TODO MENOS MIEDO

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#LaPrimeraVez que “sentí miedo”

- Por: helagone

por Óscar Muciño
@opmucino

1

Sinceramente no recuerdo la primera vez que sentí miedo, no creo que nadie lo recuerde, nacer debe ser aterrador; salir de la vagina de nuestra madre cubiertos de sangre y líquido amniótico, ciegos, sin conocer el aire, debe ser un trance lleno de terror y traumatizante. Y más si de inmediato y de golpe nos introducen al modo “inalámbrico” de la vida. Pero no lo recuerdo.

No tengo en la memoria la primera vez que tuve miedo, pero puedo escarbar en la ocasión más lejana en mi memoria en la que algo me provocó miedo, un miedo no producto de las circunstancias de la existencia diaria, sino miedo a una creación, a una ficción, a algo que ponía en entredicho mi entorno. Y unas experiencias sucesivas.

2

Mi madre trabajaba en las tardes, al igual que mi padre, en aquellos años cuando aún era hijo único, una prima (de parte materna) y una hermana de mi papá me cuidaban. Un día tuvieron la ocurrencia de ponerme una película que aún estaba recién estrenada o no pasaba de un año de haber estado en cartelera: Chucky, el muñeco diabólico, si mis cuentas son correctas yo tendría entre 4 y 5 años, no más. La vi completa y cuando terminó estaba temblando de miedo, tanto que mis “niñeras” se alarmaron, y se preocuparon por un posible regaño, me llevaron a Plaza Aragón por helado, a subirme a unos juegos, a pasear pues, para que se me quitara lo asustado, lo cual no lograron. Cuando llegaron mis padres seguía atemorizado y esa noche tuve que dormir con ellos. Hasta el día de hoy aún siento nervios cuando la veo, las secuelas pueden darme risa, pero la primera entrega de la saga del “muñeco diabólico” me sigue perturbando. Hace poco pregunté a mi tía por qué de que me pusieron a verla: “Queríamos ver qué te pasaba”, fue su respuesta y se rió.
Esa película fue el primero de varios desencuentros con mi miedo a los muñecos.

3

Una noche jugaba con mis figuras de la Tortugas Ninja, compradas en el mercado de Sonora, sobre la cama de mis papás. Como ya llegaba la hora de dormir, mi padre me pidió que recogiera mis juguetes, y tiró una tortuga al suelo, lo increpé diciéndole: No tires a mi amigo al suelo, él, por alguna razón que no comprendo, me dijo: te voy a contar un cuento. Me emocioné y le dije que el de los Tres puerquitos, y me dijo, no, es otro cuento. Me narró la historia de un niño que no levantaba sus juguetes y que en la noche ellos cobraban vida y lo despertaban para decirle que jugara con ellos. No sé si mi padre se la inventó o alguna vez la escuchó en otro lado, lo que sí es que no existía aún Toy Story. Obviamente me llené de nuevo de miedo y mucho tiempo dormía esperando que mis juguetes no tomaran vida e interrumpieran mi sueño.

4

A cinco cuadras de mi casa vivía una amiga de mi madre, Mercedes, ella era madre de dos niños un año más grandes que yo, eran gemelos, cada determinado tiempo los visitabamos, a mí me entusiasmaban estas visitas pues eran niños de mi edad con quienes podía jugar.

Los gemelos entre sus pertenencias tenían libros con cuentos “infantiles” ilustrados, uno de mis primeros miedos nació de esos textos; en una visita hojee uno que traía la historia del títere Pinocho (cuento folklórico italiano escrito por Carlo Collodi entre los años 1882 y 1883), las ilustraciones que acompañaban la historia eran dibujos no estilizados, el Pinocho que aparecía era un tronco al que se le habían añadido troncos más delgados y pequeños que funcionaban como piernas y brazos, y que con ese cuerpo rústico vivía sus aventuras. Muy lejano al Pinocho de la película de la productora Disney. Los dibujos sobre este muñeco que tomaba vida y buscaba transformarse en un niño de verdad se quedaron en mi mente como algo inquietante.

pinocho

Después, mi madre un día del niño me regaló una lámpara de noche de Pinocho, (esta vez sí el de Disney), aunque sólo era su cabeza. Me causó miedo desde el primer momento, y más cuando en la noche era lo único que resplandecía en mi cuarto. Le comuniqué a mi madre mi miedo y ella contestó: “Es una lámpara nada más, no tienes por qué tenerle miedo”. Hay un salto entre las realidades que siente un niño y las que ven sus padres. Mucho tiempo esa lámpara me atormentó; la volteaba, no la prendía, dormía dándole la espalda, incluso a veces le pegaba para demostrarle quién mandaba.

Tiempo después no sé de dónde llegó un muñeco arlequín a mi casa, quien los ha visto sabe que también dan desasosiego. Ese arlequín para mí era un cómplice de la lámpara de Pinocho, y para mi imaginación, ambos conspiraban contra mí, así se añadió la idea que un día pondrían a todos los juguetes en mi contra y me atacarían en la noche. Confieso que al arlequín nunca lo pude golpear, aunque sí lo tomaba en mis manos y a veces los sepultaba entre otros peluches que tenía a su alrededor.

5

Los miedos de los niños no deben mirarse desde la perspectiva adulta, la sensibilidad exacerbada infantil, la tendencia a la fantasía vívida y lúcida, elementos que se pierden con el paso del tiempo, hacen más grande cualquier sentimiento. Cualquiera que sea padre debe respetar a un niño cuando dice que algo le causa temor, aunque para el adulto ese miedo carezca de sentido. Esto ocurre también de adultos sólo que a veces no nos permitimos sentir de forma descontrolada, nos han pedido siempre que domemos nuestras emociones, que seamos serenos y pacientes, aunque nunca nos hayan enseñado a hacerlo.