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#PecesSueltos presenta: Sibylle Baier

- Por: helagone

“A Loose-Fish is fair game for anybody who can soonest catch it.” Herman Melville, Moby Dick

Si la música se parece al mar, y lo habitamos todos, hay especies raras, que se ven poco y extraña vez son capturadas. Aquí surcamos las olas para hacerlos más evidentes.

Sibylle Baier: la belleza de lo que nunca se dijo

por Ana Martínez de Buen
@Anamdb

Give me a little smile while I lie by your side
beyond words we rest
so leave the best unsaid
(Sibylle Baier, Give me a smile)

 
Frente a nosotros hay una joven de perfil, con nariz pequeña y labios delgados. El pelo le cae sobre los hombros hasta las clavículas y fuma un cigarrillo que parece interminable -sostiene uno en todas sus fotografías-. Nos convertimos en testigos de un secreto que no era para nosotros pero nos fue revelado por pura fortuna. Ella no sabe que podemos escucharla, que su voz nos llega mientras caminamos al trabajo, esperamos en alguna sala llena de revistas o nos perdemos en algún pensamiento. Ella cabe en todos los espacios y los conquista como una tela de seda que cubre cualquier superficie con dulzura y sutileza. Nos convirtió en voyeristas no intencionados que miran por ventanas que dan de una habitación a otra, habitaciones que realmente son jardines.
Sibylle Baier creció en Stuttgart, Alemania. Casi no hay información con fechas específicas en internet, todo lo que podemos encontrar son aproximaciones a momentos y anécdotas que no quedan claras. La única fuente confiable parece ser su página, que en realidad no es suya, sino de su hijo Robbie; una plataforma para acercar a la audiencia a la música de su madre.
Lo que sí sabemos es que vivió su juventud en los 70. Eso significa que es parte de una generación alemana muy particular, aquella que creció en el post nazismo, momento en que las actitudes políticas no eran una simple sugerencia, sino una herramienta de sanación para un país que resurgía de las cenizas. Sus amigos eran artistas, entre ellos se encontraba Wim Wenders. Sibylle aparece en una de sus películas, “Alice In Den Städten”, en una pequeña escena donde canta “Softly” a bordo de un ferry junto a su hija.

Cuando tenía 16 años cayó en una fuerte depresión que la mantuvo en cama por meses. Según cuentan, su amiga Claudine, la sacó de su casa y la llevó a un roadtrip hacia Estrasburgo. El viaje se alargó y pasaron por los Alpes hasta llegar a Génova. No sabemos mucho de lo que ocurrió en ese viaje, pero la evidencia que nos queda de los siguientes tres años da para contar una historia hermosa. Con la ayuda de una guitarra, cintas de cassette y una grabadora reel-to-reel, Sibylle grabó 14 tracks que más que canciones parecen ventanas.
Repartió unas cuantas copias a sus amigos y familiares y guardó el resto, un poco a escondidas. Se casó, tuvo hijos, se mudó a Massachussets y se dedicó a ser madre y ama de casa, guardando las cintas como un secreto, olvidándolas en algún lugar de la casa.
Treinta y cinco años después, su hijo Robbie encontró los cassettes y quedó maravillado. Convenció a su madre de lanzar el álbum Colour Green. Utilizaron las grabaciones casi exactas a como habían sonado en su pequeño cuarto de estudiante tres décadas atrás, sólo le agregaron pequeños arreglos en el estudio de grabación de Robbie, quien es productor musical. Gracias a los contactos de Robbie, el CD llegó a manos de la disquera Orange Twin, quienes no dudaron en agregarlo a su catálogo y lanzarlo el 7 de febrero de 2006.
Conocimos Colour Green y Sibylle Baier se reveló ante nosotros como el significado de su nombre: Sibylle= Sibila= Adivina. Ella lo había visto antes que todos, muy claramente, con una mirada tan fina que penetra. Vio eso, eso que estamos pensando en este momento y que no podemos decir, porque es un eso de todos los días que raya en lo extraordinario cuando una profeta como ella nos lo muestra.

Nos canta el olvido, con la sutileza de una navaja y el gesto cotidiano de servirnos café. Le da cuerpo a la profundidad mientras acaricia lo habitual cantando. Ahí está la diferencia, porque podríamos leerla como poeta, en el ego de la escritura y la publicación; las letras impresas tienen una permanencia que cualquier sonido jamás tendrá, por más que tratemos de almacenarlo; pero ella canta y le da ligereza a sus profecías con melodías cercanas a latidos parsimoniosos.

Nos platica cómo corta el pan para sus hijos y les pregunta si quieren ir al zoológico con la misma frescura y la misma melancolía con la que describe las ganas que le dan de morir bajo los jazmines en el campo. Da nombre a aquello que es cotidiano y pasa desapercibido, y lo conecta con lo que sólo podemos nombrar por su contorno.
Hay quien la compara con Leonard Cohen, pero me parece un lugar innecesario. Mejor unirla, trenzarla con cantautoras que abordan espacios interiores: Joni Mitchell, Joan Baez, Karen Dalton, Vashti Bunyan… Espectadoras del interior. Vale la pena reconocerla como evidencia de que no se necesitan testigos para que la belleza exista, o en este caso, suene. Si acaso, solamente, causamos ecos.

Su página de internet daba sugerencias vagas de un próximo álbum pero es probable que sea un rumor. A Sibylle no le gusta meterse a internet ni leer reseñas, prefiere que se las platiquen sus familiares y amigos. Dice que se marea. Al parecer fue fácil esconder la caja con las cintas, llevar a sus hijos al colegio, ir de compras y conversar con sus vecinos.
Sibylle nos mostró que existe, tal vez muy a su pesar, y ahora sabemos que hay una adivina, una suerte de oráculo de lo bello y lo efímero viviendo al mismo tiempo que nosotros, y que probablemente aquella que supo ver una esencia clara, también vio hoy la televisión e hizo la lista de las compras.