TODO MENOS MIEDO

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#LaPrimeraVez que fui al dentista

- Por: helagone

por Óscar Muciño
@opmucino
El dolor, el sonido de la fresa y la sensación de su taladro en los dientes, el olor a amalgama, el semiacostarse y tener la boca abierta durante un largo tiempo son algunas de las razones por las que la gente suele no tener ganas de ir al dentista.
Los dientes son una cuestión de estatus, han dejado de verse como simple piedras que tenemos en la boca para pulverizar los alimentos. La blancura y el buen acomodo de las piezas dentales ya ha adquirido la fuerza de un criterio estético. Por eso también los precios de una consulta en el dentista son caros y no están al alcance de todos.
Mi primera experiencia con el dentista ocurrió en uno de los consultorios del Instituto Mexicano del Seguro Social, tenía yo menos de diez años y no recuerdo a bien cuál fue la causa que me llevó a tener que ir a visitar al médico de los dientes, seguramente una caries por comer dulces.
Supongo que ante los costos de una consulta con un dentista privado mis padres prefirieron mandarme con el dentista de la clínica en la que mi madre trabajaba. Mi madre era asistente médica en un consultorio en la clínica familiar número 92 del IMSS; su labor consistía en recibir a los pacientes, pesarlos y medirlos, dar citas y llevar los archivos.
La clínica tiene varios pisos, pero recuerdo que en la planta más alta estaba la sección dedicada a los dentistas de la clínica. Yo, como era de esperarse, iba con mucho miedo a esa cita y pues ese miedo se acentuó conforme me acerca al reclinable donde me atenderían.
Tanto fue mi miedo que me resistí a que me pusieran en esa silla, no sólo me resistí de palabra sino también de acción, intente correr, patalee, lancé manotadas, cómo habrá sido mi reacción que llegaron tres médicos más para someterme, y pues ante cuatro esbirros del tratamiento médico agresivo, me vi sometido, llorando y en el sillón. Uno de los médicos me mantenía en el sillón, otro me abría la boca y otro echaba un vistazo en ella para ver el estado de mis dientes.
La revisión fue un fracaso porque a pesar de estar sometido no dejaba de llorar, además ante los poco ortodoxos métodos de los dentistas mi madre estaba enojada, por lo que en algún momento paró la revisión y me llevó a casa. No si antes lanzar una perorata contra el personal, al que muy posiblemente conocía.
Fruto de esta experiencia nunca más quería pasarme por otro consultorio dental, pero llegando a la adolescencia empecé un tratamiento de ortodoncia, para mejor la apariencia de mi sonrisa, me pusieron braquets. Por fortuna todo fue diferente con la doctora Mireya, una mujer delgada de pómulos con pecas y con una facilidad para el chiste y el hacer sentir en confianza; ella siempre me trató bien, era bromista, me platicaba de sus cuitas y alegrías amorosas e incluso mientras esperaba a que la anestesia hiciera efecto se divertía exprimiendo los barros que llegaba a tener en la cara. Gracias a ella ahora tengo, no una sonrisa bella, pero por lo menos presentable. Sin su intervención en el acomodo de mis dientes no sé en qué grado se habrían aumentado mis inseguridades, siempre le agradeceré haber aumentado el donaire y presencia de mi rostro.