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El coraje no sólo tiene que ver con el magisterio

- Por: helagone

Por Diego Mejía
@diegmej
Cuando el verano, la Ciudad de México muestra sus carácter más versátil, mañanas soleadas, nubes rechonchas y un calor que asciende, antes de la once de la mañana, cerca de los 25 grados; por la tardes troca el sol por nubes grises, vientos que entran por el norte del Valle, y chubascos que refrescan un suelo ardiente por tres meses de calor primaveral.
También hay días, en el verano de la capital, que amanecen con el cielo encapotado, con millones de litros de agua vaporizados a cientos de kilómetros que viajan en nubes oscuras; signos de tormentas que vienen de más allá de las montañas, depresiones, tormentas y ciclones tropicales que se toman cuerpo, en el centralista imaginario del chilango, porque inundan las calles y paralizan el libre tránsito de los vehículos. Todo existe hasta llegar a mi colonia, hasta que me impide llegar a la función de las ocho en Plaza Universidad.
El domingo por la mañana la capital amaneció nublada.
La noche anterior, en Salina Cruz, Oaxaca, sucedió el inicio de la tormenta. Policías federales, armados con inexperiencia, y bajo órdenes empañadas por la soberbia, la indiferencia y la ignorancia, comenzaron el desalojo de la carretera y la refinería del puerto, que estaban en manos de miembros y simpatizantes de la Sección 22 de la CNTE. Llovieron golpes y balas, la violencia se condensó en el humo de las bengalas.
En Salina Cruz, las cumbres de la Sierra Madre Occidental descansa en un canal por el que se cuelan los poderosos vientos del Golfo que chocan en una danza tropical con las corrientes aéreas y marinas del Pacífico. Así nacen los ciclones tropicales. El sábado por la noche fracasó la política, ese arte de conjugar las diferencias, frente al unilateral discurso del orden y el “restablecimiento” de la paz social.

La noticia, como alerta meteorológica, poco a poco fue llegando al centro del país, de a tuits se fue colocando en medio de la vergüenza y burlas que tomaron las redes sociales por la miserable respuesta que tuvieron los jugadores de la selección nacional en los cuartos de final de la Copa América del Centenario, ante la aceitada selección chilena. Un siete a cero, sin penas. A los seleccionados mexicanos no los toca el aire ni el viento convulso del país. A diferencia de otros equipos, Alemania en el 54, Argentina en el 86, los jugadores nacionales viven en un burbuja de protección en la que no hay tormentas ni sequías, no hay fuegos ni inundaciones. No representa a un pueblo aunque dicen hacerlo; igual que los funcionarios de los tres poderes de la Unión.
El domingo, la nubes que nacieron en Salina Cruz llegaron a los Valles Centrales oaxaqueños y a la Mixteca. En Nochixtlán, la entrada natural a la ciudad de Oaxaca, se enfrentaron, eufemismo utilizado por los medios de comunicación que mucho dicen y que nada informan, policías federales (respaldados, según la válida sospecha, por miembros vestidos de civiles, armados y disueltos entre los manifestantes) y maestros de la coordinadora. Había que recuperar el camino secuestrado por los manifestantes y garantizar la movilidad de productos y el libre tránsito de los ciudadanos.
Las contradicciones de lo sucedido, en voz de Enrique Galindo, comisionado de la Policía Federal, desbordan las aguas de la duda y la legítima queja. No hay una narrativa clara de lo sucedido, lo único que se puede inferir es la falta de inteligencia y de manuales de operación con los que desempeña su labor la institución federal, en la que descansa el uso legítimo y legal de la fuerza pública. Cuando la inteligencia falta, las bestialidad se asoma: 10 personas murieron el domingo en Nochixtlán, a causa de los golpes, las balas o la negligencia que impidió la oportuna atención médica; tres maneras de la brutalidad, tres matices en el violento paisaje de los Derechos Humanos en el país.

Un ciclón es más fuerte en medida de la diferencia entre las temperaturas de los vientos que se enfrentan. Oaxaca, desde hace mucho tiempo, arde con una furia que alimentan la desigualdad, la corrupción y la burla gubernamental. La queja no reside sólo en la CNTE, el coraje no sólo tiene que ver con la manifestación de un sector del magisterio.
Ante las ardientes corrientes que salen del sureste, el centro del país sopla con gélida indiferencia.
Más allá de la reforma educativa, que tenía un piso legítimo pero que su ejecución fue terrible y disfrazó la necesidad con la imposición política (no se modificaron planes ni métodos de estudio), el gobierno federal desoye a los manifestantes y reduce los gritos al mal humor. Esa frase que desacredita cualquier malestar todo lo ves mal, ya chole con tus quejas.
No se trata de simpatizar, o no sólo de eso, con los maestros de la coordinadora, hijos también del corporativismo con el que el PRI manipulo y cimentó su poder en el Estado. Se trata de defender el estado de derecho, de poner en la mesa de la discusión lo que realmente lacera a este país, según números del Informe Presidencial, de las 109 mil escuelas de educación básica en el país, 64% tienen deficiencia de infraestructura; en miles de ellas no hay baños, pizarrones, paredes; muchas de ellas no son escuelas a final de cuentas, sino parajes, huecos, salones, que son habitados por maestros que cargan con pizarrones, gises y su vocación para llevar las letras y los números a los niños más necesitados, más violentados de todo el territorio nacional. Niños, en su mayoría indígenas, que están destinados a la mala instrucción, a la violencia laboral, a la superviviencia, a cargar sobre sus hombros el alto precio del progreso de unos cuantos.

Podemos, muchos lo estamos, estar en contra de los vicios en los que derivó la estructura sindical en la educación nacional: moches, transas, herencia de plazas, méritos con la cúpula. Fuera de eso, que constituye la mínima parte de la queja magisterial de la coordinadora, los maestros tienen la obligación de defender sus derechos laborales como lo tiene cualquier otro trabajador. Es importante porque la seguridad laboral se diluye cada día más, porque los trabajadores son las sustancia del desarrollo.
Utilizando la metáfora de Manuel Gil Antón, el sistema educativo es un camión viejo, destartalado y sin mantenimiento, al que se le quiso modernizar poniéndole corbata al chofer. Además, el camino, como las serpientes de asfalto que cruzan las violentas cumbres oaxaqueñas, se enloda y cierra cada que las lluvias caen sobre la tierra.
Al igual que los policías, los legisladores hicieron una reforma sin información, sin tomar en cuenta las muchas realidades que habitan en el país, hicieron sus estrategia con datos truncos, desde sus premisas personales, desde imponer una mano dura que tiene un brazo escuálido y no responde a órdenes pensadas y estratégicas. Lo más grave es el ensimismamiento, la burla y la estulticia con la operan y dirigen los responsable de la administración pública, quieren ver la tormenta desde los supuestos del canal meteorológico y nunca miran cielo.
Arriba hay nubes, hay una tormenta tropical en el Golfo