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#NotaAlPie. Historia apócrifa de la primera campaña política

- Por: helagone

Texto publicado en Nota al pie
Por Juan Pablo López Quintana
Quince años habían corrido de la conquista y la destrucción de México cuando Toribio de Benavente, fraile franciscano mejor conocido por los indígenas como Motolinia («el pobre y humilde»), anunciaba con el pecho hinchado de orgullo que «más de cuatro millones de almas habían sido bautizadas». En tan solo 15 años, la Iglesia Católica podía contar, reloj en mano, la progresión de adeptos a su fe y la ventaja frente al protestantismo de Lutero, que comenzaba a desafiar al catolicismo en un continente que, en unos cuantos años, se sabía caduco frente a los nuevos descubrimientos geográficos. Ni tardo ni perezoso, Motolinia, aprovechando el escenario y el horizonte que se abría a sus pies, decidió orquestar la primera campaña de publicidad política en México, de la cual aún somos herederos. La llegada de la primera imprenta  y el desempleo en aumento en proporciones alarmantes en el Nuevo Continente, confirmaban sus intenciones y sospechas: ganar de antemano la fe de nuevos adeptos a la Iglesia Católica era sólo cuestión de voluntad y buenos deseos.
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Buscó a viejos tipógrafos, fastidiados de reimprimir bulas papales, para crear una tipografía que reflejara el espíritu contemporáneo: el logro acumulativo y minuto a minuto en aumento ganado por la Iglesia Católica, merecía rebasar toda  frontera. “Mi campaña no tiene límites ni fronteras”, repetía en cada ocasión que un obstáculo se atravesaba en su camino. Así fue como fueron impresos miles de folletos, pasquines, volantes, carteles, pancartas, rótulos, letreros, etiquetas y anuncios que distribuidos de todas las formas posibles llegaron a los cuatro puntos cardinales. Antiguos guerreros águila y guerreros jaguar sin ejército, tlatoanis sin religión, alfareros sin taller, gobernantes sin gobierno, campesinos sin tierra y astrónomos desastrados encontraron fácilmente un empleo repartiendo e imprimiendo estos materiales. Fue así como aparecieron los primeros hombres sandwich por centenas, fue así como miles de botellas fueron lanzadas al mar con un mensaje destinados a los ciudadanos de Cipango (Japón) y Catay (China), fue así como carretas, carruajes, carrozas, embarcaciones, galeones y trajineras se paseaban sin pasajeros anunciando con mayúsculas los logros de la Iglesia Católica, que además fueron enviados a todos los hogares por medio de cartas.
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Los eslogans fueron redactados en tres idiomas: latín, griego y español, y más tarde fueron traducidos a todas la lenguas indígenas. No podía nadie quedarse sin saber la buena nueva: «¡Cuatro millones de nuevas almas han sidos bautizadas!». Cuatro millones de nuevas almas son arrebatadas de las manos de Satanás y liberadas de alimentar, cotidianamente y por la eternidad, hornos de azufre. Los ojos de los conquistados y de los conquistadores fueron entrenados a leer los mensajes que pasarían de ahora y en adelante frente a ellos. Cuando Carlos V supo de la difusión que Toribio de Benavente, alias Motolinia, hacía de los logros de su Iglesia, comprendió de inmediato que le estaban ganando el pastel y decidió contratacar con una campaña más agresiva que incluyeran nuevos medios de transmisión. Así fue como, por orden del rey, todas las ceremonias religiosas fueron acompañadas de vivas al rey, así como en todos los eventos, celebraciones, festividades, verbenas, conmemoraciones y convites  públicos se repartieron pañuelos con el retrato del rey engominado.
No pasó mucho tiempo para que las otras estructuras del incipiente Estado Español se sintieran apeladas a colaborar en la elaboración del caldo publicitario que se cocinaba sin su participación: el Consejo de Indias, la Casa de Contratación, así como las autoridades locales y los municipios hicieron lo suyo por la fuerza, según sentían que les correspondía, con tal de revelar sus logros y sus resultados. Nuevos medios de difusión fueron imaginados e ideados a partir de la creatividad y la inventiva de publicistas convocados de todos los territorios hasta entonces descubiertos. El paisaje en México fue así anegado de propaganda política. El lago de Texcoco fue inmediatamente embebido por la celulosa, las sirenas, ninfas, dioses de la naturaleza, animales fantásticos y mitológicos de todas las religiones fueron envenenados por los polímeros que componen el papel de la publicidad.
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Las campañas políticas que inundaron el paisaje sonoro y el horizonte visual provocaron gradualmente un debilitamiento de la fantasía, la ilusión, la imaginación, la iniciativa, el pensamiento y el conocimiento. El arrojo desgastado de los mexicanos enfrenta desde entonces cada nueva campaña política como una proeza prefabricada, como una hazaña presagiada por doquier, como un desmedido y descarado periodo electoral ya resuelto desde el primer día, y que lo único que anuncia es el mezquino deseo de quien imagina que oponerse a elegir a los candidatos en campaña corresponde a rechazar definitivamente otra posibilidad.