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#NationalGeograffiti 26: El Sinfónico de la nostalgia

- Por: helagone

Por Christopher Nilton Arredondo
@niltopher
Una colisión de pesados trenes temáticos se avecina a toda velocidad a esta ignorada columna; en un cruce de vías, van hechos la madre y sin ninguna precaución los asuntos de las subdivisiones genéricas del rock, lo viejo vs lo nuevo, los premios de la industria discográfica, la aproximación del compositor con sus materiales de creación y otras bobadas por el estilo. El cruce de vías se llama Rock en tu idioma sinfónico, proyecto salido mayormente del entusiasmo de Sabo Romo, exintegrante de Caifanes.
Un poco de “taxonomía”: Sabo Romo, Eliseo Reyna, Felipe Pérez Santiago y Sony le dicen “sinfónico” a piezas de rock que se ejecutan, además de con los instrumentos comunes de este género (guitarra y bajo eléctricos, batería, etc.), con una orquesta (cuerdas, alientos, percusiones). Esto es importante aclararlo debido a que existe una subdivisión genérica del rock con el mismo nombre, que no se limita al uso de los instrumentos de la orquesta, sino que busca la ruptura de la canción como máxima forma musical; la ópera rock, el disco conceptual y otros fenómenos rockeros de complejo entramado se vinculan con el rock sinfónico que poco o nada tiene que ver con la materia de este texto.
El experimento del disco sinfónico en México no es ni remotamente nuevo: quizá el más célebre de los sinfónicos es el disco de El Tri, que sorprendió al público de fin de siglo con una premisa simple: contrapuntear a la banda de rock con una orquesta sinfónica (en ese caso, la Sinfónica Metropolitana). Sin embargo, a pesar de la selección de temas ochenteros, con un enfoque practicado por la banda más longeva del rock en México hace poco menos de 20 años, Romo aclara que no es un asunto de nostalgia: “no se trata de rescatar nada, […] sino de abordar estas canciones desde otro contexto”.

Luego de escuchar el disco, preguntar por ese otro contexto me parece no sólo válido sino muy necesario. Hablando propiamente de los “nuevos arreglos”, la selección de canciones carece de matices característicos en la música de concierto (a ratos, como en “La muralla verde”, el estruendo del grupo de rock opaca por completo a la orquesta); algunos arreglos incluso son muy baratos, ya que en varios casos los alientos o las cuerdas de la Camerata Metropolitana remplazan, sin más, pianos o teclados de las versiones originales, haciendo la misma rola pero con más fulanos trepados en el escenario (“Mátenme porque me muero” quizá sea el caso más visible de esto, y “Beber de tu sangre” tiene este defecto y el otro). Con modificaciones de gran conservadurismo estético, es difícil ver en el sinfónico otro valor que no sea la nostalgia.
Aunque comparto con Romo su preocupación por el consumo de la nostalgia, temo que la controversia por el Sinfónico no puede dejar ese puerto. En su columna de Milenio, Las posibilidades del odio, Juan Carlos Hidalgo escupió bilis contra “ese lamentable” disco. El texto me parece en muchos momentos desafortunado, pero lo relevante viene de la sección de comentarios al final del artículo; los detractores de Hidalgo (numerosos, al parecer) defienden su regocijo por las canciones que escuchaban de jóvenes, acusan al columnista de tener mal gusto musical y lo llaman amargado. Es posible que quienes comentaron el artículo de Hidalgo hayan sido jóvenes durante los 80, escucharon de primera mano las novedades del Rock en tu idioma y, ahora, como adultos en la plenitud de sus vidas laborales, sean quienes compraron las 30 mil copias en el primer mes de lanzamiento, dándole la categoría de Disco de Oro a este álbum.
Sabo y cía. fracasaron entonces si su intención era alejar sus conocidos éxitos de su lectura nostálgica y sospecho que el mayor problema del disco, en su búsqueda de un nuevo ángulo, es precisamente la imposibilidad de sus autores de alejarse de sus viejas obras. Como mencioné antes, la Camerata Metropolitana tiene un papel secundario en varios momentos del álbum; en el mejor de los casos hace adornos y rellena silencios de las versiones originales (sobresaliente el caso de “Juegos de amor”, de Neón, la única ganadora en el intercambio banda de rock-orquesta sinfónica). Con ese resultado, las palabras de Arturo Ybarra recogidas en La Jornada provocan risa loca: “[…] el rollo orquestal […] no era un rollo clavado en la nostalgia, sino de rehacer unas rolas que a todos nos gustan”. Señor Ybarra, “a todos nos gustan” porque nos recuerdan nuestra juventud, porque con más de 30 años, ya tenemos experiencias suficientes para hablar de “los viejos tiempos”.

A manera de cierre, una valoración general del Rock en tu idioma sinfónico: como los arreglos no se apartan mucho de las versiones originales, el disco puede gustarle a quien ya le gustaran esas canciones antes. Si no te gustaban originalmente, hay pocas probabilidades de que este álbum te haga cambiar de opinión.