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Crónica de un orgullo anunciado. XXXIX Marcha del orgullo LGBTTTIQ

- Por: helagone

de José Francisco Jiménez
Fotos de Fernando Jiménez
@FerJimenez018
Sábado 26. 10:30 de la mañana. Voy de regreso. Mi cabeza oscila de un lado a otro golpeando ambas puertas del vagón. La cruda me pega una vez más. Una señora de estatura baja voltea a verme con mirada recelosa, probablemente sea la sangre seca que se asoma en la pantorrilla de mi pantalón. No tiene dueño. Ahí apareció. Sostengo su mirada y ella decide voltear para seguir platicando con su acompañante; un tipo delgado con camisa de mezclilla. Ella rasca detrás de su oreja. No alcanzo a oír lo que dicen.
Mi muslo izquierdo vibra y sacó mi teléfono. La pantalla rota, un pequeño fragmento del cristal se desprende y corta mi dedo medio. Un mensaje de mi amigo Fernando. Con voz pausada leo. “¿Qué onda? ¿Vamos a ir a la marcha o nel?” Me detengo para recordar un segundo. Sucede. No logro recordar. Demonios. Debo transbordar, pido permiso y bajo. Cruzo el largo túnel acompañado de personas que no cuentan sus pasos. La línea amarilla nunca ha estado tan limpia. Un tren. Un paso. Un tren. Dos pasos. Un tren. Tres pasos. Un tren. Cuatro pasos. Un tren. Cinco pasos. Para Pantitlán ya he olvidado el número de trenes, o de pasos… según convenga.
Sin poder recordar aún el motivo, saco nuevamente mi celular y le respondo a mi amigo: “simón. Voy para mi casa. Me baño y te veo en Metro Insurgentes a las 12:30”. Deslizo la llave; el chico de ayer era lindo. El agua de la regadera me reanima. En el vagón me acompañan dos mujeres; una lleva rapados los costados, la otra lo lleva de color verde eléctrico. Llego unos 10 minutos retrasado con Fernando (sí, él es heterosexual y también está crudo). Las memorias comienzan a tentar el aire exterior de mi mente.

1. Ángel.
Al subir a la Glorieta me invade una sensación de desconcierto. El sol que deslumbra también aumenta esa sensación. Colores, coronas, máscaras, antifaces, gente, edificios, construcciones. Caminamos sobre la acera destruida por los trabajadores. Probablemente una reparación en el drenaje. Carteles con colores arcoíris tienen escritos mensajes, uno llama mi atención: “bésame. Hoy es gratis”. Buscamos una tienda para comprar un agua. No hemos avanzado mucho, pero mi amigo y yo ya comenzamos a sudar. Todas las tiendas tienen una fila enorme. Decidimos continuar. Tal vez más adelante encontremos nuestro sitio. Al llegar a la esquina de Reforma, la gente camina ocupando toda la avenida. Nos detenemos para tomar algunas fotografías y hacer anotaciones. Cuerpo tras cuerpo, el movimiento nos deja sin palabras.
Frente a nosotros, en el camellón, un hombre compra una corona dorada de plástico con una niña de unos 12 años. Voltea hacia su pareja. Luego hacia el pequeño que carga en sus hombros, sonríe y la coloca en su pequeña frente. Nos movemos hacia el Ángel de la Independencia y nos vemos rodeados de más personas: en su mayoría hombres de entre 18 a 35 años, hay algunas mujeres de la edad y hombres más grandes. Una parte de ellos lleva shorts, playeras sin mangas y tennis. Otros llevan vestido y tacones. Otros van disfrazados de ángeles, centauros, hadas o unicornios. La gente sigue avanzando.
Conforme nos acercamos al monumento se escucha la voz de dos personas que hablan por micrófono. Sus voces se combinan con el ruido de la música. Sobre los carriles centrales, algunos tráileres con plataforma y estructuras metálicas transportan a más personas, semidesnudos, musculosos, disfrazados; siendo, cantando, bailando y bebiendo. Los sujetos de los micrófonos están sobre una plataforma estática en la base de la columna. Su atuendo es inclasificable; botas punk, vestido largo, cabello desordenado y maquillaje oscuro. El ángel abrió las alas. Vuela.
Para este momento Fernando me comenta que quiere tomar aire, estoy de acuerdo. Las piernas comienzan a pesarme y necesitamos algo de beber.

2. Caballo.
Nos dirigimos hacia el carril lateral. Fernando toma una fotografía. Al ir cruzando un hombre maquillado, con un vestido negro, entablado, y con bordado de colores, posa para él. Le sonríe y le manda un beso. Él se sonroja. Yo me río de él.
Sentados en una banca de concreto descansamos y revisamos las fotos que hemos tomado. Comentamos hacia dónde nos movemos y nos levantamos para ir hacia la escultura del Caballito. Seguimos por la lateral. En una esquina, Fernando me señala un carro del súper con refrescos, tapados con una jerga y una tabla agujerada para colocar los vasos. Es un oasis dentro del desierto. Un niño pequeño y su familia atienden a un grupo de mujeres.
Pedimos nuestro Tehuacán. Detrás de nosotros se acerca un tipo rubio y le pregunta en voz baja al hombre si vende cerveza. Responde que sí. El otro pide 6. El despachador mueve estratégicamente las botellas vacías y saca 6 latas.
Seguimos avanzando. Un hombre de unos 26 años con barba pintada de arcoíris, camina a mi lado. En un momento, me toma la mano. Volteo a su cara y me sonríe. Sonrío. Si un desconocido te toma la mano, ¿cómo reaccionarías? Luego de unos segundos me suelta y camina más rápido. Más adelante los encontramos platicando con otros hombres. Hablan sobre montar a otros.
Llegamos al Caballito entre repuestos por la bebida y cansados de las piernas. La música suena en el aire. Nos sentimos agotados por el sol y el olor a alcohol marea. Vamos a nuestro paso siguiendo a la marcha.

3. Águila.
Continuamos hasta el Hemiciclo a Juárez, no vamos a ver el vuelo final del águila. En la marcha escuché decir a alguien “cualquier comunidad toma a quien sea, lo que sea para identificarse”.
Hoy me maquillo. Hoy uso zapatos. Hoy me pongo vestido. Hoy hablo como hombre. Hoy uso tacones. Hoy me pongo peluca. Hoy soy una unicornia. Hoy tengo pene. Hoy tengo vagina. Hoy hablo como mujer. Hoy soy mujer. Hoy soy hombre. Hoy me siento orgulloso. De pezón a pezón me cuelgo “puto”.
dav