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#BallenasBlancas: "En el vientre de mi madre sueño conjuros". Cantos de las leñateras tzotziles

- Por: helagone

por Gabriela Astorga
@Gastorgap
“Al principio estábamos las mujeres, los hombres llegaron después”, era la frase con la que las cantadoras tzotziles empezaban a contar la historia del Taller Leñateros. Fundado en 1975 por la poeta estadounidense Ámbar Past y un grupo de mujeres de los Altos de Chiapas, el Taller Leñateros nació después de que Maruch Méndes soñara que seis niños y niñas se comían un montón de basura acumulada en casa de Ámbar. Así supieron que si se ponían a trabajar, la basura daría frutos. Y durante más de 30 años los dio: el taller se convirtió en una editorial que fue la fuente de trabajo de 200 familias de mayas tzotziles que fabricaban libros y cuadernos hechos totalmente a mano. Además se dedicaron a sumar piezas a la memoria viva de sus comunidades: los libros editados por el taller son las primeras obras en ser escritas, ilustradas y fabricadas por mayas vivos en más de 400 años.
Los libros de los leñateros se dividen en dos: textos escritos por poetas no pertenecientes a los pueblos originarios, entre los que se cuentan poemarios de Ámbar, y la recuperación de cantos orales tradicionales de la cultura tzotzil. La primera publicación de este último grupo fue Conjuros y Ebriedades (traducido al inglés como Incantations of mayan women), una reunión de transcripciones y traducciones de cantos heredados por mujeres. No es posible determinar la fecha de los textos, sin embargo, pueden distinguirse versiones de un sólo canto, que varían no sólo en las letras sino en la tonada y el estado de ánimo que transmite. Hay otros que están vinculados a las fiestas, y pocos cantos originales como “El canto de la mujer borracha

Me llamo la Sagrada Mujer,
me llamo la Sagrada Madrina.
Soy la Virgen Maruch,
soy la Virgen Ladina.
Soy una mujer borracha,
soy una niña borracha.
Me diste mi borrachera,
Madrina de las Borrachas.
Me siento muy dulce,
me siento muy agria.
El trago tiene sabor a melón,
sabor a sandía.
El vapor del tambo,
el sudor de la culebra,
el trago que enjuagó el barril.
Mi cabeza da vueltas,
mi corazón arde ya.
Me llamaste
una niña ebria.
Me hiciste
una mujer borracha.
En Conjuros y Ebriedades participaron 150 mujeres en los cantos y grabados. Como en casi todas las ediciones de Taller Leñateros, la primera edición se imprimió en serigrafía, con una portada elaborada con cartón y pelo de elote. Más tarde se imprimieron otras ediciones en offset para bajar los costos del libro.

Con la fama de Conjuros, se acercaron al taller otras mujeres como la ilustradora y diseñadora Sara Miranda, quien realizó un trabajo de investigación sobre el Taller Leñateros y creó, junto con Ámbar Past, el diseño de otros títulos de la editorial. Sara dio cursos de diseño, formación y papiroflexia a los miembros del taller, y con ello ayudó a crear dos títulos emblemáticos de los leñateros: Bolom Chon, y el trío de los Hechizos, compuesto por Hechizo para matar al hombre infielHechizo de amor, Sortilegio para vivir muchos años.

El primero es un libro para niños dedicado al jaguar, o al tigre o a un nahual o, según se indica en la introducción del libro, a una mezcla de todos los seres vivos. Bolom Chon incluye un disco con las voces de María Tzú, Maruch Méndes, Petra Hérnandez y Pasakwala Komes, con diferentes versiones de la canción.

Los Hechizos (Hechizo para castigar al hombre infielHechizo de amor, y Sortilegio para vivir muchos años), por otra parte, conjuntan obras originales de las cantadoras. En las ventas de libros era frecuente que las personas preguntaran a las leñateras si los hechizos funcionaban, a lo que ellas respondían: “si se dicen con fe”. La advertencia sobraba, pues los tres libros estaban contenidos en un altar maya portátil acompañados de dos animales y un incenciario de barro con velas. Sin embargo, los Hechizos a menudo eran vistos como un juego, o como un ornamento, más que una manifestación artística de un pueblo originario vivo. El caracter simbólico de los cantos en estos tres libros y del Bolom Chon pasa a segundo plano con la creación del libro. La voz pierde frente al objeto, podría decirse.

Cuando conocí a las leñateras y a Ámbar Past, estaban creando lo que sería el último libro de literatura maya: Sueño conjuros desde el vientre de mi madre. Era más bien un grueso cancionero con fotografías que acompañaba el disco de conjuros. Era como la antología del trabajo del taller, que recuperaba cantos de otros libros e incluía nuevos tanto tradicionales, como de situaciones que las conjuradoras vivían, por ejemplo “Para que no venga el ejército“, “Conjuro para vender pexi cola” y “La muerte de Mario“. Tomó más o menos tres años terminar el libro-disco.
En el vientre de mi madre
aprendí los conjuros,
ahí,
en el vientre de la madre
los oí.
Tomé la canasta,
tomé el libro,
tomé la botella,
recibí el incienso.
Sueño conjuros
desde el vientre de mi madre.


En ese tiempo pude acercarme y trabajar con las y los leñateros. Para entonces, el taller tenía los suficientes problemas administrativos para que sus miembros hablaran más bien poco sobre su trabajo creativo. Las conjuradoras, y algunos de sus hijos y nietos, mantenían la editorial con el trabajo diario: hacer papel, encuadernar, coser, imprimir. Ver el desarrollo de Sueño conjuros fue como ver nacer un pequeño milagro que demandaba una impresión más compleja, un armado más cuidadoso, tiempos que no siempre cuadraban. Los conjuros se traducían en alquimia para lograr que el libro saliera. Al año siguiente, salió a la luz Alquimia, una especie de recetario para elaborar sellos, papel, tintas, entre otras cosas, a partir de materiales naturales y reciclados.
Los problemas de Taller Leñateros crecieron mucho más rápido que lo que producía libros. Libros además que todos reconocían muy bellos, pero también caros, sobre todo si se consideraban sólo ornamentos, como solía suceder en las ventas. Los cantos quedaban perdidos en la barerra de las lenguas. La editorial vivía de la venta de libretas y otros objetos artesanales, y la literatura se fue perdiendo al tiempo que la crisis crecía. De tanto en tanto, se escuchaba, sobre todo en la tienda del taller, a alguna de las conjuradoras un poco apenada cantar bajito para un comprador o periodista.
La última vez que escuché a Me’ Avrila, Petra Hernández, Loxa Jiménez, Pasakwala Komes, Maruch Mendes, Mikaela Moshan, Tonik Nibak, María Patixtan, Marta Patixtan, Petu Patixtan y María Tzu fue en el Laboratorio Arte Alameda en la presentación de Sueño conjuros. Unos años después, Ámbar Past dejaría el taller, y éste se renovaría con una administración mucho más cercana a los funcionarios de la cultura de Chiapas. Taller Leñateros sigue produciendo ejemplares de Conjuros y Ebriedades y de Bolom Chon, siguen siendo muy bellos, pero el libro le ganó a la voz. Sin canto, los libros pierden vida. Los conjuros siguen en el vientre a la espera de ser entregados.