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Juan Gabriel no era homosexual. Crónica de 9 noches rezando

- Por: helagone

Por Benjamín E. Morales
@tuministro
Fotos de Juan Leduc
@nosoyjorge
Llevo 9 días con un nudo en la garganta. Deben ser varias cosas: un dolor de muelas, la vida en general, muchas imposibilidades, y otras tantas posibilidades. Sin embargo, sería deshonesto no ubicar que esa cerrazón de aire está centrada claramente en la despedida de Juan Gabriel.
Recuerdo que cuando murió la madre de un hombre al que consideraba algo así como un padre, me invitaron a pasar nueve noches con su familia para ver impacientemente una cruz de flores en el piso. Mujeres lloraban arremangadas contra las paredes y yo trataba de abrazar a la hija del hombre que consideraba un padre. Nunca había vivido tal cosa, y espero no repetirla. Pero algo de esta semana me regresó esa sensación de asfixia y recogimiento.
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Hoy que se cumplen las 9 noches tras el deceso de Alberto Aguilera, cada rezo ha sido muy diferente. Desde la despedida familiar a la negación generalizada, pasando por los derroches etílicos y los desbordes populares; estos 9 días son para recordarse toda la vida pues nunca volveremos a vivir una cosa como ésta.
¿Un sólo hombre ha provocado todo esto? Sí. En estas 9 noches de nudo en la garganta la emoción se ha traducido limpiamente en muchas: cada una peculiar, cada una compleja. Y todo comenzó con una llamada telefónica.
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Primera noche. El desconcierto.

Estaba comiendo cuando me llamaron para avisarme de la muerte de Juan Gabriel. Se me fue el aire. Todo el año me había preguntado qué me sacaría una lágrima. Amigos y amigas habían llorado la muerte de Bowie, de Prince, de Martin, y más. Yo simplemente había guardado un silencio respetuoso. Pero el momento de reconocimiento tras comprobada la noticia fue de hielo.
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De inmediato comenzaron a llegar los mensajes, las llamadas. Yo sabía que nada en mí había cambiado, que los segundos seguían corriendo y que el mundo estaba pacífico frente a la idea de una desaparición más. Pero yo quería una explosión, campanas, algo, para saber que ya todo iba a ser diferente. Supongo que ese primer momento de dolor demanda que el horizonte se cubra de sangre para igualar lo que estás sintiendo en el pecho, o lo que imaginas debieras sentir.
Me quedé sentado. Seguí comiendo. Las cosas sabían igual y la luz era la misma. Y eso me pareció triste. Pero en miradas, en conversaciones, en ojos grandes frente a pantallas pude ver el mismo desacuerdo por la falta de acciones rotundas y apocalípticas. Estábamos sabiendo.
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Segunda noche. Mi madre.

Cuando le dije a mi madre que JuanGa había muerto se puso a llorar. Ella llora con facilidad. Pero algo que me dijo me caló profundamente. Mientras se limpiaba el rostro no dejaba de repetir que Juan Gabriel había sido un niño muy bueno y muy maltratado, muy solo.
Ella había visto Hasta Que Te Conocí recientemente, y hablaba con una familiaridad peligrosa sobre el personaje. No obstante, su fragilidad y dolor me conmovió mucho. Parecía que quisiera adoptar al niño maltratado de las calles de Juárez, o por lo menos darle un abrazo.
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Una de mis primeras referencias musicales es escuchar Amor Eterno y ver a mi madre llorar. Para ella, como para casi todo el mundo, esa canción le hablaba sobre el vacío que le había dejado la despedida de mi abuela. Esa canción suena en las ocasiones más tristes de las familias de todo un continente. No es algo sencillo de asumir. Para mí era la posibilidad de la muerte de mi madre, y el terror que eso significaba.
Mientras mi madre repetía lo bueno que era ese niño, lo solo que estaba, lloramos juntos. Yo por ella. Ella por el hombre que le había compuesto una de las canciones más desgarradoras a la mujer que menos lo quiso en el mundo.
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Tercera y cuarta noche. Amor es amor.

Recuerdo un viaje en carretera en que de verdad descubrí a Juan Gabriel. Junto a un amigo, y más por simpaticada que por interés real, escuchamos completo el En El Palacio De Bellas Artes. Ahí comenzó en realidad mi trayecto junto a El Divo. Después me sumergí de lleno en la música mexicana y uno de mis referentes constantes fue el de Juárez.
Posteriormente me hice famoso por bailar Hasta Que Te Conocí de manera descarada, y más tarde, ya con el corazón roto, pude entender los filamentos más finos de su música. Pero el verdadero golpe de realidad me lo llevé esta semana en Garibaldi.

De Benjamín E. Morales

De Benjamín E. Morales


Tras las noticias de la muerte se convocó a una borrachera frente a su estatua en el centro de la ciudad. Con amigos llegué cercanas las 9 de la noche. Ya había arribado un mar de gente. Y poco a poco el grupo fue creciendo.
Pasando las horas el calibre del sentimiento estaba punzante. Ya no habían diferentes tribus de dolientes, sino una inmensa aldea que cantaba a destiempo y con poca coordinación. Un mariachi, un sistema de karaoke y el audio de un bar mantenían la plaza temblorosa. Ciertas canciones unificaban los coros, otras los rompían. Lágrimas, gente en el suelo.
Uno de los propósitos de las bacanales eran justamente entrar en un estado de vitalidad violento que permitiera exponer los dolores para encontrar sanación y acercarse a los dioses. Ese noche en Garibaldi regresé siglos en la historia.
De Benjamín E. Morales

De Benjamín E. Morales


Un hombre inmenso que se presentó como Santa Clos me dijo algo que me hizo llorar. Mientras señalaba la estatua de Juan Gabriel gritaba: ese puto me enseñó que amor es amor, a veces es muy difícil ser mexicano, pero esta noche no, esta noche amamos, eso nos enseñó, y le quedamos a deber mucho.
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Quinta y sexta noche. Las reacciones y las respuestas.

El país y las discusiones, a pesar de ser un momento de completa inestabilidad, se detuvieron. Las redes se enlutaron, la sobremesa tomó un tono fúnebre. Se ha escrito y escrito, se ha grabado, se ha fotografiado.
He visto muchos documentales. Usualmente, el punto concluyente en uno dedicado a un personaje, es su funeral. Las grandes procesiones y la estupefacción. Tal vez no lo hemos concientizado, pero acabamos de vivir un momento histórico, del que se hablará.
Y claro, gente perdió su trabajo. Con o sin razón. El ejército adaptó algunos temas del compositor para tocarlos en las plazas públicas. Y todos tienen una opinión. Leí muchas. Unos lo califican de joto, naco, chambeador, sobrevalorado, simplón, para chillones, ridículo, mal músico, mediocre, etc. Otros hablan de un genio, un ángel, un revolucionario, un símbolo, la representación de la modernidad, un héroe, un amigo, un familiar, un amante, un padre, un hijo, etc. Supongo que todos tenemos razón de una u otra manera. Juan Gabriel es inexistente en esa dimensión, cada uno tiene al suyo, cada uno lo maltrata a su gusto, cada uno lo ama. En la discusión, el momento de la reflexión está distante, lo cierto es que la ausencia ha demandado una respuesta y se ha dado como se ha podido.
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Mi juicio rápido es que Juan Gabriel no fue el más grande músico, y tampoco un enorme letrista. Lo que fue, y eso es inegable, es el revolucionario de la música popular de este país, como lo han sido otros en diversos territorios que no enumeraré para evitar las comparaciones. Y más allá de eso, su música consiguió lo que logran las grandes expresiones artísticas: cambió su realidad y su tiempo. Su urna será visitada por millones y sus canciones serán cantadas más, simplemente porque su público le ha dado la estrella de lo verdadero, de lo íntimo.
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Séptima y octava noche. Las banderas y los desfiles.

Bellas Artes, tal vez su más alta e importante conquista con sus polémicos conciertos, se abarrotó de cientos de miles de peregrinos. Yo fui uno de ellos. Las filas eran interminables, y la gente buscó consuelo como pudo, algunos con pancartas, otros presumiendo sus discos, otros en silencio, la mayoría cantando a viva voz.
Cada vez que abría la boca, la garganta se me cerraba. Es que estamos tristes, pero esto va un poco más allá. Estamos con el corazón roto. ¿Y quiénes somos? No lo sé. Pero nos he visto. Dando vueltas alrededor de una urna, comentando con el vecino la anécdota familiar con el personaje, discutiendo bajo el monumento a Madero.
¿El dolor es válido? ¿Algunos de nosotros ha llorado más amargamente que su familia o amigos? Es probable. Y no creo que sea un dolor trivial ni exagerado. El ser humano es especial en ese sentido, porque aún es mágico y espiritual, a pesar de todo lo que podría negarlo. La muerte sumada al amor, la pasión, nos recuerdan lo cercanos que todos somos aún a los niños, y eso es lo más valioso que hemos presumido.
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Los lemas y las banderas cubrieron la Alameda Central y El Palacio de Bellas Artes, y una me robó la atención. Unxs transgénero llevaban una bandera con los colores del arcoíris que decía: Juan Gabriel no era homosexual, era Juan Gabriel. A pesar de la ingenuidad del rótulo, no dejó de impresionarme. Todos lo sabemos bien, lo que se ve no se pregunta. Y lo cierto es que Alberto Aguilera fue uno de los personajes más discretos de la farándula mexicana. Y claro que es un símbolo gay, y claro que sus gestos y provocaciones se pueden leer desde cierto ángulo, o desde alguna trinchera, pero no dejan de ser interpretaciones y apropiaciones, un performance que hemos asumido como sencillo, como entendible. Si era o no era, si un gay rindió a un país de machos (que me parece un argumento incomprensible), si las lentejuelas, si los bailes, si lo que sea; no sabemos en realidad, y no tenemos por qué saberlo. Ahora que el mito ha explotado por todas las calles de un idioma, la defensa será en perfiles, y eso es hermoso. Una sola voz vuelta la dignificación de tantos, incluso contrarios, me parece la verdadera potencia del personaje. Mi versión será distinta a la de todo el mundo, y mi versión será relativamente correcta, porque el que pidió que la gente se abrazara no fue más específico, y su única ley aparente era la del amor, y esa tiene todas las caras del mundo.
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Novena noche. La soledad y la despedida.

Me quedé viendo el show que se montó frente al palacio mientras la gente seguía pasando a despedir las cenizas. Su banda entera tocaba con la fuerza y emoción que presumía en cada presentación, pero el escenario se sentía vacío. Recordé el funeral de Michael Jackson, sobre todo ese momento en que comenzaban a llevarse el ataúd mientras sonaba la pista de Man In The Mirror y en el escenario encendieron una luz al centro, como si el cantante fuera a salir en cualquier momento a tomar su lugar. Hay personalidades así, que completan la imagen, que la llenan de significado.
Mientras veía el espectáculo me preguntaba qué era eso en la música de Juan Gabriel, que en su sencillez e, incluso, torpeza, apelaba con tanta fuerza a su público. Me repetía que no era el mejor en nada, pero yo tampoco podía dejar de llorar y mi garganta se quebraba cada que trataba de cantar. Y una señora dijo algo muy bello y muy revelador: pobrecito, sentía mucho, pero ya está descansando. Me pareció correcto. Juan Gabriel no era bueno en nada más que en sentir y hacer sentir. ¿Sentir qué? Creo que soledad. No de la que se comparte, no, la soledad profunda que nos habita y nos guía.
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A partir de que comprendí qué era lo que sentía con su música, qué era lo que me pasaba en ese momento, dejé de sentirme tan mal, pues junto a mí vi a tantas otras soledades amando a una soledad máxima que lo había entregado todo. Ya no éramos sus plañideras, éramos deudores, estábamos pagando un mínimo tributo al que nos enseñó a celebrarnos gozosamente, no en el rencor, no en la nostalgia, no en el estereotipo más simplón de lo mexicano, sino en nuestra única, hermosa y brillante soledad.
Pude cantar entonces, y canté y canté. Y cuando me sentí menos culpable por nunca entender cabalmente lo que tanto nos demandaba este artista, me retiré dejando atrás los duelos y la tragedia. A pesar de las promesas no había llovido, el mundo seguía indiferente, ya estábamos tranquilos.
Nunca habrá nada como Juan Gabriel simplemente porque no hace falta. Sabemos que fue nuestro, que es nuestro. Yo me quedo con el mío, y así cada uno de sus seguidores. Compartimos algo íntimo, algo importante, pudimos hablar, pudimos entender. Esas uniones son incomprensibles, y son eternas.
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