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#LadoB. Sting y algunos hijos de la Stingada

- Por: helagone

Ahora que se anuncia una visita de Sting a México, una más, recupero un texto del ayer  que se viene leyendo como cosa de hoy, aunque a Héctor Lavoe no le hubiera gustado. Va la primera parte

Sting y algunos hijos de la Stingada

por Alain Derbez
@Alain_Derbez
Lee la parte 2 y la parte 3.

Escribo canciones, no hago propaganda; no soy periodista, soy compositor.
No creo que con ellas pueda modificar el punto de vista de los demás.
Si eso pretendiera, nadie me haría caso.

Sting

Uno:
Aquí entre nos, les diré que yo soy amigo personal de Sting. Lo que no significa que ahora que va a presentarse en Houston el once de marzo vaya yo a tomar avión para oírlo. Ni tampoco que él vaya a aprovechar la cercanía para bajar a México a tomar un trago con los amigos. Cuando vino a filmar Dunas, esa película que nos dejó una réplica de la Estatua de la Libertad en un tiradero de basura junto al Cerro de la Estrella, nos vimos lo menos posible. Hay una razón. La gente podría suponer que porque mis vecinos se pondrían luego inaguantables si vieran a Sting entrando a esta su casa vestido con la misma gabardina que todo mundo le vio cuando actuó en Quadrophenia. Trepando las paredes a la caza de autógrafos, cayendo de la barda rompiéndose la columna vertebral, juntando carne, en el mejor de los casos, para los quiroprácticos, en el peor para los enterradores, se los podría imaginar la gente a mis vecinos. Y más… Ahí, a la entrada de la calle, ahí adonde construyen ese ejemplo de neobrutalismo arquitectónico mexicano que servirá como caseta de vigilancia policiaca, un mentecato oportunista vendiendo pases para entrar a ver al menos la fachada de la casa adonde Sting merendó y pasó la noche. Aquella ventanita, la de allá, la del cuarto de huéspedes, ¿la mira?”
Pero no. No es ésa la razón. Nunca nada en ese tenor ha sucedido. Y eso que a mi casa han venido Alejandro Lora, Jaime López y Rodrigo González, que no serán Sting pero son los dueños absolutos de los favores del personal bandero de los alrededores. Mis vecinos son más bien desconfiados. El otro día que vino un amigo que es igualito a Jim Morrison y que yo, nomás por ver qué pasaba, salí a gritar ¡en mi casa está Jim Morrison!, me correteó un perro. Nada más.
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Recuerdo que cuando pequeño quise ser amigo personal de Paul McCartney, aunque él me llevara mucha edad. Ahí voy yo en su Lincoln hasta la escuela y me bajo echando estilo y digo justo delante del Negro Martínez que apenas si lo cree sosteniendo el balón anaranjado de basketbol: “Gracias Paul, luego la vemos”. Nunca se me hizo, aunque cuando me le declaré a Rosita Sánchez le advertí que nomás podíamos andar hasta el verano porque el dos de julio exactamente tenía que verme con los Beatles en la esquina de Abbey Road. Rosita jamás me perdonó cuando se me cayó la mentirota en la esquina de Adolfo Prieto.
Bueno, pero de Sting sí soy cuate. Lo conocí cuando vino Police a tocar en el Hotel de México. Él era el menos cerrado de los tres y como yo no le hago bien al idioma de Shakespeare, que me suelto a cantarle mis rolas así nomás en el mercado de artesanías para llamar su atención. Summers y Copeland mas bien clavaron la vista en unas fajas de Cuetzalan uno y en un cofrecito de Olinalá el otro, pero él sí se interesó. “Me gustan tus canciones”, me dijo en algo que sonaba a español. (No, si ahora que canta la de “te quiero a ti, siempre junto a mí”, ya mejoró cantidad. Antes era bien difícil agarrarle la onda a la primera). Habló con tal sinceridad y entusiasmo que, en un arrebato de esos que me dan, le contesté: “Tómalas, ¡son tuyas!. Y le di mis partituras. Con ese gesto nació la amistad.
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Luego me escribió diciéndome que las había traducido para hacer el disco de las tortugas azules. Me dio gusto recibir las noticias y un ejemplar del vinil así como después me dio más gusto cuando me mandó un boleto a París porque quería presentarme en público el día de la grabación de Bring on the Night para que yo también saliera en el video. Pero preferí no ir. No me gustan ni el ajetreo ni la fama, aunque esto último no sea tampoco la razón real por la que no nos vimos en México tanto como era de esperarse y por la cual no usaré el boleto que me envió para subir a Houston ahora que está cerca…
Ya en confianza se los voy a decir: a Sting le gusta mi chava. Y a ella también le gusta él. Se gustan pues. Y eso es muy difícil de sobrellevar. Porque, de acuerdo, Sting y yo somos amigos y él es un perfecto gentilhombre británico nacido en Wallsend -donde quiera que esté eso. Pero mi chava…pues es mi chava y yo soy cuate, pero no tan liberal como para cerrar los ojos ante la realidad. Uno no puede deshacerse así nomás de una educación de caballero nacido en sotavento. Ya me imagino luego a algún imbécil vendiendo boletos para mirarme pasar:
“Mira, esos adornotes los trae por cortesía de Sting”.
Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Es por eso que quedamos mejor así: la mejor manera de llevar la fiesta en paz. Allá él y acá nosotros. Seguro después me va a escribir a ver qué onda. Eso que ni qué.

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Texto publicado en Rines (compilación de Carlos Chimal), México, ERA, 1994.