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Postal 62. Días de ume

- Por: helagone

Por Erika Arroyo
@WooWooRancher
El agua se agita con el paso de algunas lanchas y, como si se comunicaran entre ellas, hacen rebotar ligeras ondulaciones de un lado a otro. Algunos insectos se persiguen mutuamente sobre la cristalina y acuosa superficie y al ser tocados por los rayos de sol parecen mutar en pequeños monstruos. Son las tres de la tarde y los cerezos parecen cascadas chorreando sobre el Lago de Kitanomaru Park.
Bienvenidos a esta postal en forma de onigiri.


Los lentes oscuros de un ciego son nebulosas y su bastón un escáner de geishas.


Dentro de la charola metálica, un rollo de sushi le grita a un pedazo de jengibre escupiendo algunos arroces. Los palillos acompañan el altercado con golpeteos sincopados dando lugar al jazz de la disputa.


En la cantimplora, el calpis brilla como manantial, un trago basta para avivar los ojos. Todo se entinta alrededor. Los rostros de unos niños que juegan se fusionan al correr y sus cuerpos se inflan para flotar como globos.


En una hora, si no ha tocado a la puerta algún cólico intestinal, podrá abrir un sobre más de ese delicioso y alucinógeno ume.

Un perro se ha detenido frente al involuntario picnic a olisquear los rastros de comida que parecen los escombros de una erupción volcánica. Les escolta como si semejante catástrofe fuese un templo. Traga algunos restos y jadea como demonio.

Sin zapatos y con el cuerpo pegajoso de sudor, la anfitriona de ese festín regresa rodando. Se para de cabeza y su nueva escolta lame sus mejillas en código morse, luego corre persiguiéndose al rabo. La sangre comienza a llegar al cerebro tiñendo sus ojos, la gente se ve mejor desde esa perspectiva.