TODO MENOS MIEDO

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"Lo di todo por un riff." Dave Grohl y su discurso para Keynote

- Por: helagone

Traducción de Yerem Mújica
Debido a que fui educado por un escritor de discursos de D.C. y una maestra de oratoria, está prácticamente escrito en mi ADN que yo tendría una necesidad insaciable de pararme frente a completos desconocidos y de “echarles choro”. Cuando niño, las cátedras de mi padre eran legendarias. Y frecuentes.
Hace no mucho fui lo suficientemente afortunado como para poder sentarme con uno de mis oradores favoritos, el único e inigualable señor Bruce Springsteen. Bruce, como ustedes se lo pueden imaginar, es un hombre cálido, divertido y brillante y un invitado estupendo para las cenas. Lo felicité por el buen humor de su discurso de Keynote del año pasado y luego le dije que yo era el orador elegido para este año. Él se me quedó viendo un momento. Lentamente hizo esa famosa sonrisa que todos conocemos y adoramos, esa sonrisa que podría iluminar un estadio entero, y después, se empezó a reír. Se rió de mí. Como diciendo “good fuckin luck, buddy” pero siendo sinceros, esa no es la primera vez que alguien me dice algo así, entonces no hay duda de que el mayor honor que me han hecho es compartir con ustedes lo que sé de la música.
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Entonces. Qué es lo que sé…
El músico está primero.
Mi madre dice que yo nací para el aplauso. En la mañana del 14 de enero de 1969, había una clase de doctores jóvenes en un pequeño quirófano de Warren, Ohio; ahí, presenciaron por primera vez un nacimiento. En el segundo en el que yo nací todos en el cuarto aplaudieron, en mis primeros momentos en este mundo, estando colgado de cabeza, cubierto en sangre, gritando mientras era nalgueado por un completo extraño. Tal vez esa fue la preparación apropiada para volverme músico.
Ahora, antes de que nos vayamos más lejos, tengo que agradecer a alguien. Me refiero a Edgar Winter. Por permitir a K-Tel records incluir su legendario “Frankenstein” en la compilación de Blockbuster de 1975. Fue este disco que mi hermana y yo compramos en una farmacia, el que trajimos a mi casa para ponerlo en la tornamesa que mi mamá tomaba prestada de la escuela pública los fines de semana. Fue este disco el que cambió mi vida. Era un verdadero “quién es quién” de los hits de radio de 1975. Pero no fue “That’s the Way” de KC and the Sunshine Band ‪la que me hizo tomar la guitarra que se empolvaba en un rincón. Noup, y no era “Please Come to Boston” de Dave Loggins ni “Fly Robin Fly” de Silver Convention la que me hizo saltar a una van con mis amigos y dejar todo atrás por la música. No. Fue “Frankenstein”. Un riff. Lo di todo por un riff.‬‬

Increíblemente esa canción es completamente instrumental. No tiene vocales. Su batería, guitarras, teclado, percusión; cada uno de estos instrumentos tiene un solo en la canción… y nunca hay vocales. Pero lo que escuché en todos esos solos fueron voces. Las voces de cada músico. Sus personalidades. Su técnica. Su sentimiento. El sonido de las personas haciendo música el uno con el otro. Esa canción me hizo querer tocar junto a otros.
No fue hasta que tuve mi primera guitarra, una Sears Silverstone vieja con un amplificador construido con el case de la guitarra. Olía como un ático lleno de bolitas de naftalina y cables quemados y sonaba como al video “goats yelling like humans” que se encuentra en YouTube –véanlo, es endemoniadamente gracioso–, pero instantáneamente ese instrumento se volvió mi obsesión. Fueron la guitarra y el libro de partituras de los Beatles los que pusieron mi vida en cierta dirección. Dicha dirección nunca fue tomar clases, me entregué a mis propios recursos y dediqué cada hora de mi tiempo a tocar música. Se convirtió en mi religión. La tienda de discos se volvió mi iglesia. Los rock stars, mis santos y sus canciones, mis himnos.
Springfield, Virginia, no era necesariamente conocida por dar a luz rock stars. Una “carrera” en música nunca me pareció una posibilidad. Yo creía que era simplemente demasiado bueno para ser verdad. Yo creía que las caras en mis posters de Kiss no eran pagadas por dedicarse a eso. ¿Gene Simmons? ¡Imaginen! Pero eso nunca me pasaría a mí porque finalmente encontré “mi voz” y eso es todo lo que necesitaba para sobrevivir de ahora en adelante. La recompensa de tocar una canción de principio a fin sin cometer absolutamente ningún error…bueno, eso, podía alimentarme por semanas. El descubrimiento de un nuevo acorde o una nueva nota, podían hacerme olvidar a aquel chico de la escuela que me quería patearme el chingado culo, o a aquella chica linda con el lip gloss y el suéter suave de la que estaba enamorado y que nunca me haría caso. Me gustaba mi nueva voz. Porque no importaba qué tan mal sonara: era mía. No había nadie que me dijera qué estaba bien o qué estaba mal, entonces, no había mal o bien.
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Por mucho que yo deseara estar en una banda, estaba ahí, solo en mi habitación, día tras día con mis discos y con mi guitarra, tocando conmigo durante horas. Ponía almohadas a modo de batería y tocaba junto con los discos hasta que sudaba tanto que de mis posters de Rush se escurrían gotas de humedad. Eventualmente descubrí cómo ser una banda de un solo hombre. Tomé la vieja y maltratada grabadora, ponía un disco y grababa un track de guitarra. Luego tomaba ese cassette, lo ponía en el estéreo, tomaba otro cassette, lo ponía en la grabadora, le ponía play al estéreo, grababa con la grabadora y tocaba la batería mientras en el estéreo se escuchaba mi guitarra. ¡Voila! !Multi-tracking! ¡A los 12 años! Para mi decepción no era el “Sgt. Peppers”, sino una colección de canciones acerca de mi perro, mi bicicleta y mi papá. Sin embargo, hice todo esto yo solo. Por lo tanto la recompensa era incluso más dulce.
Todavía puedo compartir esta obsesión con otras personas. Eventualmente encontré a un niño de mi calle que tenía un viejo sótano. Me encontré a otro con un viejo equipo de sonido. Después de varias sesiones incómodas de improvisación, teníamos una banda. Obstáculo 1: superado. Cuando nos preguntaron el nombre de la banda para inscribirnos a la guerra de bandas de la escuela, nos pusimos “Sin nombre”. No se nos ocurría nada mejor que eso. (Encontrar el nombre de una banda sigue siendo muy pinche difícil, por cierto, ¿Foo Fighters?… ¡vamos, qué absurdo!) Obstáculo 2: desviado. Esa noche “Footlose” de Kenny Loggins jamás sonó mejor. Desafortunadamente nuestro rendimiento entusiasta no fue suficiente para ganar el título a “mejor banda de la preparatoria Thomas Jefferson”, pero lo superamos. Nos esforzamos al máximo para tocar a Bowie, Who, Zep, Cream, Kinks, Hendrix… tocamos en sótanos, patios traseros, fiestas… incluso tocamos “Time Is On My Side” de los Rolling Stones en un pinche asilo.
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Y luego… me fui a Chicago.
Era 1982 y con el escaso salario de profesora de escuela pública de mi madre, nuestra familia había planeado un viaje a la gran ciudad de Chicago para visitar a nuestros parientes que vivían en un suburbio en el Norte, justo donde se encuentra el lago. Llenamos nuestro pequeño Ford Fiesta azul cielo y comenzamos el viaje. Una semana y media de nadar y de comer sandwiches de beef italiano era lo que estaba planeado, aunque a nuestra llegada el tono del viaje se vio instantáneamente definido. Mi prima mayor, Tracey, era ahora una punk rocker.
Al principio, la escuché bajar las escaleras. El chasquido de las cadenas, los golpeteos de las botas pesadas, el olor del cuero fresco de su chamarra que crujía como un viejo navío. Y entonces… la vi. Cabeza rasurada, pantalones con nudos, una playera de Anti-Pasti… ella era para mí un maldito súper héroe personificado. Mis pupilas se dilataron. Mi garganta se constriñó, Me paré ahí, mudo y asombrado. Tracey fue mi primer héroe.
Ella me llevó a su dormitorio y me mostró su increíble colección de discos. Pila tras pila de LPes de 7 pulgadas con nombres que yo nunca antes había escuchado, nombres como: The Misfits. Bad Brains. Minor Threat. Dead Kennedys. The Germs. Flipper. The Circle Jerks. Discharge. Crass. Conflict. Black Flag. White Flag. Void. Faith. The Dicks. The Dickies. The Minutemen. The Adolescents. The Ramones. The Big Boys. GBH. DRI. SOA. DOA. MDC. MIA. CIA. Crucifix. Crucifucks. X. X-Ray. Spex. Wire. Sex Pistols. The Buzzcocks. Rights of The Accused. The Necros. Fang. Government Issue. The Descendants. Me senté y toqué cada uno de los discos. Ese fue el primer día del resto mi vida.
Esa noche fui a mi primer “concierto”, aunque no fue en un auditorio, fue en un pequeño hoyo que se encontraba al atravesar la calle de Wrigley Field, llamado el Cubby Bear. Y no había ninguna banda de la que yo hubiera escuchado. Era una banda local de punk rock con el nombre Naked Raygun. Con un “onetwothreefour” la banda comenzó el ruido más feroz y había cuerpos volando por doquier, escupitajos, cuero, volumen, vidrios rotos y pipí y vómito… Estaba en el cielo. Y ese era nuestro secreto.
Al día siguiente tomé el transporte para ir a Wax Trax records. Compré una playera de Killing Joke y el soundtrack de The Decline of Western Civilization. Me había convertido. Ya no era más uno de ustedes. Ahora era uno de nosotros.

Pero más que el ruido, y la rebelión, y el peligro, era la alegre destitución de aquellas bandas de cualquier fuente convencional, de la estructura popular corporativa y la red underground que apoyaba la independencia musical lo que me inspiró totalmente. A los 13 años me di cuenta de que podía comenzar mi propio sello discográfico, podía lanzar mi propio disco, podía agendar mis propias tocadas, podía escribir y publicar mi propio fanzine, podía imprimir mis propias playeras… lo podía hacer todo yo mismo. No había correcto o incorrecto, porque todo era mío.
Al regresar a Washington, D.C., me sumergí en la escena local del hardcore punk rock. No me había dado cuenta de que una de las escenas más prolíficas e influyentes del país estaba justo en mi propio patio trasero: Minor Threat, Bad Brains, Scream. Estas bandas locales ahora eran mis Beatles. Mis Stones. Mis Zeppelin. Mis Dylan. Y estos eran los pinches años de Reagan, por lo que la música de protesta estaba en su máximo. Mi primer concierto de punk rock al regresar a casa se llamaba Rock contra Reagan, el 4 de julio de 1983. Con el escenario construido en la base del monumento a Licoln el Día de la Independencia, era una receta para el desastre. 700 descalzos, rednecks de Maryland y Virginia con playeras de Lynyrd Skynyrd y Judas Priest, pantalones deslavados con bandanas, convergiendo en la capital de la nación para ver los fuegos artificiales, hieleras llenas de cerveza sólo para encontrar a los Dirty Rotten Imbeciles de Texas cantando su canción “I Don’t Need Society”:
Your number’s up, you have to go
The system says I told you so
Stocked in a train like a truckload of cattle
Sent off to slaughter in a useless battle
Thousands of us sent off to die
Never really knowing why
Fuck the system, they can’t have me
I don’t need society
I don’t need society

Era una revuelta esperando ocurrir.
Yo de hecho compré el disco ese día al cantante que los vendía en la parte trasera de su camioneta. Era de 7 pulgadas y 33 canciones, metido en una funda hecha en casa. Ese disco es aún, una de mis más preciadas posesiones. Cuando el sol se metió y los Dead Kennedys salieron finalmente al escenario, el cantante, Jello Biafra señaló y gritó hacia el Monumento a Washington, llamándolo “El gran hombre del Klan en el cielo, con sus dos ojos rojos parpadeantes”. Bueno, eso fue todo. El barril al fin estalló. Helicópteros zumbaban sobre su cabeza, reflectores gigantes se movían entre la multitud al igual que policías en caballos que soltaban golpes con sus macanas para abrirse paso entre los punks. Yo estaba justo en Apocalypse Now. Esto era mi Woodstock. Esto era mi Altamont. Esto era rock & roll, sin importar qué playera vistieras o qué corte de pelo tuvieras. Esto era [fuckin] real. Me incendié por dentro. Estaba poseído y empoderado e inspirado y lleno rabia y enamorado profundamente de la vida y de la música que tuvo el poder de incitar un maldito desmadre o una emoción o comenzar una revolución o simplemente salvar la vida de un chico.
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Entonces me uní a una banda, dejé la escuela y me fui de viaje. Me morí de hambre. Mis manos sangraron. Sí dormía: dormía en suelos, en escenarios, en los pinches pisos bajo los pinches escenarios. Y amé cada minuto de eso, porque era libre, y quería incitar una revuelta, o una emoción o una revolución o salvar la vida de alguien inspirándolo a tomar un instrumento tal como yo lo hice de niño. Quería ser el Edgar Winter de alguien. Quería ser su Naked Raygun. Quería ser el Bad Brains o los Beatles. Por que eso es la recompensa. Eso es la intención. Tocamos ese tipo de música para que nos dejaran en paz. No había oportunidad de carrera. No había salón de la fama. No había trofeos. Nuestra recompensa era saber que habíamos hecho todo por nosotros mismos y que era real.
Pero inevitablemente no pasó mucho tiempo para que me encontrara varado en Hollywood sin un solo centavo y sin salida a casa, me quedaba en un bungalow de Laurel Canyon con un grupo de chicas que peleaban en lodo. No pregunten. Eso requeriría otro discurso de Keynote entero.
Y ahí fue cuando escuché las 6 palabras que cambiaron mi vida para siempre: “¿Has escuchado algo acerca de Nirvana?”
Nirvana era uno de “nosotros”. Criado con Creedence, Flipper, los Beatles y Black Flag; parecían compartir las mismas ideas, las mismas intenciones. Pero tenían algo más. Tenían canciones. Tenían a Kurt. Lo que no tenían era un baterista. Entonces, sin dudarlo, empaqué toda mi batería en un solo tambor gigante, lo puse en una caja de cartón, tomé mi vieja mochila duffle y volé a Seattle.
Practicábamos en un granero. Cada día. Era lo único que teníamos. No había sol. No había luna. Sólo había un granero. Y esas canciones. Kurt, sin lugar a duda, había encontrado su voz. Cada práctica comenzaba con una improvisación libre que nos servía como un ejercicio de comunicación/colaboración dinámica y musical. Nos hablábamos los unos a los otros sin palabras. La comunicación verbal de Nirvana nunca fue nuestro fuerte, entonces nos hablábamos mediante los instrumentos. Y la combinación de nuestras tres “voces” resultó en un sonido que eventualmente captó el oído de una compañía disquera grande… o de 10 compañías disqueras grandes.
De pronto, fuimos arrojados a una guerra de argumentos con los chicos de A&R que vestían zapatos elegantes de Fred Segal, y con los tipos de promoción radial que guardaban one-hitters en sus guanteras y box sets complementarias, y el jodido Benihana cada puta noche. En una reunión, después de tocar nuestra canción demo “In Bloom” para Donny Eiener en su altísima oficina de Nueva York, Donny volteó hacia Kurt y le preguntó, “¿Entonces, qué es lo que quieren, chicos?” Kurt se encogió en su silla, miró hacia Donny, que estaba sentado en una silla gigante detrás de su escritorio de roble y dijo: “Queremos ser la banda más grande del mundo”.

Me reí. Creí que estaba bromeando. No bromeaba.
Ahora, tienen que recordar cuál era la música dle momento. Aquí está el top 10 de canciones de 1990 según Billboard:
10. Jon Bon Jovi, “Blaze of Glory”
9. Billy Idol, “Cradle of Love”
8. En Vogue, “Hold On”
7. Phil Collins, “Another Day in Paradise”
6. Mariah Carey, “Vision of Love”
5. Madonna, “Vogue”
4. Bel Biv Devoe, “Poison”
3. Sinead O’Connor, “Nothing Compares 2 U”
2. Roxette, “It Must Have Been Love”
Y la número uno de 1990: “Hold On” de Wilson [fuckin’] Philips
¿Cómo a Kurt pudo siquiera pasarle por la cabeza que nosotros íbamos a propagarnos en este ridículo mundo mainstream de pop pulido que estaba más allá de mí? En realidad estaba más allá de cualquiera. No había absolutamente nada de sentido en ello. Era simplemente inimaginable. Era el tipo de aspiración sin remedio, superficial, que estábamos condicionados a rechazar, Básicamente aliviados de cualquier otra intención que ser nosotros mismos. Digo, la primera definición de la palabra “Nirvana” en el diccionario es “Un lugar o estado caracterizado por estar libre u olvidar el dolor, la angustia y el mundo externo”. Nosotros siempre estuvimos apegados a nuestros propios recursos como músicos, día tras día en nuestras habitaciones cuando niños, día tras día en el viejo granero. ¿Qué necesitábamos de ese mundo?
Unos cuantos chicos más de A&R, con zapatos caros; unas cuántas box sets más, unas cuantas cenas más en Benihana, y firmamos un contrato. Siguiendo los pasos de nuestros grandes héroes Sonic Youth, firmamos con David Geffen Company, aventamos todo a la parte trasera de nuestro Chevy y nos fuimos… a Sound City.
16 días. 30 canciones. Esto era el gran momento. Todos aquellos días fríos y lluviosos en el granero, afinando todas esas canciones, hablándonos sin palabras, encontrando nuestra “voz”; todo fue para esto.
Cuando nos estacionamos en Sound City, yo rápidamente advertí que este no era el gran sofisticado estudio de grabación de disquera grande de Hollywood que yo había imaginado. Para nada. Era un hoyo de mierda. Era un tugurio en un complejo de bodegas maltratadas en la profundidad del valle de San Fernando, millas lejos de Fred Segal o Benihana. Era perfecto. Famoso por álbumes legendarios como After the Gold Rush de Neil Young, Fleetwood Mac de Fleetwood Mac, Damn the Torpedos de Tom Petty, Heaven Tonight de Cheap Trick y Working Class Dog de Rick Springfield. Era suelo sagrado pero parecía que nadie lo había limpiado desde que pinche Lindsay Buckingham y Stevie Nicks eran los directores de ese lugar. Alfombra empolvada café: ¡en los muros! Un sofá que habían estado rentando durante 10 putos años.
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Pero después de haber escuchado la primera toma de “In Bloom“, instantáneamente entendimos el legado de Sound City. Esa habitación, y esa vieja consola Neve capturaron algo. Algo que nunca antes habíamos escuchado. No sonaba como nuestro primer álbum, Bleach. No sonaba como las Peel Session que habíamos grabado para la BBC, o el sencillo Sliver, o como los demos. Noup. Sonaba como Nevermind. Era el sonido de tres personas tocando como si su vida dependiera de ello, como si hubieran esperado todas sus vidas para que este momento fuera capturado en un carrete con cinta de dos pulgadas.
Después de aproximadamente una semana en Sound City, por la razón que fuera, comencé a preocuparme de que nadie de la disquera viniera a revisar lo que estábamos haciendo. Llamé al manager John Silva y le pregunté: “¿deberíamos preocuparnos?” Su respuesta inmediata fue “Claro que no. ¡Deberían estar felices! ¡No quieren a esas pinches personas ahí!” Como siempre, él tenía razón. Y nos dejaron solos.
Así como nadie de nosotros se imaginaba poder provocar la más mínima ola en el mainstream, nadie parecía imaginar realmente lo que iba a ocurrir. Las impresiones iniciales del Nevermind fueron de 35 mil copias. Suficientes, según lo que se estimó, para que a la disquera le duraran unos cuantos meses. Un indicador bastante bueno de las expectativas de todos. Bueno, esas expectativas desaparecieron en cuestión de semanas. En un mes, el disco se volvió de oro. Para Navidad, el disco era platino. Para Año Nuevo habíamos vendido 300 mil discos a la semana. Esa ola que parecía impensable se volvió un tsunami.
Yo nunca entendí qué fue lo que pasó. ¿El momento correcto? Tal vez. ¿Legiones de juventud descontenta por tener que alimentarse de Wilson Phillips? Probablemente…
Pero me gustaría pensar que lo que el mundo escuchó en la música de Nirvana fue el sonido de tres seres humanos, tres distintas personalidades, sus inconsistencias y sus imperfecciones orgullosamente expuestas para que todos las escucharan. Tres personas que se habían entregado a sus propios recursos durante todas sus vidas para encontrar sus voces. Era honesto. Era puro. Y era real.
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Hasta ese momento nadie jamás me había dicho como tocar, o qué tocar. Y ahora, nadie se atreverá a hacerlo.
Para darle continuidad a lo ocurrido con el Nevermind, In Utero fue un ejemplo descarado de esto. 12 canciones grabadas virtualmente en vivo en tan sólo unos cuantos días por el famosísimo, testarudo crítico y productor musical, Steve Albini. Era verdaderamente el sonido de una banda en un lugar o estado caracterizado por estar libre u olvidar el dolor, la angustia y el mundo externo. Ahora nosotros teníamos ese poder. Ya no éramos Nirvana, ahora éramos NIRVANA. Ahora tú tenías que dejarnos en paz. ¿Se trataba del niño solo en casa que inesperadamente heredaba un castillo? Tal vez. Era más como El señor de las moscas con guitarras distorsionadas.
Pero ¿a dónde dirigirse desde ahí? Como artista formado en el éticamente sofocante punk rock underground, condicionado a rechazar la conformidad, a resistir toda la influencia corporativa y la expectación ¿a dónde ir? ¿Todavía se trata de la recompensa de tocar una canción de principio a fin sin cometer errores? ¿Todavía se trata de encontrar ese nuevo acorde o escala que te hace olvidar todos tus problemas? ¿Cómo procesas pasar de ser uno de “nosotros” a ser uno de “ellos”?
Culpa. La culpa es cáncer. Te limitará, te torturará, te destruirá como músico. Es un muro. Es un hoyo negro. Es un ladrón. Te privará de ser tú. ¿Recuerdas cuando aprendiste tu primera canción o riff, o tu primera letra? ¿Recuerdas la simpleza de únicamente tocar música? Todavía eres, y siempre serás esa persona en tu núcleo. El músico. Y el músico está primero.
Malditos gustos culpables. ¿Qué tal simplemente el placer? Puedo decir sinceramente, en voz alta, que “Gangnam Style” es una de mis canciones favoritas en la década pasada. ¡Lo es! ¿Es mejor o peor que el último álbum de Atoms for Peace? Mmmm, si tan sólo tuviéramos un panel de celebridades para determinar eso por nosotros. ¿Qué haría J-Lo? ¡Pitchfork ven! ‪ ¡Pitchfork ven! ¡Pitchfork, te necesitamos para determinar el valor de una canción! ¿A quién carajo le interesa? ¡A mí me encanta! ¿Quién es adecuado para decir lo que es una buena voz y lo que no es una buena voz? ¿The Voice? Imagínense a Bob Dylan ahí parado cantando “Blowing in the Wind” frente a Christina Aguilera: “Mmm… yo creo que suenas un poco nasal. ¡El que sigue!…”‬‬
‪Es tu voz. Ámala. Respétala. Nútrela. Rétala. Estírala y grita hasta que no haya más. Porque todos están benditos con eso al menos, y quién sabe cuánto durará. ‬‬
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Cuando Kurt se murió yo estaba perdido. Estaba aturdido. La música a la que yo había sido devoto toda mi vida, me había traicionado y había roto mi corazón. No tenía voz. Apagué la radio, hice a un lado mis discos y guardé mi batería. No podía soportar escuchar la voz de alguien cantando acerca del dolor, o de la alegría, o del amor, o del odio. Ni una nota. Me dolía demasiado. ‬
‪Pero eventualmente, ese sentimiento que tuve el Día de la Independencia, el 4 de julio de 1983, en la base de las escaleras del monumento a Lincoln, ese sentimiento regresó a mí. El mismo sentimiento que me hizo sentir poseído y empoderado e inspirado y enardecido y tan enamorado de la vida y tan enamorado de la música que sentía el poder de provocar una revuelta, o una emoción, o comenzar una revolución, o simplemente salvar la vida de un chico; lo sentí de nuevo. ‬‬
‪Encontré un estudio al final de la calle. Me apunté para seis días. Cargué todo en mi coche, compré café fuerte y bueno y regresé a trabajar. 14 canciones en 5 días, con un día para mezclar. Toqué cada instrumento, desde la batería a la guitarra, a la cafetera, al bajo, al micrófono vocal, a la cafetera, de vuelta a la batería, de vuelta a la cafetera… ahí estaba yo otra vez, entregado a mis recursos: multi-tracking yo solo. Aunque, después de mucho tiempo de las dos grabadoras de cassette y las canciones sobre mi perro, mi bicicleta y mi papá, estaba cantando canciones, comenzando de nuevo. Y, tal vez, grabando algunas canciones sobre mi padre. ‬‬
‪Marqué cien cassettes. Los etiqueté con el nombre “Foo Fighters” para que la gente imaginara que se trataba de un grupo, en vez de sólo un junkie de café fuerte yendo de instrumento a instrumento. Se lo di a amigos. Se lo di a familiares. Se lo di a personas de las gasolineras. Estaba empezando de nuevo. ‬‬
‪No pasó mucho para que recibiera la llamada. Un tipo de A&R. La cinta se estaba divulgando. Esos 6 días que pasé solo en el estudio, días que consideré un demo, que consideré un experimento, ¡qué consideré una maldita terapia por el amor de Dios! ¡Pensaron que era un ‬álbum! ¡Yo ni siquiera tenía banda! Llamé a mi brillante amiga y abogada Jill Berliner para pedirle consejo. ¿Qué fue lo que me dijo? El músico está primero. ‬
Inicié mi propio sello, Roswell records. Sí, así es, damas y caballeros, están viendo al presidente de una compañía disquera.
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Después de todo lo ocurrido, en el fondo yo todavía era el mismo niño que, a los 13 años, se dio cuenta de que podía iniciar su propia banda, escribir sus propias canciones; de que podía grabar su propio disco, podía iniciar su propia compañía, podía lanzar mi propio disco, podía agendar mis propios conciertos, podía escribir y publicar mi propio fanzine, podía estampar mis propias playeras… Podía hacer todo por mí mismo. Puede que sea un mundo enteramente distinto el de ahora, pero de nuevo: no hay correcto o incorrecto, porque todo es mío.
Desde el día uno de los Foo Fighters he sido lo suficientemente afortunado para existir en este mundo perfecto. Nosotros escribimos nuestras canciones. Nosotros grabamos nuestras canciones. Nosotros hacemos nuestros álbumes. Nosotros decidimos cuándo el álbum es el álbum . Nosotros somos dueños del álbum, y te damos permiso de que sea tuyo por un tiempo, pero tienes que devolverlo. Porque es mío.
Porque yo soy el músico. Y yo estoy primero.
Tengo que imaginar que la razón por la que estoy aquí frente a todos ustedes es exactamente esta. ¿Soy el mejor baterista del mundo? Ciertamente no. ¿Soy el mejor letrista? ¡Ni siquiera soy el mejor de este pinche cuarto! Pero me han dejado solo para encontrar mi voz desde aquel día en mi habitación en el que escuché “Frankenstein” de Edgar Winter en la tornamesa de la escuela pública.
Recientemente, dirigí un documental acerca del estudio de grabación en el que Nirvana grabó Nevermind hace más de 20 años: Sound City. En la película, no sólo contamos la historia de este hoyo de mierda mágico, sino que también exploramos la tecnología y lo que conocemos como el “elemento humano” de la música. ¿Cómo estas cosas coexisten?
No existe lo correcto o incorrecto. Sólo existe tu voz. Tu voz gritando a través de una vieja consola Neve 8028, tu voz cantando desde una laptop, tu voz haciendo eco desde la esquina de una calle, un cello, un tornamesa, una guitarra; no importa. Lo más importante es tu voz. Ámala. Respétala. Nútrela. Rétala. Estírala y grita hasta que se acabe. Porque cada ser humano está bendito con por lo menos eso y quién sabe cuánto durará.
Ahí está, si la quieres. Ahora, más que nunca, la independencia del músico ha sido bendita con el avance de la tecnología, lo que ha hecho fácil para cualquier músico joven inspirado comenzar su propia banda, escribir sus propias canciones, grabar su propio disco, agendar su propio concierto, escribir y publicar su propio fanzine –aunque creo que ahora a eso le llaman “blog”–… ahora más que nunca, tú puedes hacer esto, todo eso puede ser tuyo, y entregado a tus propios recursos, puedes encontrar tu voz.
Recientemente llegué a casa con el nuevo box set de vinilos de The Beatles. Es increíble. Es del tamaño de un portafolios Tumi, pesa 50 libras. En cuanto entré a la casa mis hijas, Harper, de tres años; y Violeta, de 6; vieron y exclamaron: “¿QUÉ ES ESO?” Les dije “Son todos los discos de The Beatles”. Ahora he pasado horas lavándoles el cerebro con las canciones de los Beatles… son cool. ¡Pero es vinil! Nunca antes habían visto eso. Puse una tornamesa en su recámara, abrí la caja, y empecé a mostrársela como debe ser. “Ok… sacas un disco de la funda, hay canciones de un lado y canciones de otro lado… lo pones con cuidado en la tornamesa… pones la aguja con delicadeza… ¡con cuidado!” Estaban absolutamente sorprendidas. Me fui del cuarto, regresé media hora después y ahí estaban, bailando “Get Back“, con todas las portadas de los discos regadas en el piso… ¿les suena familiar? Todos hemos hecho eso.
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Y, como padre orgulloso, rezo porque algún día se entreguen a sus propios recursos, que se den cuenta de que el músico está primero, y que encuentren su propia voz, y que se vuelvan el Edgar Winter de alguien más, que se vuelvan los Beatles de alguien, y que inciten una revuelta, o una emoción, o que inicien una revolución, o que salven la vida de alguien.
Que se conviertan en el héroe de alguien.
Pero de nueva cuenta: ¿qué se yo?
Gracias a todos por su tiempo.