TODO MENOS MIEDO

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Caminos para no caminar

- Por: helagone

Por Diego Mejía
@diegmej
En una ciudad que no se pude caminar, la organización política es más complicada. La sociedad está más suelta, en la soledad móvil de los autos, esas burbujas de exclusión autoimpuesta, autosufrida (el volumen de la música en al alto, con los vidrios arriba, para evitar que se cuele el mundo y sus sonidos multicolores).
El 30% de los accidentes viales son atropellamientos, sólo en 5 de cada 100 el culpable es el peatón. Siete de cada diez capitalinos de sienten inseguros al cruzar una avenida; el 94% dice tener problemas de movilidad. La ciudad de México cada vez tiene más calles.
Caminar es el acto humano por excelencia, caminando poblamos el mundo, caminando llegamos a Roma, caminando los héroes de las sagas de todos los puntos geográficos conquistaron terrenos, caminó Moisés, caminó Jesús, caminó un pueblo en busca de su Tierra Prometida; también MaoCésar Chávez, y millones lo hacen en Berlín, Oslo, Nueva York y Buenos Aires; caminando en círculos en la Plaza de Mayo cientos de madres buscaron (buscan) a sus hijos, caminando nos quejamos, gritamos, caminando, pues, habitamos al mundo.
Si correr es antinatural,caminar es nuestro acto primario. Hacerlo nos permite realizar decenas de procesos metabólicos que nos otorgan salud. Caminamos para cagar, caminamos para que circule la sangre, para la correcta oxigenación de los músculos, caminamos para descansar. Caminar nos sirve de metáfora, el camino de ruta religiosa. El problema resulta de la imposición de la máquina, en lo impersonal del desarrollo.
Cuando uno camina por las calles de la ciudad de México caminar se vuelve suplicio: hoyos, desniveles, pescantes, sillas de restaurantes, coches estacionados, puestos de talachas, de garnachas, fumaderos, valet parkings, puestos de lotería.
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No es posible habitar muchas de las banquetas de la capital. La plática es casi imposible en ellas, los dueños de las casas ponen botes con cemento para resguardar los “suyo”, ponen cadenas y alacranes de fierro para impedir el libre uso de la calle. Quizá eso es lo más grave; no sólo las torpes medidas oficiales que atentan contra peatones, sino los mismos ciudadanos que rendimos homenaje al coche, que nos rendimos como ciervos ante sus caballos de fuerza. También los motociclistas y ciclistas; en la calle hay derechos y espacio para todos, pero el caminante debe llevar la preferencia, no sólo en el reglamento, también en la convivencia.
Cómo se puede discutir de una ciudad cuando no se le habita, cuando no se le vive, cuando no se le camina. Así deciden sobre ella los que pretenden dirigirla, los que se mueven en camionetas blindadas con vidrios polarizados, entre escoltas (sujetos de ceño fruncido y risas rotas) y papeles y teléfonos inteligentes que ni siquiera atienden, más inteligentes y atentos que ellos, funcionarios de dudosos abolengos y advenedizos en la política, expertos en el cochupo, el embute, el chayo, funcionarios que no funcionan, disfuncionales, impotentes políticos, pequeños ante los retos, grandes en la prepotencia, que hablan en soliloquios, que no escuchan y no ven detrás de los oscuros cristales de sus camionetas y las altas bardas de sus casas y sus fraccionamientos exclusivos de miles de dólares por metro cuadrado.
Sólo así se puede entender la estupidez, como consecuencia del aislamiento, salvajes ineptos para comunicarse. No es sólo el #CCChapultepec, son los baches del periférico, los cientos de plazas comerciales que se reproducen en paralelo a la desigualdad (lugares exclusivos con cámaras y puertas que “resguardan” un simulacro de aire libre pero sin los inconvenientes de la fauna urbana), la tolerancia a miles de microbuses en los que se ven obligados a subir millones de chilangos – no me hablen de deportes extremos-, son los semáforos que no consideran a los que caminamos; también los charcos, el pésimo servicio del metrobús, la tranza de la línea doce.
Cómo pensar en la política real desde las redes virtuales, sin la calle. Cómo quejarse sin hacerse notar en la topografía de la ciudad, cómo.
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Las buenas personas, las que viven con esas mentiras del capital “ya chole con tus quejas”, “el cambio inicia contigo”, “pinches chairos”, “eres muy godínez”, “estos nacos”, se ofenden con la queja y la manifestación porque interrumpe el paso de sus automóviles, porque los interrumpe de sus planes privados, se quejan porque el mundo se mueve y porque el mundo es mundo.
Los dueños del dinero (otra media verdad: nosotros somos lo que compramos y hacemos que la máquina de la economía se mueva), nos ponen reglas y nos imponen planes “esto será mejor para todos”, “vamos rescatar esta zona pauperizada y hacerla habitable para…” ¿para quién? “rescatarla de quién? ¿Habitable para quién?
La ciudad he dejado de ser pública y se compone de esferas privadas.
Los coches son privilegiados y hemos confundido planes de movilidad con crear más asfalto y menos movimiento, las calles se tapan del colesterol de cuatro ruedas, el más peligroso, vivimos al borde del colapso, del infarto vial, las banquetas se reducen… así, como nuestro concierto social, el claxon nos ha callado, nos van matando las voces.