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Empatía

- Por: helagone

por Óscar Muciño
@opmucino
Empatía es una palabra que se escucha con regularidad. Y cuando uno pregunta qué significa, una de las respuestas más frecuentes es “ponerse en los zapatos del otro”, lo cual es ambiguo pues los pies, y los zapatos mismos, son de tamaño distinto. El calzado de otros nos puede apretar e incomodarnos, causar ampollas, quedarnos grande o guango. Ponerse en los zapatos del otro es hacerse a la idea que nuestro pie entrará a una cámara de olor y sudor de un pie ajeno.
Impulsado por la duda acerca del significado de la palabra consulté el Google y encontré tres significados:
a) 1. f. Participación afectiva, y por lo común emotiva, de un sujeto en una realidad ajena.
b) 1. f. Identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro.
c) 1. f. Capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos.
Las tres definiciones provienen del Diccionario de la Real Academia Española; la primera de la XXI edición, la segunda de la XXII y la tercera de la XXIII edición.
La lectura de estas definiciones de la palabra empatía revela que el vocablo ha sufrido progresivamente transformaciones y amputaciones que son síntoma de la re-significación propia de las sensaciones, sobre todo de las sociales.
La primera define el acto de empatizar como una participación afectiva en la realidad ajena. Para la segunda el verbo participar seguramente resultó muy “activo” o “problemático”, y se transformó en sólo una identificación, mental y afectiva, no con la realidad sino con el estado de ánimo del otro, sin participar en él, sino racionalizando emotivamente.
En la tercera, la empatía es una competencia del individuo, una capacidad; se sigue identificando, pero se ha borrado lo mental y lo afectivo, y se agregó el compartir sentimientos, de la participación en la realidad del otro ya no hay rastro. Compartimos sentimientos, por eso existen convenciones y rituales alrededor de ellos, sin embargo, el esfuerzo de involucrarnos tanto mental como afectivamente conducía a una posible participación en la realidad ajena, pero en la tercera definición esta vía ya no existe, ahora se apela a una competencia.
La palabra competencia, en lo personal, me remite a esas capacidades prácticas que son deseables dentro de los terrenos laborales y de medro económico, a aplicaciones que uno debe tener descargadas para ser multitasking y “recto” en nuestras decisiones empáticas. Si te identificas sentimentalmente con algo será con aquellos productos sentimentales diseñados para gustarnos o que ya no representan peligro.
Se reduce la empatía a un asentimiento con la cabeza, a una aprobación que surge por el placer de las sensaciones positivas, reforzadoras. Como si la identificación emocional que tenemos con una canción, sea cualquiera, se asimilara en grado a la asimilación emocional con la realidad entera de una persona; de una a otra hay un salto en cuanto complejidad, implicaciones, relaciones, y un largo etcétera. Pero parecería que la empatía actual apela a una identificación superficial, no de las que inciden en la realidad del otro, sino en la comprobación de una capacidad cuyo fin está en una sensación positiva propia, que no necesita propagarse. Sólo nos identificamos y retozamos en nuestra comodidad emocional, sin saltar a otros chiqueros, a embarrarnos de otro lodo.
La empatía con el otro podría implicar experiencias no sólo de satisfacción intelectual, sino en un accionar tanto mental como corporal; por ejemplo, ir a dormir a los parques para empatizar con la gente sin casa, aunque seguramente volveríamos derrotados por el sereno de las cuatro de la mañana. Entender la empatía como una acción participativa que va desde ofrecer un trago o un cigarro en el momento preciso que alguien lo necesita, pasando por la comprensión del sentimiento ante la pérdida de un ser querido o en un abrazo cariñoso que intente transmitir.
Finalmente, la empatía probablemente deba ser intuitiva, presentarse como una experiencia total, sin mediaciones, en la que podamos sentir el bloque vital de otra persona, sin comprenderlo, sin asimilarlo, y, sobre todo, sin vivirlo; pero sí con una disposición de ánimo que facilitaría la transferencia y, por lo tanto, la comprensión intuitiva para incitarnos a participar en realidades, ser empático como en su primera significación.