TODO MENOS MIEDO

EN VIVO

EN VIVO

#HipnosisMX. Un recorrido revelador

- Por: helagone

por Sebastian “Vikingo” Morales
@vikingomorales
Fotografías de Manuel Castillo
@MrCastleManu
El tiempo sin duda alguna es relativo. Mi pareja estará 9 horas trabajando frente a un escritorio y probablemente su día laboral le resulte eterno. Yo estoy en un festival disfrutando de música en vivo y estaré parado un buen rato al aire libre y, entre más baje el sol, más bajará la temperatura, ¿será que para mí será más largo el día?
Decidimos levantarnos de la cama y arreglarnos ya que los dos vamos rumbo a Santa Fe. Compartimos el trayecto, yo con las manos al volante, ella con las manos al maquillaje. Platicamos de muchas cosas, algunas con importancia, otras no tanto. En la charla llegamos al tema en cuestión y lo emocionados que estamos los dos de ver por primera ocasión a Black Rebel Motorcycle Club. Sonreímos, nos miramos y seguimos con la plática.
Llegamos a su trabajo, desayunamos juntos, el tiempo va a un ritmo extrañamente suave. No se siente, sin embargo no vuela. Nos despedimos y me dirijo a la salida para subirme a un vehículo que me llevará al Deportivo Lomas Altas, un espacio que ya conozco, al que le tengo cierto cariño; recuerdos de buenos ratos llegan a mi cabeza y me emociono por visitar de nuevo ese recinto que está lleno de cosas impares: militares, bandas, caballos, jóvenes, autoridad, rebeldía.
Hipnosis se presenta como el primer festival especializado en rock, psicodelia y garage de la Ciudad de México y su cartel es veraz manifiesto de su misión y visión.

Dentro del lugar me encontré con varios conocidos, desde compañeros de la preparatoria hasta familiares, todo mundo estaba muy feliz. A mí me empezaba a invadir una euforia brutal, Viv & The Sect sonaba espectacular, sentía como si los Stooges, Kinks y Troggs se estuvieran apareando para dar a luz a una agrupación fuera de este mundo. Un sonido tan conocido y, sin embargo, tan nuevo, tan joven.
La “superbanda” de la escena mexicana se subió al escenario para estrenar su nuevo álbum Cobra, así Cascabel inició su participación, sonando fuerte, pero mal. Mi euforia empezó a convertirse en decepción. Los micrófonos de Desentis y Mixo no se escuchaban, y al teclado mejor ni lo metemos a la ecuación. Sin embargo, los capitanes siempre sacan la casta y demuestran que para tocar frente al público no es necesario tener amplificadores, sino huevos, aplausos a Ian por llevar ese barco a buen puerto.
Después las cosas se pusieron más interesantes, la ansiedad se hacía presente en mi cuerpo, empecé a sentir que las extremidades se contraían, como si estuvieran forzándome a mover; me sentía asustado. La seguridad dentro del lugar estaba muy al tiro. O por lo menos eso fue lo que pensaba mientras miraba a mi alrededor, la luz entraba en mis ojos con un brillo muy particular y yo veía mucho verde, un verde muy particular que llevaba el personal de seguridad en sus uniformes. A continuación un grito: ONE, TWO, THREE, FOUR!

Charles Moothart, Chris Shaw y Ty Segall empezaron a tocar. Me emocioné y después me empecé a sentir defraudado. Goggs es una banda de punk pero que no ofrece nada nuevo, sólo 3 acordes y 4/4. Así es el punk, sí, pero escuchar las mismas canciones de Black Flag, Sex Pistols o Minor Threat en 2017 resulta hasta cierto punto cansado. Con gente tan talentosa como Segall o Moothart en esa alineación, me empezó a aturdir un poco, pero lo estaba disfrutando, disfruté de su violencia, de un Shaw que no sabe cantar con un micrófono, de su lejanía con el público; en pocas palabras disfruté de Goggs como hay gente que disfruta comerse las uñas de los pies.
Decidí quedarme cerca del escenario mientras intentaba escribir un mensaje de whatsapp, ¿cómo vas? ¿cómo te sientes? alcancé a leer, pero las teclas se movían demasiado así que decidí apartarme de ese dispositivo por un rato. Y fue aquí donde estuve a punto de arrepentirme: The Mud Howlers suben al escenario y lo único que se escucha es un bajo fofo y una guitarra estridente, un ruido horrible que lastima. Miradas cruzadas del público demuestran el descontento con el sonido. Veo al escenario y los músicos parecen estar pasándola bien ¿qué carajo está pasando? ¿qué ellos no se dan cuenta de cómo se escuchan? ¿los ingenieros qué están haciendo? Decido moverme, caminar y terminar con esa angustia.
Más caras y de repente un vaso transparente aparece en mi mano, toda la orilla está mordisqueada. Hago memoria y me doy cuenta que llevo dos horas tallando mis dientes contra el plástico del recipiente. Los rostros ajenos empiezan a advertirme, me siento solo, y quiero estar con alguien que me ancle a la realidad.

Death Valley Girls siguen sonando horrible: guitarra, guitarra, guitarra y más guitarra. Estoy odiando mi experiencia, estoy odiándome por tomar decisiones basadas en experiencias ajenas, estoy odiándome por tomar decisiones en general. Poco a poco el sonido mejora, los elementos de cada canción empiezan a ser más perceptibles y ahí fue uno de mis momentos favoritos de la noche: The Coathangers, literalmente me llevaron de la atrocidad a lo bello.
Con los oídos sensibles y dispuestos a escuchar, me quedé hipnotizado ante la genialidad de esas tres musas (Minnie Coathanger, Crook Kid Coathanger y Rusty Coathanger) qué, canción tras canción, no dejaban de sorprenderme, no dejaban de recordarme de las maravillas que una alineación básica pueden llegar a construir. Además de lo musical, ellas me hacen reflexionar: cada vez es más claro que el mundo necesita de expresiones artísticas, políticas, sociales, culturales, científicas, etcétera, pero las necesita hechas por mujeres.
Mi mente estaba trabajando turnos extra para terminar de comprender lo que acaba de suceder y de la nada mi cuerpo se quedó completamente paralizado con las disonancias y síncopas que emanaban del escenario, un teclado que sonaba a guitarra, dos guitarras que sonaban a bajo y un bajo que sonaba a todo lo contrario. Sentí cómo los colores de esos sonidos chocaban con mi piel y erizaban cada centímetro de mi cuerpo. En realidad creo que durante más o menos una hora nunca entendí qué es lo que estaba sucediendo en el escenario con Ty Segall y The Freedom Band, pero al final me di cuenta que lo que acababa de presenciar era un discurso clarísimo de porque el Rock no ha muerto y jamás morirá. Y no es sólo una cuestión de talento, es una cuestión de querer decir algo, de tener un mensaje y de saberlo entregar, así como The Coathangers, o Cascabel, proyectos que han construido una misiva y que su servicio postal siempre llega a tiempo con forma de riffs.

Poco a poco empecé a regresar a la realidad, pero no por gusto, me gusta estar inconexo y aislado. El frío resultó ser un maldito factor de aterrizaje del cuál no había manera de alejarse. Recibí otro mensaje: “Ya llegué”. Caminé hacia la entrada y ahí me encontré con mi pareja, ella venía bien abrigada y además traía refuerzos textiles para mi. “Te ves bien, ¿cómo ha estado tu camino?” me dijo, la miré y le dije que todo había estado excelente mientras seguía tratando de decodificar a Ty Segall.
Caminamos de regreso al escenario para encontrarnos con algunos amigos y desde ahí escuchamos a The Black Angels, el que probablemente era mi acto más esperado, y me quedaron a deber. Sin embargo, sus visuales me atraparon y aún así, con un clima gélido lograron que las texturas y densidad de sus melodías me hicieran un licuado la cabeza.
Después vino el plato fuerte de la noche, Black Rebel Motorcycle Club en México, después de 6 años desde su última presentación en un Iberofest allá por el 2011. Es mi primera vez frente a un acto tan puro y cercano al rock & roll de antaño, no por su sonido, sí por su intención.

Y es que BRMC no inventó nada nuevo, simplemente gustan de tocar la música con la que crecieron. El sonido para este momento era impecable, tan nítido como un cristal. Y así de impecable fue la ejecución de cada hitazo, la castidad de cada riff y de cada verso me traían de vuelta a la realidad. Rock macizo y sin pretensión, ese rock que te hace menear la cabeza, mover los hombros y girar la cadera. Ese rock que convence a la gente de que la juventud es algo que Elvis inventó.
Y así es como la juventud no ha envejecido a lo largo del tiempo, porque éste es relativo. Siempre estamos buscando complicarnos la existencia mientras pretendemos aligerarla. Ser joven significa equivocarse, significa pelear, significa fallar, significa saber levantarse. Esta juventud lleva 67 años de historia y el recién nacido Hipnosis, después de una jornada accidentada merece vivir su juventud, pararse y seguir adelante porque un festival de estas características no sólo es importante: es necesario.