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#PecesSueltos presenta: Umm Kulthum

Una foto de la cantante egipcia en: Umm Kulthum que murió en 1975 a los 71 años.

mié 30, 05 2018 – Por: helagone

“A Loose-Fish is fair game for anybody who can soonest catch it.” Herman Melville, Moby Dick

Si la música se parece al mar, y lo habitamos todos, hay especies raras, que se ven poco y extraña vez son capturadas. Aquí surcamos las olas para hacerlos más evidentes.

Umm Kulthum

por Ana Martínez de Buen
@Anamdb
Umm Kulthum no es un pez suelto, es un gigante del Mediterráneo. Sin embargo, para generaciones nacidas después de los 70 y lejos de las tradiciones de Medio Oriente, es casi desconocida, resuena únicamente en la influencia que tuvo en músicos que después serían consagrados como íconos de nuestra cultura, como Robert Plant, María Callas, Bob Dylan o Nico.
Para entender a Umm Kulthum hace falta entender Egipto y las transiciones que el mundo árabe sufrió durante la primera mitad del siglo XX: monarquías caídas, guerras religiosas, territorios fragmentados y una necesidad de defenderse ante la desesperanza a través de una espiritualidad que terminó siendo una herramienta dogmática de control. Pero este resumen no le hace justicia al tejido afectivo que se fue creando en Egipto en su cotidianidad durante décadas. Ahí es donde vale la pena hablar de la figura de Umm Kulthum, pues hablar de su música es hablar de los afectos de uno de los territorios más antiguos de la memoria.
Nació el 31 de diciembre de 1898 o el 4 de mayo de 1904, no se sabe con certeza. De lo que no cabe duda, es que la música egipcia jamás había sido, ni volvería a ser, una bandera de raíces tan profundas como lo fue en la voz de Umm.


Aprendió a cantar cuando era apenas una niña, escuchando como su padre le daba lecciones a su hermano. A ella, en cambio, le enseñaron El Corán, y cuentan que se supo el libro entero de memoria. Cuando tenía 12 años sus dotes artísticos no podían pasar desapercibidos. Su padre, quien era imam en la mezquita local, decidió integrarla al grupo musical familiar, con la condición de que se presentar vestida de niño para no traer vergüenza a la familia. Así que la que algún día sería reconocida como “la cuarta pirámide de Egipto” pisó por primera vez los escenarios oculta tras una identidad desconocida.
Conservó esa mística a lo largo de su carrera: casi no dejaba que la vieran en público, más allá de sus conciertos, y mantuvo cautelosa distancia de la vida bohemia egipcia que incitaba al vicio y al hedonismo. Umm fue siempre una mujer conservadora. En su juventud fue cercana al rey Farouk y en su madurez fue apoyada por el nasserismo. Sus canciones tenían una profunda connotación política y patriótica; incluso cuando en la superficie podrían ser tomadas como canciones de amor, lograba conectar a todos los egipcios en una marea de emotividades simultáneas, pues todo el país se detenía un jueves al mes para escuchar sus conciertos transmitidos en vivo por radio. Estos conciertos mensuales constaban de tres o cuatro canciones y tenía una duración total de tres horas o más.
En el principio de su carrera conoció a Ahmad Rami, un famoso poeta egipcio, quien escribió para ella 137 canciones y la introdujo al mundo de la literatura francesa y la literatura árabe. En la misma época le presentaron a Mohamed El Qasabgi, compositor y músico virtuoso del oud (laúd árabe). Él la llevó a su primer éxito en público en el Palacio del Teatro Árabe. A partir de ese momento, muchos músicos y compositores buscaron trabajar con ella, pues combinaba un gran control vocal con una emotividad que levantaba al público de su asiento desde las primeras sílabas. Las composiciones de Qasabgi incluían algunos instrumentos occidentales como el cello y el contrabajo y utilizaban armonías. Los temas de Rami son familiares a toda la poesía: amor, anhelo y pérdida. Sin embargo, las presentaciones de las piezas respetaban una tradición árabe enraizada más allá de fronteras políticas, y era la capacidad interpretativa de Umm Kulthum la que brindaba un puente con la modernidad.

Para los años 40, solicitó incluir en su repertorio canciones del compositor Zakariya Ahmad y del poeta local Mahmud Bayram el-Tunsi. Ambos trabajaban estilos considerados indígenas de Egipto. Alejarse de los temas románticos y acercarse a los valores religiosos fue un riesgo y la respuesta del público egipcio fue jubilosa. Umm lograba consagrarse con cada década como la “Estrella del Oriente” (“Kawab El Sharq”).
La duración de sus presentaciones no era fija, una misma canción podía variar dependiendo de la intención que le diera Umm, pues basaba su improvisación en una técnica árabe antigua que consta en repetir una misma frase varias veces con diferentes intenciones, explorando diversas escalas de la música modal (maqam), llevando a la audiencia a un estado de euforia conocido en árabe como “tarab”.
A Umm hay que escucharla fuera de nuestras ideas de estrella, de intérprete. Es una voz que podría presumirse caricia, aunque es más parecida a un cuchillo rasgando terciopelo. No hace falta entender las letras que con tanto cuidado fueron confeccionadas para su voz, sólo escuchar ese objeto que se escapa de ser materia es suficiente, una voz de una conciencia colectiva, una conciencia afectiva, que influenciaba más con el canto que muchos discursos de guerra pronunciados en el mismo tiempo que Umm se ofrecía al mundo árabe.


Una de sus canciones, “Zaman, Ya Silahi”, (“Ha pasado un largo tiempo, oh arma mía”) fue el himno nacional de Egipto por casi 20 años, hasta que las negociaciones de paz con Israel forzaron al presidente Sadate a cambiarla por el actual himno, “Bilady, Bilady, Bilady”.
Egipto en el siglo XX nada tenía que ver con las historias ancestrales de una civilización con el espíritu elevado a la altura de un Faro legendario. Aún así, en medio de una modernidad que arrasa los últimos vestigios de nuestras civilizaciones, Umm Kulthum nos llama a unirnos en la escucha, pues la permanencia está escondida en lo efímero y son las voces, objetos inasequibles, los faros que necesitamos para encontrar respuestas juntos, con la atención en la oído, y la vista puesta en un horizonte común.