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La tentación de la razón pura. Una respuesta al texto de Valeria Luiselli

- Por: helagone

por Joaquín Diez-Canedo Novelo
@joaquindcn

“El imperio: una misión de felicidad.
La carga del hombre blanco.
Llevar la luz a los rincones oscuros de la tierra.”
Sara Ahmed

Hace no mucho, en una columna que supongo fue escrita al vapor, la generalmente genial Valeria Luiselli descalificaba con cierta sorna a las luchas por la emancipación feminista porque las consideraba anacrónicas, pasadas de moda, aburridas e, incluso, reaccionarias. Después de verse acorralada por sendas críticas que iban desde tacharla de cosmopolita, repipia e ignorante, hasta las mucho más serias que la increpaban por su displicencia y falta de empatía con problemas muy reales —“tú que siempre has vivido en el privilegio, ¿qué sabrás de la lucha?”, le decían— Luiselli tuvo que recular un poco, aunque no reculó del todo.
Esto se debe, me parece, a que lejos de querer atacar al feminismo —y mucho más lejos aún de intentar ridiculizar a quienes dedican su vida a pensar y defender esta corriente— el texto de Luiselli puede leerse como una apología al “pensamiento libre”, ese pensamiento abstracto, blanco y sin ideología, que por un lado supone suyo, y por otro siente amenazado por estos movimientos (¡escándalo!) políticos. También quiero advertir que, sintiendo que mi posibilidad de crítica no puede pasar por el feminismo, yo abordo el texto desde la crítica a esta “razón” liberal. Así, a Luiselli le embarga la tristeza de pensar que mujeres a las que ella admira por su inteligencia tengan que gastar su tiempo en investigar sobre feminismo y luego, además, en salir a protestar para defender sus derechos, cuando podrían estar dedicando sus esfuerzos al pensamiento creativo y fructífero, íntimo y liberador: aquel que en su pureza devela la Verdad sobre la condición humana. ¿Cómo es posible, pues, que estas mujeres tengan que sacrificar ese camino por intentar modificar la realidad que [a ellas] les tocó vivir? Incomprensible.
Luiselli2
Debo confesar que hasta cierto punto entiendo la preocupación de Luiselli, porque por supuesto que, a pesar de todas las evidencias de lo contrario, hay algo seductor en la idea de que existe una razón pura, universal y trascendente. Esta es la razón kantiana, ilustrada y occidental, que en su afán por pensar y conocer al mundo de forma sistemática y alejada, no debe dejarse corromper por vicisitudes de la vida cotidiana como el racismo, el sexismo o, peor, el colonialismo, para no enturbiar las aguas del constante progreso. Por el contrario, es la búsqueda de eso que todos tenemos en común y que nos hace humanos, la razón incorpórea y ajena pero accesible a través del pensamiento, la que nos permitirá trascender estas trabas que nos permitirán acercarnos a la verdadera libertad, esa donde todos somos iguales. Sólo así podremos llegar a aquello que es bello y puro y verdadero, y que no conoce razas o identidades. We are the world.
Pero también es cierto, y en esto radica a mi parecer el gran error de Luiselli, que quienes han promovido esa idea son precisamente aquellos grupos contra los que luchan todos los movimientos de emancipación, y que por establecer su lógica han oprimido a cualquier grupo que no se encasilla en esos términos. Además, por razones históricas están y se perpetuan en el poder —y no, no es de manera fortuita. Al final, decir que uno habita ese espacio atemporal y sin topografía permite al interlocutor alejarse de las distintas realidades que suceden en el tiempo político, algo por demás alarmante. Así, basta leer a Sara Ahmed, Donna Haraway o Judith Butler (o a cualquiera que haya criticado al status quo desde el marxismo, la teoría crítica, el psicoanálisis, o muchas otras corrientes) para entender cómo se ha significado el mundo a partir de esa mirada que se asume racional y alejada pero que en realidad representa una corriente de pensamiento tan contingente y tan corpórea como cualquier otra. Y no sólo es interesante leerlas por eso, sino que también vale la pena porque, sorprendentemente, también son textos bellísimos y muy liberadores.
Sin dejar de reconocer su talento en sus Papeles Falsos y en Los Ingrávidos, creo que a Luiselli no asume que lo privado también es político, que no existe la razón trascendente y que, contrario a eso, apuntalar la idea de que existe con este tipo de textos funciona mucho más en contra de quienes luchan por deconstruirla —como los feminismos y las mujeres (y algunos hombres, pero no todos los hombres) que a partir de ellos descubren que pueden tener otro papel en el mundo— que para generar una verdadera discusión en torno a ella. Al final, nos quedamos con un texto que por su misma postura, más que proponer una salida se queda en una crítica simplona y, hasta cierto punto, peligrosa. Luiselli dice que el nuevo feminismo la hace bostezar pero no se da cuenta de que le salió el tiro por la culata: nada es tan aburrido cuando se entiende bien.