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#NationalGeograffiti 38: Pas(e)o del Norte

- Por: helagone

por Christopher Nilton Arredondo
@niltopher
Nicolás Alvarado cita en su polémico artículo de Milenio a José Luis Paredes Pacho, director del Museo Universitario del Chopo, en torno a la obra de Juan Gabriel: “si oyes el popurrí de Bellas Artes, verás el hallazgo de un mariachi soul, con arreglos tipo era de Acuario y riffs de guitarra funk con orquesta sinfónica.” Lejos de la precisión que tiene Pacho para la cultura pop, escribí en un graffiti anterior, a propósito de Negro Coyote, que el éxito de Juanga viene de la fusión de elementos, tanto de la música popular más difundida en México y América latina antes de los 60, como de las tendencias internacionales (principalmente anglosajonas) más difundidas luego de esa década.
Estamos de acuerdo en que el mérito de Alberto Aguilera Valadez para convertirse en figura de renombre es indiscutible. Sin embargo, su fama no le resta solidez a las observaciones muy personales de Alvarado. Curioso, a mí tampoco me gustaba Alvarado como director de TvUNAM, precisamente por “su aura Televisa” y el “clasismo”; sin embargo, su artículo expresó no sólo su sentir sino el mío: a mí, Nilton Arredondo, tampoco me gusta Juanga, y su muerte me viene guanga.
Que quede claro entonces que no fue Juanga lo que me llevó a Cd. Juárez el pasado 9 de septiembre, aunque mis fotos afuera de su casa y del estacionamiento que solía ser el Noa Noa digan lo contrario. Fui a reunirme con mi hermosa amiga Karen, para darle en persona uno de esos abrazos con los que uno se despide por Whatsapp. Como no creo en la predestinación, considero puritita casualidad que mi amiga viva en la misma ciudad en la que nació el difunto divo, que tuvo a tantos seguidores consternados durante semanas.
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A Chihuahua llegué para leer unos textos en el marco del Encuentro Nacional de Escritores Jóvenes Jesús Gardea. La cita fue en La Casa de los Milagros (Victoria #812, Centro), un restaurante-café-bar de apariencia histórica. Tuve oportunidad de escuchar a escritores jóvenes, algunos malos lectores en voz alta, pero todos técnicamente muy buenos, “con oficio” dirían por allí. Mi mayor entusiasmo se lo llevaron los narradores; Jordano, Mariana e Itzel, son algunos nombres que recuerdo con admiración. Me habría gustado quedarme un rato más con el grupo de jóvenes pero yo, que no lo era entonces y luego de estos días ¡pues menos!, tenía la cabeza ocupada pensando en qué almohada la sostendría esa madrugada.

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Asistí a la presentación de dos libros dentro de las mismas actividades del ENEJ. Dio la casualidad, así como mi visita a Juárez luego de muerto Juanga, que los dos libros a presentar eran cortejados por el tema de la violencia: Huérfanos, de Mariana Orantes, y el sobresaliente Ayotzinapa: el rostro de los desaparecidos, de Tryno Maldonado, cuya presentación fue de gran conmoción. Casualidad fue también que el taxista que me llevó al Aeropuerto al dejar la capital del “estado grande” me hablara de cómo la violencia ascendente ha modificado los hábitos de su sociedad, alimentando algunos pensamientos que me nacieron luego de las presentaciones. No hay predestinación en eso: trabajo en Oaxaca desde hace más de un mes y las conversaciones son las mismas al sur que al norte.
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Antes de que Héctor me contara, como breviario cultural, que el primer bar gay de Juárez (donde estaba echando la chela con Karen y sus amigos) es actualmente el único lugar en la ciudad en el que enfrían la cerveza sumergiéndola en hielo y no poniéndola en un refrigerador, jamás me había preguntado cómo enfrían la cerveza en los lugares donde me emborracho. Héctor dice que el sabor es distinto y yo pienso que, para hacerle al columnista de cosas nimias como el rock y las caricaturas, soy muy poco observador.

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Karen y yo paseamos de noche por Juárez y ella me compra un burrito y me platica sobre el bar Kentucky, donde se inventó el coctel Margarita, así como un relato (genéricamente afiliado a la leyenda, por su base histórica) que explica por qué llaman “Chuco” a El Paso y que involucra un letrero de Shoe Company (Shoe Co.); incluso aventura una hipótesis sobre el origen de la palabra “pachuco” basada en esta anécdota. Yo la escucho con la atención que demanda, no un Juanga, sino un Juanjo Arreola, absorto en una narración de ojos brillantes, labios despintados y acento norteño. Así se acaba mi paseo por el norte, con un abrazo y un beso a una amiga muy querida luego de repartir apretones de mano, risas, miradas y parabienes entre un montón de amables desconocidos.
(Claro que aquí no acabó el viaje: fui de Juárez a Chihuahua, y de Chihuahua a la CDMX, pero eso es puro trámite de la existencia).
Epílogo:
No creo en las predestinaciones. Fue puritita casualidad que para mi viaje a Chihuahua comprara unas horas antes el volumen 1 de Miracleman, de Alan Moore, un día antes de que el “autor original” anunciara su retiro de los cómics.