TODO MENOS MIEDO

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Un Estado llamado Muerte

- Por: helagone

Por Emilio B. Frosel

Es una reunión de hombres dotados de razón y enlazados en virtud de la común participación de las cosas que aman.
San Agustín

Es la institución social impuesta por el grupo victorioso al derrotado,
con el propósito de regular su dominio y de agruparse contra la rebelión interna y los ataques del exterior.
F. Oppenheimer

El estado es la representación material de un pueblo.
FC von Savigny

 
Hace 4 meses manifestaciones tomaron las calles de todo el país, y una misma idea se estuvo barajando: Fue el Estado. Hoy, que la PGR ya dio por cerradas las líneas de investigación, y que el país parece estar en otra cosa, parece bueno recordarlo. En forma de consignas o en grafittis, en carteles puestos frente al Senado y las cámaras, en los rostros de los inconformes y en las canciones, pudieron leerse en múltiples formas la misma expresión. Pareciera una conclusión generalizada, sabida quizá desde hace mucho, pero valiosa en tanto que finalmente se pudo verbalizar y presentar ante los ojos del pueblo: el Estado no sólo no ataca a los criminales, él también es el criminal.
Así, a partir de ese momento estuvo ante la mirada de todos que el Estado es no sólo responsable, sino el primer responsable, el único, de que el pueblo esté siendo masacrado por sí mismo. ¿Qué pasa entonces cuando aquél que debería garantizar la seguridad y el bienestar de un grupo de individuos es el primero que atenta contra dichos valores? ¿Qué pasa cuando es la cárcel la que debiera estar dentro de una cárcel, cuando el policía el que debería tener quienes lo vigilen, cuando el gobernante es el que necesita ser gobernado? En México hemos entrado, sin duda, en una paradoja, un problema sin solución, un sistema que se enfrenta a sí mismo y como una computadora cuando no puede realizar una función para la cual fue diseñada, colapsa. Tenemos entonces que admitir que no sirve, que habrá que tirarla a la basura, olvidarla, empezar de nuevo: simplemente esta máquina, esta ecuación, esta idea, es fallida, no puede utilizarse para lo que fue creada. Tenemos que decir que, en México, ha muerto el Estado.
Pero no podemos detenernos ahí, porque en realidad apenas se avecina lo peor: en la realidad, a diferencia de las películas, la muerte no es lo más grave, sino sólo una fase, pues la realidad significa que la película nunca se detiene, continúa y el final es sólo un inicio o sólo otro punto en el que te sales, compras palomitas y regresas. Lo que es muerte engendra vida, y el problema no es en realidad que el Estado ha Muerto, sino que todo sigue funcionando, sigue habiendo gente que asegura que lo ostenta, gente que lo busca, que lo procura, gente que nos consta que lo ejerce, que opera con él algo que por cierto no se parece en nada a lo que pensábamos. En esta parte de la película es donde toma posesión el monstruo.
Habría que regresarse entonces aquí un poco, aunque sea nada más para poner un toque de suspenso a la situación: ¿Qué es el Estado? O mejor aún, ¿Qué creímos nosotros, los ciudadanos, que era el Estado? ¿Qué necesitábamos que fuera el Estado? ¿Qué deseamos fuertemente y soñamos que fuera? Uno se topa, así, con muchísimas definiciones, y recuerda que estamos hablando de algo inventado con la civilización misma, hace demasiado tiempo, y que tiene diferentes significados dependiendo quién y en qué momento se diga. Recuperé para el inicio de este texto 3 breves definiciones, diferentes entre sí, y, al menos a mí, me parece que hay un uso común de la palabra, que se encontraba en nuestros ñoñísimos libros de civismo y que estaba en los poemas decimonónicos que recitábamos de niños para la escuela y que concuerda, en esencia, con la definición que había dado San Agustín. Me encuentro, por ejemplo, a los politólogos diciendo: “La idea clásica y multicitada se refiere a la “seguridad” como el bien elemental tutelado por el Estado. Los individuos entregan de forma voluntaria el cachito alienable de su libertad y derechos a cambio de la construcción colectiva de una autoridad que se constituye como el único actor que puede llamar legítimamente para sí el uso de la fuerza. No es el único que usa la fuerza, es el único que lo hace con nuestro explícito consentimiento. Los límites al uso de la fuerza por parte del Estado los encontramos en la parte no alienable de nuestras libertades y derechos” (José Merino, “¿Por qué fue el Estado?”)
Para concluir, tenemos que afirmar que el Estado ha Muerto, que es momento de cambiar para nosotros aquello que nos dijeron y que nos metieron hace tanto en la cabeza, y que por lo tanto, aquél al que le pedíamos razones y le gritábamos consignas indignados no es ya el que debe contestarlas. Esa institución no va a responder por Ayotzinapa, por Iguala, por Guerrero, por Michoacán, por el Estado de México, por ti o por mí. ¿Por qué habría de hacerlo? Porque ahora es otra cosa, algo que está más en la definición de Oppenheimer citada arriba.
Partamos de cero y ahora pensemos todo de nueva cuenta antes de volver a actuar, antes de las siguientes marchas, de las próximas votaciones, del siguiente diciembre, de la siguiente pausa comercial. Dígamoslo, digámoslo fuerte y de una vez, para que a todos nos quede digerido: El Estado es la institución del victorioso sobre el derrotado. El Estado es, sí, el Enemigo, el Estado es lo Contrario a lo que Somos Nosotros, El Estado es todo lo que No Somos Nosotros, es siempre lo Contrario y lo Opuesto, el Estado es el origen de Nuestro Sufrimiento, es el Auto de la Banda de Secuestradores, es el Dedo en el Gatillo, es la Sangre de los Tuyos Regada Inútilmente por las Calles, es La Sonrisa del Torturador, el Estado es el Origen de Todo Mal, el Estado Es el Mal, y su nombre (en esta parte de la película volteamos a ver los periódicos) es Muerte.