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#LaPrimeraVez que fumé mariguana

- Por: helagone

por Óscar Muciño
@opmucino
Ocurrió el viernes 17 de diciembre del 2004, colindando ya con el sábado del 18 de diciembre. Ese día calé por primera vez la mota y también besé por primera vez a alguien con quien pasaría seis años de relación. Aquí hablaré de lo primero, no de lo segundo.
Concluía el primer semestre que cursé en la universidad. Con ese ánimo que tienen los compañeros en sus primeros meses juntos se decidió salir de viaje a acampar, evento que no ocurriría más. El lugar elegido fue el Parque Nacional El Chico, ubicado en el estado de Hidalgo.
Desde los preparativos del viaje se habló de llevar mariguana para fumar, uno de los compañeros se ofreció a hacerlo. Antes de ese viaje había tenido varias oportunidades de probar la mota, fui a fiestas en las que los porros pasaban de mano en mano, o reuniones en las que ayudaba a sacarle el tabaco a cigarros y rellenarlos de hierba. Si no lo hice fue por una prevención, no sabía cómo me pondría y no quería regresar a casa desconcertado. Por eso el fumar lejos de casa, en un campamento, me pareció que era el mejor escenario para probarla.
Del trayecto hacia Hidalgo no tengo recuerdos, comienzo a tener memoria cuando llegamos a El Chico, ya estaba por caer la noche, por ello nos apresuramos en escoger la zona donde armaríamos el campamento, en armar las casas de campaña y en conseguir leña para la fogata que nos alumbraría durante la noche.
Terminadas esas faenas destinadas a sobrevivir, decidimos a empezar con la fumadera, pero cual sería nuestra sorpresa cuando el encargado de llevar la mariguana no la encontraba, vació sus mochilas, buscó en los alrededores y no aparecía. Con celeridad se armó una expedición para recorrer el camino que habíamos andado para ver si no se había caído durante la caminata. Se hizo la expedición con resultados adversos.
Parecía que la atizada se desmoronaba sin remedio cuando alguien dijo: Aquí está, y levantó su mano con la bolsa de hierba ya limpia, lista para fumarse. La bolsa estaba en el campamento, no la vimos o se escondió, quién sabe, me gusta pensar que al desaparecer quiso averiguar qué tanto interés teníamos en probarla, aunque creo que era yo el único que no la había consumido. Fumamos en una pipa despojada de su boquilla, era la pura cazoleta.
Tras inhalar y exhalar bastante su humo, me inició una sensación extraña, sentí cómo mis ojos disminuían en su tamaño, se hacían chiquitos y mis párpados estaban “caídos”, no fue un hormigueo el que comenzó a instalarse en mi piel, sino un estado de sensibilidad no experimentado con anterioridad, como si la hierba me hubiera vuelto blando.
Eso con respecto a mi cuerpo. Ya con el THC en mi sangre vino otra consecuencia importante de la pacheca, estaba yo sentado en la entrada de una de las tiendas mirando la fogata, en la grabadora que habíamos llevado sonaba un disco de The Doors, cuando alzaba la vista todo parecía iluminarse, cuando la bajaba se oscurecía, obviamente era por que perdía de foco la luz de la fogata, pero para mí tenía que ver con el arriba y el abajo, con cómo la mirada arriba da luz y estar cabizbajo nos pone en las sombras. Estas son las alucinaciones que provoca la mariguana, no pone frente a ti nada que no esté alrededor, sino que tu experiencia sensorial de lo circundante puede transformarse en reflexiones que en ese momento son trascendentales, y lo son porque las experimentamos con todo el cuerpo, más allá de que sean verdaderas o falsas. También ocurrió fue que las canciones de The Doors me hicieron recordar las tardes con mi padre pintando la casa acompañados de un disco de éxitos de la banda, venían a mí claramente las imágenes de los dos pasando la brocha por las paredes.
Otra cosa que experimenté por primera vez fue la dilatación del tiempo, todo pasaba lento. Por ejemplo, en un momento se puso el disco acústico de Soda Stereo, en específico la canción Té para tres, la cual para mí duro más de cuarenta minutos. No sólo eso, cada nota la recibía más “nítida”, como si la canción fuera una novedad en mis oídos, como si sólo ahora tuviera sentido la concatenación de sonidos que se iban presentando a mi oído. El arreglo de la canción (tomado de Cementerio club de Spinetta, cosa que en ese entonces no sabía) se cargó de resonancia. Si con el tabaco la relajación me había enganchado, creo que esta forma de consumir la música fue la que me puso del lado de la mota; confieso que muchos sonidos (como los de la música electrónica) comenzaron a tener impacto emocional en mí sólo hasta después de probar la mariguana.
Pasó el efecto como dos horas y media después. La primera pacheca es entrañable, nunca vuelve a repetirse, hay que atesorarla. Regresamos de El Chico a la ciudad, en mi casa tuve algunos rebotes de la hierba en mi casa, el primero fue raro, los demás ya no, incluso los disfruté.
Con el tiempo me percaté que la comunidad pacheca es de las más tranquilas y compartidas. Además de que hay toda una serie de léxico, claves, accesorios y comportamientos alrededor de ella; la cultura de la droga, le llaman. En ella he encontrado a una consejera, en otras ocasiones calma y también, como en toda relación real, malviajes y regaños.
Quisiera concluir con una recomendación: si usted quiere fumar mariguana, hágalo sobrio la primera vez, si bien la “pachipeda” es un estado clásico, uno puede acceder a él sólo tras un tiempo. La primera vez fumen sobrios, en un lugar confortable y donde puedan escuchar la música de su preferencia, compren cosas dulces y saladas, coman, si les da ánimo salgan a ver las calles bajo los efectos de la hierba. Y una vez que vaya disminuyendo la pacheca, ahora sí, si gustan, dense una chela.
Y parafraseando a un conocido pachuco: Llevo casi trece años fumándola, y no se me ha hecho vicio.