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Radiohead y la esperanza de la gente triste

- Por: helagone

Por Israel Pompa-Alcalá
@thesmallestboy
Desde hace días hemos vivido en medio de una tormenta: tuits misteriosos, imágenes borrosas, adelantos del rostro del cantante en una especie de película, pajaritos de madera, anulación de redes sociales… Y de pronto una canción llamada “Burn The Witch” que nos dejaba satisfechas, pero escépticas. Vinieron los “genios”, los “qué hueva”, los “qué emoción”, los “está muy aburrida”, los “se parece a Coldplay“, los “Johnny Greenwood es una pistola”, los “qué chingón video”, los “pus sí está chido el video, pero la rola nel”, etcétera.
Estábamos en eso, cuando de pronto, lo que suponíamos un adelanto fílmico, cobró vida en una pieza de seis minutos llamada “Daydreaming“. Algunas nos rendimos emocionadas: la magia estaba de regreso después de un tropezón ocurrido hace cinco años.
Otros, en cambio, confirmaron que debían darle la espalda a esos sonidos de piano, a esas voces al revés, a esos arreglos de cuerda sello de la casa, a esa producción prístina, a esa banda que los había decepcionado desde hace cinco años o más, so pretexto de que todo suena igual, de que son una eco de la tristeza más solemne.

El asunto es que todas y todos estábamos ahí, haciéndoles caso. Porque hay bandas que son capaces de convertir una generalidad en un suceso, en un evento. ¿Cómo evitarlo, si se trata de la nueva obra de una agrupación que en un período de diez años (1997-2007) nos entregó tres obras maestras (Ok Computer, Kid A e In Rainbows) y dos discos grandiosos (Amnesiac y Hail to the Thief)? A pesar de ese hueco llamado King of Limbs, hay algo en Radiohead que vuelve inevitable que les prestemos toda la atención que hemos perdido a fuerza de Internet. Por eso estamos aquí, porque ayer lanzaron A Moon Shaped Pool y todos corrimos a escucharlo, sea para alabarlo o para destrozarlo.
Y así fue: entre descargas ilegales y streamings, todas fuimos parte del mismo fenómeno. Le buscamos, como siempre ocurre con ellos, tres pies al gato: primero, los tracks acomodados en estricto orden alfabético.
Segundo, sólo cuatro canciones originales, pues siete de los once tracks ya habían sido presentados en distintas formas y versiones.
Tercero, “True Love Waits“, uno de los máximos himnos de la banda, por fin en una versión de estudio.
¿Estas cosas significan algo? ¿Son puras coincidencias? ¿Hay un mensaje cifrado? ¿Se están burlando de nosotros?
Respuestas aparte, lo importante es lo que nos dicen hoy, lo que tocan hoy, lo que nos cantan hoy. A Moon Shaped Pool arranca con los sencillos ya conocidos, así que nos vamos al track 3, “Decks Dark“, primera agradable sorpresa, donde la melancolía de “Daydreaming” se mantiene, aunque un tanto más poderosa, muy en la línea de lo hecho en In Rainbows e incluso Hail to the Thief (atención especial al gran bajeo de Colin Greenwood).

La canción número 4, “Desert Island Disk”, es una joyita acústica que se eleva a una especie de jazz suave. La frase “different types of love are possible” es un mantra que llega al final de la composición.
Ful Stop” es una canción que igual pudo salir de las sesiones de In Rainbows, sobre todo de aquellas composiciones más cercanas al rock. Tensa, con un bajeo seco pero poderoso, la siempre precisa batería de Phil Selway, las guitarras que otorgan mayo color y dimensión a la canción… en fin, uno de los temas más sólidos del disco.
Después llega “Glass Eyes”, que abre con acordes de piano, algunos efectos de teclas a la inversa y un arreglo de cuerdas magnífico. Thom Yorke abandona los fraseos largos y canta en pequeñas frases, lo que significa una bocanada justo a la mitad del disco. La producción y la orquestación se roban la canción: una auténtica obra maestra del diseño de sonido.
El track 7, “Identikit” tiene como protagonistas a una guitarra percusiva, así como una batería con un ritmo muy interesante. La composición empieza suave, casi nimia, hasta que a la mitad entran bajo, guitarra, sintetizadores y más voces para hacerla crecer muchísimo. El solo de guitarra es una maravilla sin desperdicio.
The Numbers” es una pieza que nos recuerda lo mismo a Amnesiac que a Hail to the Thief. Buena composición, pero sin mayores aportaciones.
Todo lo contrario ocurre con el siguiente track, “Present Tense”: una suerte de bossa nova moderno, una traducción de los trópicos vía la melancolía de los cielos plomizos ingleses. Una auténtica joya.

El penúltimo track es una pieza olvidable de nombre complicadísimo, a la cual es mejor no prestarle atención.
Todos los discos de Radiohead tienen una cosa en común: la última canción que aparece en cada uno de ellos significa algo especial, ya que procuran cerrar con piezas épicas o emocionalmente fuertes. En este caso, “True Love Waits” tiene los honores de cerrar este muy buen álbum. Si bien la canción es archiconocida, aquí aparece en una nueva versión, mucho menos esperanzadora y un tanto más asfixiante y hasta angustiante. Sin embargo, prevalece en ella la letra original, que no es otra cosa que un canto a la esperanza.
Y al final, de eso es de lo que nos habla Radiohead en este disco. De la esperanza. Ese es el mensaje que hoy nos otorgan a nosotros, un puñado de personas que no sabe muy bien hacia donde moverse, en qué creer, a qué dioses rezar, cómo amar, a qué asirse aunque sea un rato en medio del caos, el ruido y la furia. Sea para odiarlos o para amarlos, el quinteto inglés hizo que todos volteáramos de nuevo a un solo punto, que fuéramos capaces de concentrarnos durante 52 minutos con 31 segundos en una sola cosa, que hoy estemos escribiendo o leyendo u opinando o destruyendo o alabando la nueva creación de Yorke, Greenwood, O’Brien, Selway y Godrich. Porque al final, dichos personajes se han encargado de recordarnos que, en medio de un mundo donde es prácticamente un tabú tener emociones, está bien cantar cosas como que el verdadero amor espera en algún lugar pacientemente. Y esa es la máxima esperanza para nosotros, una generación de gente triste. No dejemos de cantar. No dejemos que esto se vaya. Que no se vaya.