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#LaPrimeraVez que tuve una fiesta sorpresa

- Por: helagone

por Óscar Muciño
@opmucino
Para ser el centro de atención en reuniones se deben tener unas características especiales, yo en particular no las tengo, no sé lidiar con las miradas encima y las expectativas de la gente, me vuelvo torpe y poco acertado, además que la vergüenza me paraliza un poco.
Esta es la razón por la que mis cumpleaños me resultan fechas complicadas, puedo manejar los ojos de mi familia nuclear mientras me cantan Las Mañanitas, pero si la audiencia es mayor ya me entra la incomodidad.
No sé a bien qué edad cumpliría cuando a mis padres se les ocurrió hacerme una fiesta sorpresa, como el recuerdo es vago es muy probable que tuviera menos de 8 años. Ya había tenido otras fiestas de cumpleaños, una en un salón de fiestas con motivos de personajes de Disney, que rentaban a precios bajos y a pagos mensuales para los empleados del IMSS, un par en casa (en uno con un pastel de campo de futbol donde se disputaba un Pumas vs Chivas) acompañado de mis amigos de la cuadra y la familia. Pero llegó la fiesta sorpresa.
Ese día me bañaron relativamente temprano, me pusieron mi ropa de fiesta, no entendía muy bien por qué pero tampoco se despertaron en mí sospechas. Mi papá me llevó a Plaza Aragón, el centro comercial más grande que estaba cercano a la casa en Ecatepec; recuerdo que me consintió mucho, me llevó a jugar “maquinitas”, comimos algo ligero, me compró frutsis, y cuando regresamos a la casa creo que le avisaron que aún no estaba lista la fiesta, o lo intuyó, porque dimos unos rodeos extraños para llegar, pero ni así sospeché que en mi casa se estaba cocinando un festejo en honor de mi fecha de nacimiento.
Cuando al fin pudimos llegar a casa, entramos y me recibió el clásico grito de: ¡Sorpresa!, mi primera reacción fue de espanto, mucho espanto, tanto que mi primer movimiento fue correr a las escaleras para subir y encerrarme en mi cuarto; mi mamá y papá subieron por mí, para ese momento yo estaba en una especie de paralisis acompañada de llanto, me negaba a bajar y enfrentar a la gente que había ido a festejarme.
Después de muchas súplicas y un regaño bajé, la gente me recibió con una breve ovación, y pues ya, me entregué a la algarabía, aunque sí, contrariado y aún con pena.
Ya nunca más hubo fiestas sorpresa para mí, e incluso a veces ha salido la anécdota a colación, por supuesto, para hacerme burla de mi berrinche, aunque para mí no fue berrinche, fue más un aliciente a esa timidez que tengo y que a veces por mis actitudes parecería que no existe.