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#Drakkar VII: Fuego

- Por: helagone

Por Vikingo Morales @vikingomorales y Diego Vidal-Cruzprieto @vidaleando

Drakkar: una embarcación de casco trincado que data del período comprendido entre los años 700 y 1000. Fue utilizada por los escandinavos, sajones y vikingos.
En NoFM el Drakkar se transforma en un navío sónico que semanalmente zarpará para contar una historia a través de música seleccionada a manera de relieve y la tripulación trazará la cartografía del mar.
En las ígneas tierras del Muspelheim se gesta el concilio de las deidades del fuego, los maestros de la flama, los señores del magma, las matrices de la luz. Odín, el padre eterno, desde hace milenios penduló en el Yggdrasil para concedernos el secreto de las runas, este secreto por fin ha logrado ser descifrado: Kauna, el fuego, la llama del conocimiento y la runa más importante, es la estafeta del progreso para la humanidad. Los serafines siempre serán celosos con sus flamas y  por esto Prometeo tuvo que rendir su carne a merced de las garras de un águila para brindarnos la iluminación que nos ha de consumir.
La gran explosión eclosionó el huevo cósmico en nuestra realidad, una pequeña chispa que generó su propio combustible y a partir de llamas forjó el universo. Iniciar el fuego mismo requiere que el calor del horno sea brindado por una determinación que trasciende las fronteras del tiempo. Los mortales ahora conocen, entienden, fabrican y viven gracias a la llama primigenia, esa llama que habrá de iluminarlos por el resto de sus días.

Los detractores de la magia tienen una fuerte evidencia en contra: el fuego. Gracias a él pudimos explorar el mundo para crear las ciencias, las tecnologías y las artes manuales que construyen los pilares de la existencia de nuestra civilización. Nos hacemos cada vez más poderosos y arriba de nosotros hay una suerte de nerviosismo imperante.

Los dioses titubean al ver nuestro cegador poder; exigen que nos arrodillemos ante ellos y nosotros declinamos, pues gracias a la luz ahora podemos ver que ya no tienen secretos que esconder, se han disuelto en invisibilidad ante nuestra ardiente y soslayante mirada. Usamos la llama como propulsor hacia su morada: los cielos; nos hemos elevado tanto que, las antes deidades, empiezan a temer lo peor: su fin. Nos consideran dragones, y es por eso que mandan al arcángel Gabriel junto con su espada y sus legiones a intentar masacrarnos. Los que caen, renacerán como dioses paganos que jurarán venganza.

El fuego tiene un único maestro: la ambición. Ésta nos corroe, hace que las civilizaciones empiecen a colapsar. La batalla que se libró en los reinos celestiales ya es cosa del pasado, nuestro presente muestra un futuro aterrador, este puede llegar a ser el fin de la humanidad.

Las únicas candelas que iluminan esta oscura tierra son un presagio de muerte, pues la humanidad está sumergida en una cruda guerra por un poder que nunca podrá controlar. A este poder le hemos dado diferentes caras, incluso hemos hecho varias historias alrededor de él. Ra, Helios, Tonatiuh, Amaterasu; los distintos nombres con los que designamos a la culminación más sutil del caos: el Sol. Junto con otros conformará la corte de árbitros galácticos que mediará entre mortales.

En el hogar de Ravana, el mítico demonio, se está gestando el contraataque de los dioses, su venganza es inminente. Los seres sacros usarán a Lux Ferre, el arma que aprendimos a blandir, como la última lección que debemos aprender. Nuestra ambición acabó con el conocimiento y lo convirtió en soberbia, esa será nuestra ruina.

Cincuenta y cuatro pasos y el cielo se habrá de calcinar. El fuego acecha a las tres grandes ciudades. En un instante una gran flama saltará cuando los dioses quieran destruir nuestro mundo. Atlántida, Lemuria y Mu son los blancos de la primer ofensiva que desciende de los cuarteles celestes.

¿Qué anuncia el saber de los locos? Puesto que es el saber prohibido, sin duda predice a la vez el reino de Satán y el fin del mundo. Con singular crueldad Dios arremete hacia cada uno de nosotros. Un diluvio anega la Atlántida, las maravillas construidas por el hombre desaparecen bajo un kilométrico océano de destrucción; Lemuria se pulveriza tras la explosión del subsuelo provocada por el ejército celestial; Mu es convertida en cenizas, una gargantual orbe de fuego azota nuestro último bastión.

El eco de nuestra derrota es el bolero de fondo en la fiesta de los dioses. La hidromiel corre a través de las barbas de los creadores, Asgard ha logrado restablecer el equilibrio inicial que hace milenios fue corrompido por la ambición. El cuerno de la abundancia alimenta el bacanal escarlata teñido con nuestras propias entrañas. Desde la tierra se escucha la celebración, los hombres restantes olvidarán este momento, algún día, y sin darnos cuenta, recuperaremos lo que en algún tiempo proclamamos propio; pero por el momento sólo nos queda observar al cuervo de la dispersión posarse sobre nuestras cosechas.

El tiempo sana las heridas y borra las memorias. Es así como la existencia de ellos fue olvidada por nosotros, hemos dejado de prestar atención al cielo y hemos decidido enfocar nuestra ambición en construir herramientas que nos son útiles para evolucionar como sociedad.
Sin embargo seguimos pecando de ingenuos, el universo sigue girando y ese círculo siempre devora su propia cola en búsqueda de su veneno. Cronos envió a su bastardo: el olvido, éste ha convertido nuestros sueños en falsas pretensiones, nuestras metas en promesas y nuestra vida en un acto suicida.

Mientras nosotros desconocíamos a las antiguas deidades éstas se dedicaron a perfeccionar su plan original: nuestra obliteración. De las nebulosas se amasarán siete cuerpos, las supernovas ocuparan su corazón y sus rasgos faciales serán delineados por cinceles siderales; ellos son los verdugos designados por nuestros creadores, queda en nosotros el decidir si asistiremos a nuestra ejecución pero, la huida es la peor de las opciones.

Los segundos están contados, nuestro fin se acerca de manera estrepitosa, pronto dejaremos de existir y seremos devueltos a las estrellas de dónde, probablemente, nunca debimos de surgir.