serie, cumplió con la rutina de arrojar rosas al público para luego ser recogidas por sus asistentes para que la diva repitiese el numerito hasta el cansancio, y aniquiló, una a una, todas partituras del repertorio. En lo que difieren los cronistas, es en la reacción del público. Algunos dan cuenta de una audiencia absolutamente convulsionada por la risa; las carcajadas eran tan fuertes, que la voz de nuestra gran Florence se ahogaba en el barullo. Otras voces, en cambio, nos cuentan que la audiencia celebraba con sumo entusiasmo la actuación de Florence. Es muy difícil saber a ciencia cierta, como todo aquello que rodeó la vida nuestra diva, qué fue lo que realmente ocurrió esa noche. Lo que parece sí­ haberle afectado sobremanera fue estar expuesta por primera vez a la crí­tica profesional (¡de nuevo esos petulantes de siempre arruinando todo para todos!). Cuenta su esposo que la vapuleada que recibió en los diarios destrozó su corazón. Dos días después de su fallida (?) actuación en el Carnegie Hall, Florence sufre un ataque al corazón y muere un mes más tarde, el 26 de noviembre de 1944, en su habitación del Hotel Seymor en Manhattan. Y ya que nos pusimos melancólicos, aquí­ la tiene cantando en español, o al menos eso parece:

Recientemente se han estrenado dos pelí­culas basadas en la vida de Florence. Marguerite (2015) del director francés Xavier Giannoli y Florence Foster Jenkins (2016) del director británico Stephen Frears. Según lo que se alcanza a ver y leer en internet, ambas producciones buscan dimensionar en su justa medida al personaje. La pelí­cula de Frears, en particular, intenta darle a Florence el crédito de verdadera amante de la música que nunca ha tenido. Trata de deshacerse de esa imagen de desquiciada capaz de cometer las más grandes atrocidades musicales en pos de notoriedad. Se alcanza a ver en la pelí­cula cierto tono ramplón, pero habrá que esperar a tenerlas en las manos.
Después de transitar por mi playlist de música clásica. La misma que podría presumir con la arrogancia de los pedantes a quienes va dedicada esta contribución a #PecesSueltos, regreso una y otra vez a las grabaciones de Florence. Termino invariablemente cagado de risa y profundamente conmovido. Hay algo en esos esperpentos que es profundamente hermoso; al menos para aquellos que tenemos una sensibilidad que no es de este mundo. No hay un solo gramo de menosprecio en esas carcajadas. Lo digo sin pudor: lo que está detrás de esta extraña fascinación por Florence es la envidia. Yo escribo este pequeño texto robándole minutos a un trabajo que de a poco me va aniquilando el espíritu y el intelecto. Estoy en esta puta oficina que de tanto odiar se ha vuelto el pequeño infiernito donde se desperdician mis inconmensurables talentos y destrezas. Al menos ella lo consiguió; ella estuvo allá­: montada en ese escenario con sus alitas de Ángel colgadas a la espalda y entrándole como inspirada a la partitura de Mozart. Y yo estoy aquí­ contando los minutos para salir de este lugar.
Florence

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