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#BastaYa. Nos cansamos del pinche ruido

- Por: helagone

por Diego Mejía
@diegmej
Los estúpidos se han apoderado de las tribunas al amparo de nuestra flojera y desidia. Sus palabras ampulosas encuentran carne en millones de personas que temen a la voz propia y el contrasentido. Sus manoteos estudiados y educados por las métricas del click, las impresiones y los “compartidos” los empoderan como voceros de la mentira, la manipulación y desencanto.
Son estúpidos porque hablan a la menor provocación. Los hay los que presumen sus títulos académicos y los que los niegan y se enorgullecen de “no ser”. No ser como oportunidad para pretender en un país que nunca ha sido. Espejo de agua puerca. Tenemos aspirantes políticos que propagan su mensaje del “no soy”, líderes de opinión que se ufanan de “no ser”; nihilistas de pipí.
Esos que presumen su “no ser”, engañan y pervierten porque sí son: son el agua tibia, el aire caliente, puntos medios, obviedades, perogrullos con dramáticas muecas e insultos pedorros.
Esos que no son, son aliados serviles de la idiotez. Ante su no, llenan de tuits y videos, posts del feis y fotitos de instagram, llenos de opiniones guangas. O de campañas mentirosas disfrazadas de “independencia”, o “ciudadanía 2.0”.
Esos del No son los enemigos primarios del periodismo, porque se siente que el mensajero es más importante que el mensaje, porque hablan en primera persona para involucrarse en la nota, en el chisme.
BastaYa
Los periodistas, los reporteros que preguntan y no pontifican, los que investigan y no condenan, los que arriesgan el pellejo por unos quintos y los que tienen quintos a costa del pescuezo, son habitantes del sí, de la acción. Miembros de una pequeña sociedad antigua, con gestos de cofradía, que tienen al Pacto Público como puente en custodia. Los reporteros van y leen, van y estudian, van y dudan, van y escriben. Y son anónimos porque sus palabras hablan por ellos, sus historias hablan por ellos.
Sus antagonistas tienen las reproducciones, los likes y los trending topics, y escupen simulaciones y se vanaglorian de sus trolls, de las pieles que rascan y los lomos que soban. Y se dicen polos de discusión y verdad, y doloros e indispensables. Quizá lo sean. Porque son necesarios para la manutención del estado del mundo.
Ellos, los “no seres”, son indispensables; pero los reporteros son imprescindibles.
No son celebridades porque son reporteros. Son lo que son, y los estamos matando. No nos damos cuenta que al matarlos nos estamos muriendo, que al matarlos nos estamos olvidando.
Matamos a reporteros cuando dejamos de consumir reportajes y nos tragamos opiniones. Los matamos cuando vemos explicaciones en horarios estelares con voces que conjugan todos los tiempos verbales del cochupo y la payola. Los matamos porque dejamos de dignificar su profesión y hay más líderes de opinión que personas, porque hay más poetas que poesía, más artistas que arte, más celebridades que balón.
También nos metemos a la piscina de la estupidez  al consumir, como si responsablidad vinera de fuera, como si el problema con las panzas fuera la coca-cola y no la cantidad de litros que nos tragamos por día, el ejercicio que no hacemos. Y entonces, legislamos sobre la oferta, y no modificamos nuestra demanda. Por eso no leíamos Ríodoce, no consultábamos los trabajos de esos reporteros que han sido asesinados, porque nos dio por empacharnos por chistes fáciles y quejas reaccionarias; por kilocalorías de mentira y grasas saturadas por chistines e insultos. Somos obesos de falsedad y odio, somos mórbidos que se sientan a ver clips de youtube a mirar las opiniones de imbéciles como nosotros.
Y no hicimos nada.
Nos mataron y nos dejamos morir.