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#NoVotarOVotar. Actos de fe

- Por: helagone

El 7 de junio se acerca peligrosamente. Para algunos es la fecha en que el sistema político recibirá nuestra merecida indiferencia, para otros es de nuevo la oportunidad de ejercer un derecho que no podemos darnos el lujo de perder. No Votar o Votar, cada ciudadano tiene una postura, o debiera tenerla. Frente a la gesta electoral y todos sus vicios, NoFM mantiene una postura crítica y asume su responsabilidad como medio de comunicación para mostrar parte del sentir de la sociedad que se cuestiona el funcionamiento de nuestro sistema partidista. Por ello, del 20 de abril al 5 de junio, publicaremos una columna diaria con la postura de distintos ciudadanos. No Votar O Votar, lo invitamos a participar en este debate.

Actos de fe

Por Natalia Szendro
@szerenata
Debo de decirlo, no soy exactamente la persona más objetiva para hablar de elecciones. Y bueno, cuando me invitaron a participar en este ejercicio me permití hacer una pausa y reflexionar sobre ello.
Expectativa
Desde tiempos inmemorables organizaciones civiles, ciudadanos y activistas han hecho un llamado a no legitimar el proceso electoral. Dicen que ésta es la única manera en la que podremos demostrarle a los servidores públicos y políticos el descontento de la ciudadanía. No entrarle al juego a las instituciones, dicen.
Realidad
En el caso de Hungría, país con el que comparto nacionalidad, y estoy un poco informada con lo que sucede ahí, hace un par de años durante las elecciones generales, sólo una tercera parte de su padrón electoral salió a votar. Dejando la decisión en manos de los movimientos de ultra derecha – léase neonazis– y los movimientos anti gitanos y xenófobos tomaron la mayoría del parlamento. Lo que ha culminado en reformar prácticamente todos los artículos de la constitución de aquel país, mientras que la ciudadanía ha encontrado un lugar en las calles para manifestar su descontento.
En México, la situación no es distinta. Los partidos políticos caminan sin ideología y dejan espacio a que cualquier persona pueda entrar dentro de sus filas con la única pretensión de ganar, o conservar el registro de partido. Ganar es la única moneda de cambio a la llamada ideología, y la ciudadanía en el desamparo no tiene otra opción que el hartazgo, o de acomodarse en donde menos duela.
No nos sorprende que la tendencia apunte a que la población mundial se sienta en descontento con los actores políticos que dicen representarla, pues no lo hace. Las corrientes de ultra derecha y derecha se han apoderado de los puestos públicos gracias al pragmatismo de sus fieles, esos mismos que acuden a votar como una obligación dogmática. El voto duro no sólo nubla la mirada crítica de quienes sin mirar a quien votan por tradición o por conservar su trabajo, también endurece la posibilidad de moverse en un escenario que es poco alentador en términos de bienestar social, sobre todo cuando dicho voto duro no representa ni por asomo a la mayoría.
Expectativa
Veamos, en las próximas elecciones del 7 de junio se renovará por completo la Cámara de Diputados. En ella, durante los últimos años se han aprobado en fast track las reformas que nuestro flamante presidente ha dictado en beneficio de sus propios intereses, o en su defecto, en beneficio de gobiernos y empresas extranjeras, y de quienes detentan el poder, él incluido. –¿Recuerdan el ejemplo de Hungría?– Es verdad, no es una facultad única y exclusiva de la cámara baja, pues como saben, también la Cámara de Senadores tiene que tener opinión y aprobar los dictámenes.
En este caso en específico, la elección intermedia podría lograr un contrapeso importante para lo que le concierne al poder legislativo. ¿En qué ayudaría ir a votar? Justamente a que exista un contrapeso al presidencialismo aferrado que el día de hoy aprueba y desaprueba leyes a su antojo.
Realidad
Conocer nuestro sistema legislativo no es la panacea, no resolverá problemas de desigualdad social, o problemas económicos, ni nos ayudará a encontrar a los 43 estudiantes de Ayotzinapa, ni a resolver el caso Tlatlaya, o encarcelará a los responsables del crimen en Apatzingán el pasado 6 de enero. Gracias a esto no es una coincidencia que estas elecciones supongan tantas ganas de no querer ir a votar. Al fin y al cabo son sólo los diputados, dirán algunos. Pero es justo gracias a esta falta de interés, que en muchos casos, los políticos se transforman en deidades inalcanzables, inaccesibles y, por ende, poco representativas.
Expectativa
El ciudadano común no tiene cabeza ni tiempo para preguntarse qué es lo que está haciendo su diputado. Entonces yo preguntaría, ¿qué pasaría si cambiamos el orden y esencia de dichos factores? El ciudadano común deberá entonces no sólo de ir a votar por el candidato que eligió, también deberá de saber quién ha sido el candidato electo por la mayoría, buscar las vías de comunicación directa con él y estar al pendiente de lo que hace, o deja de hacer. Este mismo ejemplo aplica para las alcaldías, jefaturas delegacionales y gubernaturas que también se disputarán.
Realidad vs. Expectativa
Con lo escrito anteriormente corroboré que mis ganas de ir a votar son más un acto de fe que otra cosa. Fe en que habrá un contrapeso en la Cámara de Diputados. Fe en que la gente se involucrará más allá de las elecciones. Y tal vez eso no suceda.
Y por el otro lado, pensar que no ir a votar o anular es una afrenta contra el gobierno, también representa ese tipo de esperanza, pues no depende de un individuo  cambiar la realidad, se necesita un poco más del 20% de los votos anulados, y el abstencionismo sigue siendo víctima de nuestro sistema de mayorías relativas. Y en este caso, el milagro es más improbable dado que siempre habrá quien esté contento, se sienta obligando o esté dispuesto a cambiar su hambre por un voto.
Ustedes decidan, yo iré a votar con plena convicción de que es posible que no gane la persona que elegí. Y sea quien sea el candidato ganador, a partir del 8 de junio renunciaré a mis derechos como activista de sillón y buscaré línea directa con la persona que asumió representarme.
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Natalia Szendro Morales (Ciudad de México, 1987) Politóloga y amante de la radio de tiempo incompleto.