TODO MENOS MIEDO

EN VIVO

EN VIVO

Bitácora del viaje. Jazzamoart en el Jalisco Jazz Festival

- Por: helagone

por Alain Derbez
@Alain_Derbez
Comenzó la velada el 29 de julio del 2016 con la lectura de un texto mío publicado en un hermoso libro- catálogo: Sólo a fuerza de pintar”
De esa manera, en el Teatro Palco, prosiguió el homenaje que a Jazzamoart (Javier Vázquez Estupiñán), la noche anterior, se le había empezado a a hacer en su querida Guadalajara con una estupenda exposición-concierto subterráneo en la estación Juárez del Metro tapatío. Sólo faltó el “Tren A” al muy buen trío local, puntual enriquecedor del Libro Real del Jazz, presente ahí con guitarra, contrabajo y batería.
–¿Y por qué un homenaje a Jazzamoart?, me preguntaron hace un año para hallar razones desde mi sugerencia:
“-Porque si hay alguien que haya llevado al jazz de México a una gran expresión y exposición por todo el mundo, ése es este artista nacido en Irapuato y radicado por un lapso en la capital jalisciense, sólo que en su dotación multi-instrumental hay que añadir brocha, cutter y pincel y el magisterio para manejarlos y así sacarle la síncopa a la luz, los colores al sonido y los ritmos al papel- respondí.
Y así, casi 365 días luego, ahí estaba, vestido para la ocasión, leyendo en voz alta lo una vez escrito: “El creador tiene un plan maestro”.
Lo que siguió entonces musical y plásticamente me convenció de lo justo de ese título: Jazzamoart tenía para la ocasión un plan maestro y para plasmarlo en la realidad visual-sonora se hizo de los mejores aliados posibles armados con guitarra (Federico Sánchez y Aarón Flores), teclados (Agustín Ayala) y batería (Pablo Aguirre).
¿Por qué asevero esto con tanta contundencia? Porque en verdad hubo, en el largo instante que duró el concierto (la hora intercambió su duración con el segundo), un entreveramiento de complicidades donde escucharse y mirar era el único acuerdo previo. Lo demás fue río para un mar final: navegación de elementos en un flujo constante donde el silencio a fuerza de matices, de cimas y de simas, no hizo falta ni llegó sino hasta el último de los aplausos entusiastas e incrédulos de quien despierta del viaje y el ensimismamiento colectivo.
Si pilotear es ser en apariencia el único consciente de una de las formas del tiempo según el dictado de las manecillas sobre el escenario, concedamos que al timón estuvo Federico si bien con la edad que permitiría pensar en un grumete con la sabiduría a una de las guitarras y sus composiciones de un marino conocedor y sobreviviente de anticiclones como de tempestades. Sánchez miraba a Jazzamoart y oía con delectación lo que, más impetuoso, en la otra lira bordaba Flores. Era como una pausa para el abordaje en las cuerdas mientras el pintor arrancaba de los cartones máscaras y cuerpos tallados de una aparente nada.
Si la quilla y su menear era de Federico, los continuos, los planos sobre el que poner pie firme en la cubierta lo daba en esa dotación sin bajo eléctrico, la seguridad de Ayala en unos teclados que abrevaron en la crudeza del rock, la filigrana del progresivo y las mejores enseñanzas del jazz contemporáneo. La atención de quien casi físicamente llenó la sala en las butacas era la tensión de quien llenó la sala con sonido. Soltar, tensar, liberar la libertad. Y para esto ultimo quién mejor que quien pareciera haber aprendido a surcar las aguas con el anárquico y ordenado vértigo de un filibustero desde la percusión: Pablo Aguirre.
En ese primer concierto del Jalisco Jazz Festival gracias a Jazzamoart, a Sánchez, Flores, Ayala y Aguirre, los presentes oímos lo pintado y miramos lo sonado: lo crudo y lo cocido. Así de simple, así de complicado.
Empapados entonces, enriquecidos, pudimos retirarnos en paz jazz mediante: la navegación viento en popa con artistas así, es un hecho.