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#NoVotarOVotar. Bébeme, cómeme… la paradoja del voto

- Por: helagone

El 7 de junio se acerca peligrosamente. Para algunos es la fecha en que el sistema político recibirá nuestra merecida indiferencia, para otros es de nuevo la oportunidad de ejercer un derecho que no podemos darnos el lujo de perder. No Votar o Votar, cada ciudadano tiene una postura, o debiera tenerla. Frente a la gesta electoral y todos sus vicios, NoFM mantiene una postura crítica y asume su responsabilidad como medio de comunicación para mostrar parte del sentir de la sociedad que se cuestiona el funcionamiento de nuestro sistema partidista. Por ello, del 20 de abril al 5 de junio, publicaremos una columna diaria con la postura de distintos ciudadanos. No Votar O Votar, lo invitamos a participar en este debate.

Bébeme, cómeme… la paradoja del voto

Por César Cortés Vega
@cesarcortesvega
Hace años Lalo y Beto —que en orden de aparición son mi padre y mi tío— me convencieron de votar. Yo era un adolescente furioso, como tantos otros, que buscaba cómplices para cuchichear en las comidas, criticándolo todo a la menor provocación. Porque también era ya un pequeño militante de causas inciertas, en el intento de mezclar el anarquismo incipiente de sus lecturas, con un marxismo educativo de base dogmática —no transmitido por mis padres, semiocapitalistas con prejuicios como el del progreso o la decencia, sino por los colegios a los que asistí desde los catorce años—. El argumento para convencerme estaba construido sobre la vieja frase: De los males el menor, y cuyo centro de discusión era el abandono de una pretendida abstención solipsista, para la integración a la vida democrática en la cual se sacrifica la subjetividad personal o de pequeñas colectividades. Simular la participación en la entrega de nuestro poder individual, con el fin de que otros nos representen. El tema, pues, tenía que ver con el nosotros y la calidad de aquellos otros a quienes les confiamos nuestras decisiones. Había que elegir bien a aquellos que pudieran discrepar con la tradición más francamente derechista y corrupta. Así, a pesar de mi resistencia autonómica, voté confiando en que de algo serviría abonar al desarrollo de una tendencia, o al menos colaborar para una mínima desviación y propiciar acuerdos más equilibrados en las cámaras. Fue la primera vez que coloqué cruces negras sobre las boletas, encima de los logos de los partidos menos malos. Y pasaron cosas, y a la vez no pasó nada. Ocurrió el fraude, claro. Seguramente, sí, ciertos equilibrios en la regulación del Estado y sus contradicciones. Luego, de nuevo, nada. Más votaciones, más fraudes, más mediocridad política. Y la crisis actual, que ha significado un retroceso histórico proporcional al desencanto en crecimiento.
Atrapados en el juego de la representación política, pareciera entonces que tan sólo nos queda resignarnos a seguir cumpliendo con estos equilibrios estadísticos. Por ejemplo, recientemente ha circulado un video en el cual el especialista en derecho electoral Roberto Duque explica cabalmente qué pasará con las abstenciones o con aquellos votos anulados: nada. Para el INE, aunque aquel silencio fuese mayor al 50%, eso no representaría una crisis de ingobernabilidad, pues sólo se cuentan los votos emitidos para repartir el pastel de los beneficios del Estado. Lo demás; como si no existiera. Luego de esto, no podemos sino pensar que la ley que define semejante cosa está creada por quienes están en contra de una participación colectiva real. Según una mirada ya bastante ecuánime, eso es ponerle freno a una cooperación equitativa y equivalente, y para mí, un obstáculo para una sociedad que intente superar sus contradicciones.
¿Qué hacer entonces?… El título de este breve texto sugiere aquella paradoja planteada en Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll. Cuando Alicia ingiere el contenido del frasco que tiene un letrero con la palabra “BÉBEME”, se vuelve diminuta. Entonces, al intentar pasar por una pequeña puerta, el personaje recuerda haber olvidado la llave que la abre sobre una mesa, que desde su nueva estatura parece un rascacielos. Luego, decide comer un pequeño pastel cuyo letrero dice: “CÓMEME”. En el acto comienza a crecer, de manera que puede alcanzar la llave, pero a costa de un tamaño adecuado para pasar por la puerta… La simplificación de esto puede sonar forzada, y sin embargo, pienso que al menos sirve para plantear una solución a una clásica dicotomía moral. Bebemos los resultados de una pobre democracia, mediocre y repleta de seres diminutos. Al aceptarla, nos convertimos en cómplices sin llave para acceder al poder. Pero cuando comemos el pastelillo que nos hace sobredimensionar nuestras capacidades como sociedad civil, desarticuladamente y sin memoria, tampoco podemos pasar. Quizá, entonces, para intentar negar ese sistema iterativo, habrá que ser ambiguos en él, y a la vez tratar de definir un territorio que perviva en la exclusión. Una de estas posibilidades es, ya sea que se vote o que no se vote, pugnar para la organización de colectivos críticos que por todos los medios posibles realicen señalamientos a esta simulación democrática. Asambleas, colectivos vecinales, asociaciones independientes, círculos de discusión, redes de trueque comunitario, ejercicios de autoridad popular, etcétera. Si bien esto no traerá resultados a corto plazo, al menos nos obligará a realizar ejercicios de prueba y error, fundamentales en la politización de las sociedades. De lo contrario, seguiremos entregando el poder individual en manos de seres cada vez más corrompidos por la medianía y la codicia…
Acabo entonces así; reivindicando aquella intuición incrédula de origen, cierta rabia muy útil para buscar alternativas y fórmulas paralelas al desencanto.
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César Cortés Vega (Ciudad de México, 1976). Pescador, mono de alambre. Algunos de sus libros publicados son Abandona Silicia (novela), espejo-ojepse (noveleta experimental), Periferias y mentiras. Textos sobre arte, banalidad y cultura (ensayo), Reven (poesía). Dirige la publicación Cinocéfalo. Ha presentado obra visual en México, España, Japón, Irlanda y Dinamarca. Usa máscara de serio; su baile es loco cuando está borracho. http://cesarcortesvega.com