TODO MENOS MIEDO

EN VIVO

EN VIVO

Del Colonialismo al Necrosionismo: siete décadas de Resistencia Palestina

- Por: helagone

por Christian Nader
@ExoSapiens
Hoy se conmemorarán siete décadas de la Nakba, la catástrofe, la expulsión de los palestinos de su tierra ancestral a partir de la llegada de cientos de miles de judíos europeos que colonizaron y se apropiaran de Palestina como si fuese un páramo virgen y despoblado. De la noche a la mañana los pobladores de habla árabe, cristianos y musulmanes por igual perdieron sus propiedades, su estilo de vida y su legado, forzados a abandonar las aldeas y ciudades, granjas y talleres en la costa y la montaña, en un cambio demográfico forzado que hasta la fecha sigue afectando a sus descendientes, un pueblo vejado y humillado en un exilio involuntario. En la actualidad, después de haber perdido gran parte de su territorio, Palestina está poblada por poco más de cinco millones de personas, tres millones en Cisjordania y dos millones en el minúsculo, atestado y bloqueado territorio gazatí, que prácticamente se ha convertido en un campo de concentración, donde los palestinos son prisioneros en su propia tierra. En el extranjero residen entre seis y siete millones, incluyendo un millón y medio en la Palestina Ocupada, enclaustrada dentro de Israel, además de cientos de miles en diversas naciones en otros continentes. Palestina se ha convertido en una nación móvil, errante y dispersa, sin embargo, diariamente cargan con su historia y la memoria de las injusticias cometidas contra sus progenitores.

La usurpación del territorio palestino puede ser catalogada como un proceso de larga duración que ha ido acompañado de distintas medidas institucionalizadas para desacreditar su lucha y la propia existencia de millones de personas, incluyendo su milenaria ascendencia. Por más de un siglo, las herramientas del imperialismo expresadas en el orientalismo y el eurocentrismo, han creado mitos y estereotipos negativos enfocados en demonizar a los pueblos islámicos de habla árabe, principalmente a los palestinos, tanto del pasado como del presente. Por ende debemos considerar la ofensiva sionista-imperialista no sólo como un lento genocidio tradicional, sino como un etno-historicidio. El discurso mediático, de la cultura popular y de diversas facciones académicas en Euroccidente ha construido una leyenda negra en torno a la palestinidad, cuya idea central es la negación de la historia palestina, argumentando que es un pueblo de reciente aparición, una especie de cascajo humano surgido de las ruinas del imperio otomano en un espacio presuntamente conflictivo desde una época inmemorial. Esta absurda noción está totalmente alejada de la realidad, y al igual que todas las historias nacionales no europeas emitidas desde el epicentro de poder occidental su principal función es vilipendiar a los palestinos, evitar el retorno a su patria y encasillarlos como antagonistas de los colonos judíos, sus opuestos “lógicos y naturales” en una visión dicotómica de la historia. El pueblo palestino es un crisol de distintos elementos que históricamente han formado parte de Levante durante milenios, principalmente cananeos, arameos, moabitas, edomitas y Pueblos del Mar/Filisteos, además de griegos, romanos, beduinos árabes e incluso remanentes israelitas conversos al cristianismo y posteriormente al Islam. La narrativa oficial del sionismo está cimentada en que los palestinos son un pueblo árabe del montón, mutilando su historia, idiosincrasia y usurpando sus costumbres; esta versión está incapacitada de inicio para reconocer las diferencias entre los árabes (provenientes de la Península Arábiga) y los pueblos arabizados lingüística y culturalmente, una vulgar perorata suele terminar en una “recomendación” de los sionistas a los palestinos: ustedes forman parte del pueblo árabe,  ¿por qué no pueden buscar asilo en otro país como el suyo? Hay muchos espacio en la región.
La identidad ficticia palestina confeccionada por el sionismo viene acompañada de las típicas estratagemas de dominación. En primer lugar nos encontramos con la invisibilización, la cual se puso en práctica con la emergencia del sionismo europeo en el último cuarto decimonónico. Palestina era retratada como un territorio vacío dispuesto a ser poblado y civilizado. Para los europeos, incluyendo a los judíos de las clases acomodadas, en aquellas tierras sólo había uno que otro nómada a camello y unas cuantas aldeas árabes subdesarrolladas. Sin embargo, conforme la avanzada sionista fue conociendo Palestina, se dieron cuenta que estas tierras eran sede de una civilización en extremo sofisticada con una conciencia nacional plena y un sentido de pertenencia a su tierra, empapada por miles de años de contactos con imperios de África, Asia y Europa. Sin duda no renunciarían a sus tierras fácilmente. Por ende, los artificios culturales del colonialismo reconfiguraron su mitología en torno al pueblo palestino: la barbarización. Los palestinos fueron catalogados como salvajes que se apropiaron de la “tierra prometida” a los judíos por su divinidad: si bien la mayoría de los sionistas no eran fervientes creyentes de la Torá, muchos notaban el impacto de las escrituras en los fundamentalistas cristianos de Occidente, los cuales históricamente han sido los mejores promotores del sionismo con tal de ver cumplidas sus aspiraciones mesiánicas y apocalípticas. Al mismo tiempo, los judíos y cristianos seculares conocían el potencial regional, una zona geoestratégica y fronteriza entre dos grandes zonas culturales fundamentales para el mercado capitalista: un subsuelo rico en hidrocarburos y una geografía con abundantes materias primas.

La batalla por Palestina comenzó horas después del colapso otomano y se prolongó hasta el 14 de mayo de 1948 cuando David Grün (Ben-Gurión) declaró la independencia del Estado israelí. Este personaje había anunciado previamente que gracias a la guerra obtendrían el territorio en disputa. A partir de este momento la criminalización del pueblo palestino por parte de Israel y sus aliados occidentales ha sido constante. Sin importar su ideología o credo, todos los partidos y organizaciones que representan los intereses palestinos han sido catalogados como grupos terroristas: Fatah, Hamás, la totalidad de la OLP, e incluso grupos de resistencia cristianos que categóricamente rechazan los ánimos europeos por la llegada de un Juicio Final. A nivel individual ocurre exactamente lo mismo. Cualquier palestino que camine o labore en los territorios ocupados es visto como un delincuente o terrorista potencial, incluyendo mujeres, niños, ancianos y personas en silla de ruedas. De la misma manera son catalogados aquellos extranjeros solidarios con la causa palestina: etiquetados en el mejor de los casos como ignorantes e inadaptados, o peor aún, como antisemitas, pese a que muchos de sus críticas proceden de contextos semitas, comenzando por los árabes.
Históricamente el proceso invasivo de Palestina ha sido presentado como un movimiento migratorio imperativo y necesario para la supervivencia de quienes lograron escapar del genocidio orquestado por el Tercer Reich y sus colaboracionistas europeos adictos a los postulados de la cúpula judeófoba alemana. Pocas veces se cuestionó que las patrias de aquellos supervivientes estaban en la misma Europa, sus hogares históricos durante cientos o incluso miles de años. Nunca se realizó un auténtico esfuerzo para retribuir e integrar a la población de religión judía a sus naciones de origen. Tampoco se tomó en cuenta que la invasión de Palestina fue planificada con antelación, ya que desde el siglo XIX el sionismo europeo primigenio comenzó a patrocinar a una vanguardia de colonos que sentaría las bases para el futuro arribo de millones de judíos procedentes de los cuatro puntos cardinales, lo que demostraría que la creación del reducto colonial no fue consecuencia del Holocausto, sino una operación de conquista tradicional a gran escala, como muchas otras llevadas a cabo por los imperios coloniales europeos en todo el mundo.
Paralelamente a su llegada a Palestina, los europeos iniciaron una rápida reinvención de su identidad. El judaísmo moderno debía representar una continuidad con el de la antigüedad, por ende recurrieron a la semitización voluntaria de sus nombres y apellidos, al igual que la adopción de un hebreo modernizado como su lengua nacional y materna para sus futuros descendientes. El judaísmo llegó a la era común diezmado y debilitado tras 600 años de matanzas, hostigamiento y conversiones forzadas alentadas por la república/imperio romano (primero pagano y luego cristianizado). Por ende, para seguir existiendo durante el siguiente milenio, el judaísmo postisraelita tuvo que recurrir al proselitismo y asimilación de grupos ajenos al epicentro semita occidental (Canaán/Palestina). Esta estrategia no era novedosa, ya había ocurrido con anterioridad en Mesopotamia, la Persia Aqueménida y durante el período helenístico. En las costas del Norte de África, las riberas del Rin, en las estepas centroasiáticas o en la lejana Sefarad, las filas de aquella religión se engrosaron con nuevos miembros; en los siglos venideros esto se repetiría, pueblos eslavos y caucásicos renunciaron al paganismo convirtiéndose al judaísmo en distintas variantes que se fueron distanciando de  la religión procedente del antiguo Israel. El judaísmo dejó de ser un sistema de creencias exclusivas de un solo pueblo, ahora era una religión, aunque no universal, sí multinacional.

Pese a lo anterior, en la Europa decimonónica habían sacado sus propias y desatinadas conclusiones desde distintas perspectivas pero con un dilema común: el problema judío. Por un lado los gobiernos y sectores de la ciudadanía europea cada vez más fanatizados veían en los judíos a uno de sus enemigos más añejos, el arquetípico traidor y conspirador por excelencia, fuente de propagación de ideologías anticristianas, peste y perversión. No obstante, junto con las bases grecolatinas y germánicas, el judaísmo era uno de los pilares de su civilización y un elemento necesario en sus exégesis bíblicas apocalípticas. Sin ellos su mesías no se presentaría, por ende surgieron proyectos para crear estados nacionales judíos en distintas partes del mundo, África, Sudamérica y por supuesto, en Palestina. Las élites judeófobas tanto cristinas como ateas/secularizadas conectaron inmediatamente al Israel Bíblico con la población judía de Europa. Ambos grupos serían gratificados, los cristianos (en su mayoría protestantes) acelerarían el Juicio Final y los seculares solucionarían el embrollo judío, además de contar en el futuro con un fiel e incondicional estado títere en Oriente Medio. El documento redactado por el ministro del exterior británico James Balfour selló el pacto entre el imperio británico y la élite del sionismo de aquellas islas, encabezada por el banquero y barón judeobritánico Lionel Rothschild, quien estaba fuertemente vinculado con el sionismo en la Europa continental. La suerte estaba echada, el sionismo ya había puesto sus ojos en Palestina; sobra decir que el punto de vista de los palestinos nunca se tomó en cuenta.
Con el fin de la Gran Guerra, las victoriosas potencias europeas (Francia y el Imperio Británico) se repartieron los territorios del extinto imperio otomano (de acuerdo a lo estipulado dos años antes en el acuerdo Sykes-Picot). Tras sangrientas guerras de liberación y conflictos sectarios, la nueva geografía mashrequí quedó conformada de acuerdo a los ideales euroccidentales del Estado Nación, la democracia liberal y el sistema mundo capitalista. En el período de entre guerras la inmigración de judíos europeos se incrementó y los choques con la población palestina se fueron haciendo más sangrientos. Con la emergencia del fascismo, el nacionalsocialismo y otros movimientos ultranacionalistas de extrema derecha, las minorías étnicas, religiosas y lingüísticas (al igual que movimientos políticos como el marxismo leninismo y el anarquismo) en distintos países se vieron amenazadas; uno de los blancos principales de los nuevos regímenes era el judaísmo. La aniquilación de millones de judíos europeos agilizó su salida masiva en dirección a Palestina, alentados por los ideólogos del proyecto sionista. Las Ayilot marcaron la llegada de contingentes exógenos a Levante, bajo la consigna de que sólo buscaban refugio en la tierra de sus “ancestros” ante las constantes persecuciones y segregación en Europa. Junto con los inmigrantes comunes se presentaron agrupaciones militantes paramilitares de diversa índole, desde socialistas hasta movimientos religiosos armados; muchos de ellos habían integrado las tropas de las facciones en pugna durante la Guerra Civil rusa y otros tantos eran ex combatientes de los movimientos partisanos de resistencia en Europa del Este durante la Segunda Guerra Mundial, incluso dentro de los mismos ejércitos nacionales, desde el británico hasta el Ejército Rojo. La violencia se exacerbó. Los palestinos sabían que el flujo migratorio no se detendría y que un cambio demográfico de grandes proporciones era inminente.

En 1948, con el beneplácito de las potencias occidentales (incluyendo la Unión Soviética), se declaró la creación de un estado nacional judío. La población palestina y de otros pueblos de habla árabe tanto musulmanes como cristianos quedaron a merced del nuevo régimen enfocado en mantener la supremacía religiosa e incluso nacional de sus ciudadanos, considerados étnicamente judíos, a pesar de la naturaleza puramente religiosa del judaísmo bajo los estándares modernos de los estados nacionales. Previamente, a finales de 1947, la ONU había aprobado la división de Palestina en dos territorios, iniciativa que fue rechazada por los países vecinos, al igual que por las facciones más radicales del sionismo y sus alas armadas como el Irgún, organizaciones que introdujeron el terrorismo moderno en el Máshrek y que a la postre se convertirían en el ejército oficial del colonialismo sionista. Después de la guerra del 48, tras la ineficiente y caótica alianza de los ejércitos árabes y la traición tras bambalinas de diversos gobiernos a la causa Palestina, el recién creado Estado israelí logró imponer sus ambiciones expansionistas y migratorias, rompiendo la demarcación establecida por Naciones Unidas y permitiendo el arribo de nuevos colonos europeos. Poco tiempo después, miles de judíos del Este europeo se establecieron en el territorio ocupado. En los años venideros llegarían nuevos contingentes procedentes de diversas latitudes, principalmente sefardíes y mizrahíes, judíos ajenos al caos persecutorio en Europa en la primera mitad del siglo XX. Estos procedían del Magreb, Irán, Asia Central, Yemen e incluso de India y Etiopía, lugares donde previamente habían convivido con población musulmana o de otras religiones mayoritarias, algo que no se repitió en su nuevo “hogar”, ya que el estado sionista poco a poco fue devorando el territorio palestino y expulsando o sometiendo a los no judíos.
Después de dos conflictos armados a gran escala en 1956 y 1967 (sin mencionar las agresiones de Israel a otras naciones como Siria y Líbano), de setenta años de ocupación y de haber recibido más de 100 mil millones de dólares en apoyo militar por parte del gobierno estadounidense (sin contar las donaciones monetarias de los ciudadanos e iglesias de aquel país) el gobierno israelí celebra el septuagésimo aniversario de su fundación con la inauguración de su Nueva Embajada en Jerusalén , desafiando las leyes y acuerdos internacionales, además de pisotear el ya de por si ultrajado “Proceso de Paz”.  La administración Trump, compuesta por una tropa de fanáticos militaristas y supremacistas religiosos (cristianos y judíos) le ha permitido al ente sionista que exacerbe sus ambiciones expansionistas y homicidas. La lucha de los palestinos tiene pocos parangones en el mundo contemporáneo. Un pueblo sin un ejército regular víctima de un bloqueo económico que en este momento se enfrenta a la sexta mayor potencia del orbe (una nuclear) con hondas y piedras sólo puede provocar un profundo respeto y admiración. Pero debemos ser realistas, la opinión pública, las cautelosas condenas de organismos internacionales y los pocos pronunciamientos a su favor y apoyo incondicional por parte de un puñado de gobiernos no tiene ningún peso frente a esta nueva ofensiva del imperialismo estadounidense y sus lugartenientes en Tel Aviv. Nos encontramos en una tétrica coyuntura. Tradicionalmente Israel ha hecho oídos sordos a los llamados y advertencias de la comunidad internacional (las cuales nunca prosperan o se ven censurados por EEUU y sus aliados), sin embargo el cinismo y el salvajismo que en los últimos años ha mostrado el régimen de Benjamín Mileikowsky (Netanyahu) no tiene precedentes, ni siquiera en tiempos de los tristemente celebres carniceros como Ariel Scheinerman (Sharón). Por primera vez en la historia todos los sucesos son transmitidos al mundo entero en tiempo real sin la tendenciosa intervención parcial de los grandes conglomerados mediáticos.

Durante siete semanas hemos visto a la población palestina movilizarse hacia los muros que la separan del territorio ocupado. Ondeando sus banderas y ataviados con su kufiyat, niños, mujeres y ancianos palestinos, musulmanes y cristianos por igual, gritan consignas frente a las murallas resguardadas por los francotiradores que sin ningún reparo disparan municiones convencionales expansivas con precisión y frialdad. Los medios afines al sionismo aseguran que son terroristas, que están plenamente identificados. Las víctimas incluyen amas de casa, infantes y personas amputadas en sillas de ruedas (previamente mutilados en bombardeos israelíes). El saldo del 14 de mayo ya ronda los sesenta muertos y más de 2,000 heridos, muchos de ellos de gravedad. Las excusas israelíes cada vez se vuelven más ridículas. Han llegado a afirmar que todas las víctimas son miembros de Hamás o bien que las protestas son organizadas por Teherán; creo que es innecesario mencionar que ambos “sospechosos” suelen ser enemigos, Irán es una República Islámica chií y la Hermandad Musulmana (Hamás) suní. ¿Qué pudo haber impulsado al ente sionista a exacerbar aún más su obscena barbarie al grado de la desfachatez? Sin duda sus vínculos oficiales y públicos con ciertos países árabes, principalmente la Petromonarquía Saudí, el otro gran aliado de Washington en la región. Desde que se anunció que Mohámed bin Salman se convertiría en el heredero de la dinastía Saud, la normalización de las relaciones entre Riad y Tel Aviv se aceleraron.
El último lustro ha estado marcado por las acciones conjuntas de la mancuerna sionista-wahabí salafí en la región. Mientras la monarquía financia a grupos multinacionales como Daesh en su Yihad en Siria, los hospitales en el Golán sirio ocupado por Israel atienden a los terroristas mercenarios heridos, donde también reciben armamento de última generación. Esto se repite en Yemen, nación víctima de otra mortífera ofensiva por parte de Riad. Es de sobra conocido que Tel Aviv (además de EEUU y Gran Bretaña) apoya logística y militarmente a los Saud en su genocidio contra el pueblo yemení. Aunque el apoyo de Israel a nivel mundial ha decaído, no se puede decir lo mismo a nivel regional. A la postre la unión impía con los reyezuelos del petróleo y el gas árabe tiene dos objetivos claros: homogeneizar los intereses económicos energéticos e iniciar una agresión directa contra la República Islámica de Irán.

En las tediosas crónicas televisivas que rayan en el snuff, o en los morbosos reportajes de la prensa, el pueblo palestino ha pasado de ser un elemento invisible o una amenaza terrorífica a una víctima o daño colateral tristemente necesario para que “la única democracia”, “el estado más desarrollado y próspero de Oriente Medio” pueda afianzarse y prologarse a la eternidad, una consecuencia del “progreso” a la estadounidense y de la civilización occidental.  El mundo entero ha sido testigo de la ilegalidad sistemática y normalizada del gobierno y el ejército colonial israelí, sin embargo, hasta el momento no existe fuerza en el planeta que se atreva a desafiar el cruel e inhumano poderío conjunto del imperialismo estadounidense y de su sheriff/carcelero/verdugo sionista. Los organismos internaciones están maniatados o rebasados y en cada país industrializado existen lobbies y grupos de presión que favorecen a Israel. El movimiento mundial de boicot, desinversiones y sanciones contra la economía israelí avanza lentamente y no puede compararse a la ayuda que Washington le brinda a Tel Aviv, que en los próximos diez años recibirá cerca de 40 mil millones de dólares en ayuda militar. Las dos últimas décadas han estado marcadas por la consolidación de la Necropolítica, un concepto desarrollado por el camerunés Achille Mbembe. Estados coloniales como el israelí se mantienen intactos gracias a su necropoder, el cual se manifiesta a través del genocidio, el terrorismo de estado y el colonialismo descaradamente exhibido en los medios de comunicación y sonorizado con los aplausos de los simpatizantes angloparlantes del sionismo.
Palestina perdurará siempre y cuando los pueblos del mundo mantengan una lucha unificada contra el imperialismo depredador, ya que la inmensa mayoría de las naciones reflejan las desgracias de nuestros compañeros palestinos, cuyas vidas no tienen valor alguno en aquella Tierra Prometida exclusiva para unos cuantos privilegiados.