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#YoAcuso. #PapaEnMéxico. Doscientos años después, la estructura está intacta

- Por: helagone

Por Diego Mejía
@diegmej
Francisco, el primer Papa en reivindicar a Francisco de Asís (la imagen humilde frente a la Misericordia del Señor), fue a Chiapas. Ahí, en el peor de los rincones (habla Marcos), la ofensa clasista y étnica es una herida abierta y ampulosa. En unas horas apenas, resurgen las imágenes torpes y violentas: el indio arrodillado frente al jerarca.
Al gobernador Velasco, ese ídolo de la vacuidad, se le ocurrió que era una gran idea que representantes de algunas de las etnias que conforman el crisol cultural de Chiapas, se santiguaran ante el Santo Padre (la imagen no tiene madre), en señal de respeto y solemnidad. Él y su esposa, fervientes creyentes faranduleros, ajenos a las enseñanzas de amor y respeto del Maestro, besarían con devoción el anillo del Pescador; aguas malas en el prístino lago de la Fe.
Es ofensivo por el abuso, es terrible por lo que significa. Esa misma tarde, Jorge Bergoglio, dedicaría parte de la homilía a Samuel Ruiz, el Tatic, voz de los desposeídos, último aliento de la Teología de la Liberación. Ruiz, al que el gobierno de Salinas calificó como el verdadero comandante de la insurgencia zapatista, entendió como pocos la manera de articular la fe y la queja, ambas raíces profundas en el miseria; acaso la fe es lo único que queda cuando se comete el doble delito de ser pobre y ser indígena en este país.
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La esquizofrenia nacional, enfermedad burguesa, niega y trafica el pasado indígena: mira, qué bonitos trajes autóctonos, cuántos colores, vamos a llevarle uno a mi prima. La cosificación del otro, hablar de los indígenas como ajenos, como un otro que es patrimonio cultural pero pasivo laboral, cuentas públicas paternalistas y detalles que ensucia el pasiaje de Masaryk.
Esa misma tarde de San Cristóbal, el subsecretario de Desarrollo Social y Humano (ay, la ironía), escribió, con foto como respaldo: Me da mucho gusto saludar a mi amigo Angelito, que siempre que vengo a San Cristóbal me da la mejor boleada. El funcionario armando de arrogancia sale abrazo en la imagen de Angelito, la encarnación de la falta de rumbo institucional mexicana. Más tarde, Nemer borró el tuit, más tarde se quiso disculpar; sólo se tropezó su propia estupidez, con su propia soberbia: quería mostrar las condiciones en las que vive el jovencito. Así la justificación de un hombre que trabaja, se supone, en la operatividad de la máxima cartera estatal para el desarrollo social. Duele, ofende, lastima.
México es un lacerado cuerpo social; las llagas no cierran, son un manantial de dolor.
Más grave: para la celebración de la misa en Ecatepec, los organizadores tuvieron la magnífica idea de impedir el acceso con agua y comida; la seguridad como argumento. Impedir el acceso al milagro del Señor: el milagro del pan y los peces. No extraña: Ecatepec fue un lago, la estupidez lo secó, la ignominia ahogó la esperanza.
La visita de Francisco fue la vitrina de eso que negamos, pero que padecemos todos los días: la diferencia entre el acceso y la miseria, el bache entre los carriles del privilegio y la necesidad.