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Los Festivales están matando al Rock

- Por: helagone

Por Benjamín E. Morales
Primero me paro el cuello: asistí a las primeras emisiones de lo que ahora es uno de los festivales más importantes de rock en Latinoamérica. En esos años (sí, ya tengo la edad para usar esa frase), un concierto en estadio se veía poco, mucho menos un festival, y aún susurraba el fantasma de Avandaro, siempre con miedos y negativas, así que cuando se anunció el primer Vive, para todos se dibujó como un asunto histórico y generacional. Y uno se soplaba las horas bajo el sol, la lluvia, la falta de agua y comida, por eso, por el alma del evento, por lo que decía o quería decir: que estabamos ahí y que ya no íbamos a ver hacia el pasado. Yo soy parte de esa primera generación y las nuevas generaciones no lo comprenden, y qué bueno.
Ahora, los años han pasado, y los festivales se han sucedido uno tras otro, años tras año, y (para viejos como yo) ha perdido algo, algo profundo y elocuente. Algunos sentimos que ha pasado de celebración de principios a simple tardeada. Y no me mal entiendan, me encantan las tardeadas, simplemente ya no estoy en edad para eso.
Y bien, claro que he asistido a las previas emisiones del Festival. Recuerdo con cariño la presentación de Blur o el regreso de Caifanes, entre otros muchos momentos. Pero este año no quise ir, ni obligado e invitado. No. No me dio la gana. Y éstas son mis razones.
1. Costos
Lo cierto es que no necesito embriagarme en un estadio. Lo puedo hacer en donde quiera. Solo o acompañado. Y no tengo que demostrarle nada a nadie. Ya he bebido y beberé, sin reparos. Y la idea de pagar casi cien pesos por un poco de cerveza me parece inmoral. Digo, la cerveza es buena, siempre, pero es cerveza, no es orina de unicornio, y no cuesta eso. De ninguna manera. Y ni hablar de la comida, los costos son pendejos, tal cual. Ya lo sé, todo esto es un negocio, no voy a entrarle al SilvierismoRodríguez de que el arte es primero y esas tonteras, pero cuando te están robando, pues te están robando y no hay muchas maneras de justificarlo.
2. La Bandas
Para un servidor, la selección musical se ha vuelto completamente rutinaria. Parece que con tal de hacer un festival de 4 días, lleno de bandas, los organizadores están obligados a invitar siempre a las mismas. La verdad es que no me quiero fumar de nuevo a Maldita Vecindad, mucho menos a El Gran Silencio, ni hablar de todos los grupos de reggae, que no logro diferenciar (¿hay una ley que dice que el reggae debe ser tan aburrido?). No. Uno ya tiene criterio. ¿Por qué va a ir uno 4 días si sólo quiere ver a 2 o 3 bandas? No tiene sentido. Qué ganas de hacer dinero, qué ganas de explotar una escena pobre y desnutrida. Si el rock en español no da para un festival tan largo, ¿para qué mierdas tratan de inventar algo que no existe? Un día no es poco tiempo y sería mucho más rico e interesante.
3. El pie plano
Miren, yo no miento, o no siempre, y por lo mismo les cuento que tengo el pie plano. Es un padecimiento congénito. No es terrible y te da algunos regalos, como ser incapaz de estar en el ejército. Pero también te impide caminar tanto tiempo. Los huesos te duelen, las espinillas quieren explotar, y tú con ellas. Entonces un Vive Latino se vuelve una carrera hacia la parálisis. Miles de escenarios separados por kilómetros (tal vez no, pero así lo ve un pie plano) no es negocio. No lo es. Y si uno toma en cuenta que en el escenario X va a estar Tex Tex y en el otro Charlie Montana y en el otro la mejor banda de Belice, pues uno mejor se queda a ver documentales en la carpa de Ambulante, o en su casa. Y ni hablemos de la salida, la famosa salida de pingüinos y la espera de horas en el estacionamiento o en el metro o en el camión, y el taxi ladrón o lo que sea. Es una pesadilla.
4. ¿Latino?
La verdad es que, por ahí del festival número diez, la organización se dio cuenta que ya no podían invitar a Café Tacuba a cerrar el concierto, y abrieron las puertas a bandas en inglés. Pero su selección ha sido de lo más predicible, salvo el caso de Tame Impala, y alguna otra. Si quiero ver a una banda que ya ha venido tres veces, pues mejor me espero a su siguiente visita. Las comparaciones son odiosas, pero el Corona Capital hace mejor chamba en cuestión de curaduría. Y uno agradece esa atención. Ya, la neta, el rock en español no da tanta tela para cortar, todo mundo está aburrido y ya no sabe rockear. ¿O qué? ¿Me van a decir que vale la pena ver a Julieta Venegas o a Zoé más de una vez?
5. Estoy viejo
Lo he dicho una y otra vez a lo largo de este texto: el cuerpo ya no me da. La vida te da estas bofetadas de realidad. No hay nada que hacer. Para el que escribe, enfrentar una batalla de 4 días ya no es posible. Y si uno junta todos los puntos anteriores, pues, al día siguiente, frente al espejo, el que observa destruido es un idiota, o sea uno. La dignidad es lo último que se defiende y es sagrado, sobre todo para un viejo, un viejo que aún protege la idea libertaria y rebelde de la música y la unidad, concepto que no empata con ese festival desbocado de mercantilismo y niños flaquitos y bonitos sobre el escenario presumiendo su teclado nuevo. No. Para un viejo, el rock es otra cosa. Y el Vive Latino se ha vuelto un encuentro de gente bien portada.
En conclusión, el Vive Latino es un festival y ya. Ha perdido su lustre. Sin ninguna diferencia con otros. Homogeneizado a fuerzas. Ya no tiene alma. Tal vez es el festival que merecemos. Pero me niego a aceptarlo, ya saben, esa es la postura de un viejo molesto y molido, sin ganas de que lo aplasten. Estoy convencido de que los festivales están matando el rock. Y son ahora una referencia de antaño. ¿Y usted qué opina?
Para una reflexión que alude a motivos éticos y un poco menos personales, les paso este artículo de Proceso.
http://www.proceso.com.mx/?p=368300