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Historias no contadas: The Old Red Wines en el Multiforo 246

- Por: helagone

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De las muchas historias que relatan las calles nocturnas de la ciudad de México, entre borrachos, perdidos, solitarios y trabajadores, son muy pocas las que logran salir a la superficie del día. La noche es una ola gigante en la que todo se sumerge y al retraerse queda sólo una huella fresca e incomprensible.
Todos buscan presas sobre foros con bebidas relucientes: quizá una buena fiesta, quizá matar un poco el tiempo, quizá un nuevo amigo, un ligue; los más ambiciosos, un sonido. The Old Red Wines se suben, conectan el amplificador Orange, mientras el sueño se respira ya como sal marina, el bartender es un pirata después de una pesada jornada, el público recuerda que hace no mucho era jueves, y que la maldición de la ola es alcanzar la arena. Empiezan a tocar.
 
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Los asistentes nos percatamos entonces que la madrugada es una buena hora para el rock sicodélico; los nervios están forzosamente alterados, sea por el cansancio, sea por otras razones; el ruido es seco y pega inclemente sobre las sillas inmóviles, hace tintinear las cervezas en la barra, golpea los pechos, sale y asalta la calle hasta la esquina; quien pasa por las calles de Querétaro y Zacatecas sabe que el Multiforo 246 está todavía abierto. La puerta está abierta al sueño, que se vuelve una intensa mancha de colores en las paredes, en las pantallas, en las Tropical Sunset, en las que se dibujan por instantes siluetas, un Syd Barret, un Jimi Hendrix, un auto en una carretera a toda velocidad . “200 millas”, afirma Paolo, el vocalista, como para conducir exactamente el viaje, en una sicodelia a la que no le sienta mal el español. Luego comienzan un jam que vapulea el techos con salvajes cambios de ritmo, retazos de piezas que se pelean y se quitan una a otra del escenario; el jam termina en “Horizonte”, el sencillo de Piel Reptil, y reconocemos los sonidos familiares de uno de los mejores álbumes de rock en México este 2015. Paolo, Augusto, Germán y Aldo desconectan el amplificador Orange, se bajan en silencio, la noche los festeja con su propia magia: la hora de las brujas, donde el silencio es el mensaje.
 

 
A simple vista es una noche más, borrachos que salpican las calles en zigzag, gasolineras congeladas en las que el tiempo se derrite lento, autos sumidos en cacerías individuales, ruidos lejanos como luces que se van apagando. Al voltear la vista atrás recordamos a Wolfcast, banda joven que va curtiendo su sonido, para quienes alguien me ha dado una nota con 3 frases: En español; The Hives; The Vines. Les siguió Lynnch, una agrupación peculiar con sintetizadores y saxofón, a quienes siempre vale la recomendación: son los raros los que dominan el mundo, la rareza es la virtud. Tocaron también De Osos, los organizadores del evento, que por un lado reunieron a cuatro bandas de sonidos diferentes y crearon así la noche. Por otro lado presumieron haber desarrollado un lenguaje propio, entre beats electrónicos, música de cálidas pendientes y declives, cero voces, todo experimento e instrumentaciones en ascenso.
Cualquiera diría que no ha pasado mucho, un jueves más con sus espasmos y golpeteos. Pero es en los shows íntimos, que parecen alejados del resto del mundo, en los que como una cuerda se va afinando lentamente el sonido de una generación. Y quien no está ahí para admirar las disonancias, para empujar con un sticker en el muro a que el sonido vaya hacia la nota, se lo pierde, y ya no podrá explicar cómo la noche crea, inmutable, todo lo que vemos, y ya no podrá hacer el recuento que merece una ola que fue frescura, libertad y agitación.
 
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