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Más mezcla maistro o le remojo los adobes (Rima con lucha el jazz en la Capirucha). Parte 2

- Por: helagone

Por Alain Derbez
@Alain_Derbez
Apareció hace unos días y se presentó al comenzar junio en una abarrotada sala Ponce de Bellas Artes (entre el público presente había sorpresivamente, varios, muchos músicos de jazz), el Atlas del jazz en México, una obra colectiva catalizada, coordinada, ordenada y confeccionada por Antonio Malacara, luego entonces: una obra colectiva de autor donde varios protagonistas de todos los estados del país escriben o hablan en entrevista sobre sus experiencias jazzeras. El colaborador del diario La Jornada, autor de varios textos que han nutrido la antes raquítica bibliografía jazzera del país, consiguió que varias instancias apoyaran la muy ardua labor y el resultado es un libro de 400 páginas que en la cuarta de forros tiene logos tan inusuales en estos sincopados ámbitos de la cultura como el de la LXII Legislatura de la Cámara de Diputados.
Va aquí el texto que me pidió escribir Antonio sobre la historia del jazz en la ciudad de México. El título, desde luego, es cortesía de Tin TánMás mezcla maistro o le remojo los adobes.

2) Y sigue la mata…

“Santita, si viera usted lo feliz que me siento cuando usted viene hasta aquí,
cuando no hay clientes y yo no tengo que tocar ni usted Santita que bailar”
(Carlos Orellana con gemebundo tono en el papel del invidente Hipólito-1932).

Los nombres arriba citados de Agustín Lara y Lerdo de Tejada, reaparecen en los créditos musicales de Santa, la promocionada como primera película sonora mexicana filmada en 1931 y exhibida, al año siguiente, cinco días antes de que cayera asesinado Guty, el abuelo del recordado baterista de jazz Tony Cárdenas (1963-2014). En ese año de 32 en el que Cole Porter (quien alguna noche, un par de décadas después escuchará su música interpretada en el Ciro´s de Paseo de la Reforma) aportará al canon de la música popular a ser recreada por jazzistas la exitosa composición Night and Day, arribará a la ciudad de México el director de orquesta Ernesto el pelón Riestra. Entre las cosas en común que el compositor emeritense baleado en el Salón Bach por un español antirepublicano y el simpático conductor neoleonés tenían, es que ambos habían residido un tiempo en la ciudad de Nueva York y ambos, de expresa manera, se habían visto seducidos por el jazz (el autor de Caminante del Mayab, entre otros pendones de orgullo de la trova yucateca, agregaba también su confeso entusiasmo por “las girls y el baseball”).
Santa
Si el pelón y Guti fueron al cine Palacio esa noche de estreno del 30 de marzo, habrán visto y oído a los 15 minutos -mientras perdida la mirada Santa (Lupita Tovar), arrebatada su inocencia por un infausto militar con gringo acento, vaga entre puestos de feria- a un auténtico mariachi (sin trompeta, desde luego) atacando un son antes de que la Madame (Mimí Derba), como si la víbora misma del edén hubiera descendido, diera a la muchacha su tarjeta: ”Ven a verme, que yo tengo un trabajo muy bueno para ti”… En sonando dos lóbregas campanas Santa encuentra cerradas las puertas de la iglesia y un minuto después- consultada la tarjeta de Elvira la matrona que en el pecho guardabaabiertas las del burdel, Ahí Hipo, el pianista ciego, se arranca con movido fox-trot que será bailado con destreza giro tras giro por las parejas formadas por hetairas y visitadores. Escenas después – tras algo de flamenco que incluye a un torero cornudo apodado el Jarameño, un mozo de estoques tartamudo y un palmeo bastante apoxcaguado- se desprende una suerte de cake-walk, inspiración del Flaco de Oro, bailado por un grupo de chicas de atrevidas piernas e interpretado por una cantante y una orquesta compuesta por dos acordeones, dos violines, dos saxofones, un trombón, una trompeta, una guitarra- el banjo está en el piso- y una batería: “Tú me pides besos, yo te pido amor!”… Luego, tras la voz de un señor que exige “¡quiero que me toquen silenciosamente!…¡no me toquen Chihuahua!” (faltaban seis años para que André Bretón desembarcara en México), vendrá un danzón dedicado “a Santita, la mujer más bella del mundo”, a quien el destino ha convertido ya- ¿quién lo duda?- en toda una profesional en su campo y a quien un hombre pide le enseñe a danzonear. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde aquel desesperado grito de la ingenua chiquilla la primera noche en el prostíbulo: “¡No quiero beber, no sé bailar, soy nueva aquí!”?… No lo sabemos, pero lo que sí nos deja saber la película es que el jazz aquí- en un país que había ya instaurado en las escuelas públicas la enseñanza de las danzas regionales- también posibilitaría espectáculos coreográficos de profesionales donde los amateurs, simples mortales en pos de fiesta, esperan su turno en la pista, como en ese Parque Lira por rumbos de Tacubaya donde se filmó la escena; y que la santera banda sonora incluirá lo mismo un son abajeño que un cante andaluz, jazz y una canción romántica de Lara que desparrama un Hipo enamorado a ser oída, gracias a la radio, en todas partes a pesar de “lo subido de tono” del tema tratado desde la porfiriana novela de Federico Gamboa: “Santa, Santa mía, aparta de mi senda todas las espinas, calienta con tus besos mi desilusión, Santa sé mi guía, alumbra con tu luz mi corazón.”

 

3) La ola invasora del jazz

“¡Silencio, mientras que amarran los gallos, ahí les vienen los meros cancioneros del alma nacional!”
(Allá en el Rancho Grande, 1936).

Una nueva década había comenzado a correr y, como sucedía en buena parte del mundo, entre otras músicas el tango y el danzón, por ejemplo) el jazz se seguía tocando y se seguía danzando. En Estados Unidos un compositor y director negro de nobiliario apodo, Duke, firmaba en ese 1932 una composición cuyo nombre devendría (sin intención o con algo de velada jiribilla por parte del elegante Ellington) una declaración estética y más tarde hasta política: It Don´t Mean a Thing if it Ain´t Got that Swing. Esto es: al César lo que es del César ¡Báilalo (si puedes) y tócalo (también)!: “Vale lo que se le unta al queso si no cuenta con ese pulso, meneo”, el swing, un nombre que pronto iba a ser identificado por muchos para designar un baile en específico y también una era de grandes orquestas en amplios salones, y por otros para definir un espíritu intrínseco en esa música basada en la improvisación llamada jazz, jazz para escucharse…

Santa2Volvamos sobre nuestros pasos y recuperemos el nombre de José Vasconcelos. El filósofo oaxaqueño nacido en 1882 (justo el año en que una banda mexicana tocaba con gran éxito en la ciudad de Nueva Orleans) diseñó una política educativa acorde a los valores del nacionalismo que los gobiernos post-revolucionarios quisieron fomentar para desarrollar una “cultura nacional”, una “identidad” donde, en la conciencia del mestizaje retratada en los muros por Rivera, Orozco, Siqueiros etc., se siguiera al pie de la letra el lema vasconcelista que hoy sigue siendo divisa de la universidad nacional: “Por mi raza (la cósmica) hablará el espíritu”. Y como en todo lugar donde impere el culposo punto de vista judeo-cristiano en un universo de buenos y de malos, de pecadores y de arrepentidos, hubo que identificar de bulto, oloroso a azufre, “al enemigo”. Leamos en un escrito publicado en 1926 en El Universal al poeta y cronista Luis G. Urbina, mexicano avecindado en Madrid:

“La música negra ha invadido Europa (…) como una ola de cieno. ¿De dónde vino? De Yanquilandia (…) Pueblo vigoroso, enérgico, dionisíaco, sabe imponer por donde quiera que va sus costumbres y sus gustos. Sus costumbres son sencillas, a ratos impuras. Sus gustos burdos, a veces infantiles. Tiene el espíritu simple: la voluntad grosera, la moral cuadrada. Ése es el fondo de su carácter. Y la fe en sí mismo. Así llego a Francia y le impuso, entre otras cosas, sus grotescas diversiones, sus cantos y bailes africanos, sus gimnásticas danzas de salón, en las que la lascivia hace ejercicios gimnásticos e imita el paso de los animales más torpes y ridículos. Trajo, como suprema extravagancia, al jazz-band que da un sentido regresivo a la música y el baile, arraiga y fortalece en las urbes de cultura exquisita. Y aún va más allá: conquista las clases populares, fáciles a la imitación. Aquí mismo, en Madrid, las chicas de servir, las chulas de los barrios bajos, están desdeñando al chotís castizo, viejo arrullo del agarrao y empiezan a pedir al organillo y la pianola, el foxtrot y el charlestón. No cabe duda que el mundo se norteamericaniza. Pero, en realidad, quien triunfa no es el sajón: es el africano. El rubio hace la propaganda del negro. Es éste el que ejerce una influencia irresistible sobre aquel.”

O vayamos atrás seis años y hallemos las palabras del compositor nacionalista Manuel M. Ponce en la revista México Moderno: “El príncipe Carol, heredero del trono de Rumania, ha declarado a los reporteros que la música americana de baile es horrible, antiartística, sin armonía, sin sentido musical. Mas a pesar de esa opinión expresada por los principescos labios con tanta franqueza, los rags, los trots (de varias especies de animales), los cakes, etc. no solamente han conquistado todo el inmenso país del dólar, sino que han derrotado a las matchichas y a los tangos, a los danzones y jarabes, representantes en otros tiempos de las nacionalidades latinas. México sufre el yugo del foxtrot y nuestra juventud, que baila y se divierte, ignora o finge ignorar que éste puede ser- Dios no lo quiera- el principio de otro yugo más doloroso”. (Todavía en 1931, en una carta que escribe el fresnillense a Carlos Chávez, le expresa: “Felicidades por el proyecto de recuperar nuestros cantos en los lugares distantes hasta donde no ha llegado la musa zarzuelera ni la ola invasora del jazz”.

Santa3

Es así que el jazz, por decreto, es oficialmente echado, en aras del bienestar de la “cultura popular”, pero no se le extradita por entero del “gusto popular” (ah al cuadrado por la doble abstracción), ¡y menos si todavía podía generar ganancias a alguien!. En un entorno “de aires nacionales” donde los valores expuestos en “Allá en el rancho grande”(1936) iban a marcar la pauta que “convendría” seguir (con el sano fin de entendernos y de explicarnos) y en el que, sin matiz alguno- esto es, sin conocimiento de las particularidades históricas, sociales, políticas y estéticas que habían gestado una forma artística como el jazz- se decide que ésta es parte de un paquete grande que la tabla rasa conduce a descalificar de entrada, sumando para ello nuevos elementos al ataque de las esdrújulas contra “lo oscurito” echado a andar por don Clarito dos décadas atrás:

Viva la canción vernácula
en nuestro mundo bucólico
y muera todo lo exótico
sobretodo si es erótico
en vez de sonar patriótico
(ojo: que se lea católico
en donde dice doméstico).

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ALAIN DERBEZ ES AUTOR DE LOS LIBROS “EL JAZZ EN MÉXICO, DATOS PARA ESTA HISTORIA“, DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA Y DE “TODO SE ESCUCHA EN EL SILENCIO, EL BLUES Y EL JAZZ EN LA LITERATURA HISPANOAMERICANA” DE LAS UNIVERSIDADES DE SINALOA Y ZACATECAS.