TODO MENOS MIEDO

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Duelo de Felipe el Hombre en el foro Indie Rocks. Presentación de su álbum homónimo

- Por: helagone

Por Emilio Revolver
@emiliorevolver
Fotos: Alfredo Padilla B.
@padre_de_todo
¿De qué están hechas las grandes bandas?, ¿simplemente de buenas melodías?, ¿con buenos músicos basta?, ¿con la adecuada luz sucede todo?, ¿ser totalmente mundano y acercarse a las personas adecuadas para crear una estrategia de marketing? Quizá es algo más difícil o más sencillo, pero que sólo podríamos definir como vender el alma al diablo. Mario Murillo, Alejandro Flores y Daniel Pliego toman los instrumentos y se suben a la tarima. Con los tres en el escenario Felipe el Hombre se materializa. Enfundado en negro, coronado el mentón por un sombrero tipo Lee Van Clef, conecta el fender, el ampeq y mira a la audiencia. El sabor a desierto le remueve los labios, le da una tesitura de ventisca arenosa. El duelo ha comenzado.

Aquí vamos otra vez/ se escapa hasta la piel/ no lo puedo detener/ y en cada paso te pierdes otra vez”. Felipe es un nómada, hijo impuro de Francisco el Hombre, que liberó dulces notas al calor de la campiña del sur. La noche del viernes produce la música de los segundos, que es la misma siempre y como desde hace milenios atrae a las especies para el rito del fuego. Ellas cumplen con su ciclo, ir poblando poco a poco la arenosa tierra, dar pasos hacia los placeres efímeros, dejarse guiar por las pieles de colores de las otras bestias, mirar con los oídos, escuchar con los labios y esta noche es ya la misma en que dos jóvenes guitarristas en Nuevas Casas Grandes, Chihuahua, invocaron al diablo.

Buscando problemas/ un pueblo me encontré/ soy las llaves/ para abrir un corazón/ aunque no parezca saber quién soy”. La audiencia poco a poco va cediendo al conjuro, las palmas empiezan a juntarse, el instante se vuelve la rítmica cadencia de notas sencillas pero en un lugar perfecto. No parece haber caminos muertos entre los acordes, ni puentes derrumbados, ni falsos riffs, y así es como Felipe el Hombre va ganando terreno en el duelo y se mete nuevas almas al bolsillo. Son los mismos pasos, no hay duda, de aquél otro que alcanzó la más alta distinción posible, porque aquí y en todas las latitudes, la música es un arte demoníaco y ver a los ojos al rey de los incendios es lo que promete la destreza.

Cuentan que entonces Francisco el Hombre miró al cielo, rezó el credo al revés y liberó la más bella melodía jamás escuchada. Felipe emprende su propio, y el mismo, viaje, que lo lleva a astillarse con los tragos de los bares fronterizos, a recorrer la ardua geografía del do it yourself, plena de traidores, cadáveres y mucho silencio y aún más, atraviesa la vida, al mismo tiempo mito y realidad, del norte de un país que huele a sangre. El desierto es por ello su camino, y no hay otra manera de sobrevivir ahí que alimentarse de él; eso lo ha entendido Felipe y por eso es que dispara con certeza. Junto a Apolo, Planetas Internos, Gay Dúo y más, forma una pandilla, nos da avisos de una nueva escena del norte, espinosa, agreste, que asciende hasta las aguas del Delta del Mississipi, para probar un poco de blues y de pantano. “Dame tus alas para volar/ Está bien querer volar/ para alejarse del frío”.

Todas las distintas especies congregadas al Foro Indie Rocks están definitivamente en la maleta del viajero. Los de barbas y chamarras se balancean, las de rizos hacia un lado aplauden, y aún no son muchos, pero se sabe que volverán y habrán de reunirse con nuevos. “Esta es la vida que quiero vivir/ todo lo que quiero es lo que tengo aquí/ sólo lo único que necesito es un poco más”. El primer disco está terminado. Cada uno de los ocho tracks son ligeros para un largo viaje, todos en un mismo Long Play, y está claro frente a todos que es uno de los mejores botines que un pistolero, hoy por hoy, puede obtener. Con las luces Felipe se desvanece, todos son otra vez especies sedientas y cansadas, que no se reconocen entre sí y que terminan por diseminarse; el duelo parece dejar paso al sonido del viento. “Tantas cosas he probado/ pero el olvido no se va/ todo se convierte en nada/ No te puedo dejar ahí”. Al alejarse, las especies, entre el mareo que deja a su paso el duelo, saben que no sólo el pistolero, sino también ellas se han alimentado, saben que han visto una respuesta, el inicio de una respuesta. “Mientras la noche cae/ sacrifiqué su nombre/ para poder pensar/ ¿en dónde es que se esconde?”. ¿De qué están hechas las grandes bandas? De un solo, definitivo, sacrificio, de un único encuentro con el diablo, que habla de espinas y de saber que el desierto al secarse alimenta. Ahora lo saben todos.