TODO MENOS MIEDO

EN VIVO

EN VIVO

Pinches rucos están locos. Morrissey en el D.F.

- Por: helagone

por Óscar Muciño
@opmucino
A estas alturas Morrissey no se caracteriza por ser un artista que anhele ser vanguardia, no es dado a grandes experimentaciones ni en sus discos ni en sus conciertos, es huraño y para mucha gente resulta francamente odioso. Sin embargo, sus seguidores son intensos, fieles y variopintos.
Muchos viajan horas en auto para asistir alguno de shows, o planean sus vacaciones conforme a su gira, o viajan exclusivamente para verlo, o asisten a la mayor cantidad de shows cuando visita su país, o se tatúan partes de sus canciones, o se tatúan su rostro.
Tiene una abultada feligresía que cuando acude a sus conciertos va cierta de qué verá un show de él, de Morrissey, con lo que eso implica. Dentro de esta feligresía hay otro sector que no viaja alrededor siguiéndolo y que ha tenido pocos momentos para verlo.
En México en el 2006 se presentó en el Polyforum, en privado para el canal 52MX, propiedad de MVS; hace poco más de 5 años atrás (2011) tuvo dos presentaciones en el Plaza Condesa que se agotaron rápidamente; canceló su presentación en el Vive Latino del 2013 (parecido al síncope que sintieron algunos en el Ceremonia). Había tensión y expectativa, un tanto por su trayectoria solo, otro tanto por lo hecho en The Smiths. Seguramente él lo sabía y en eso consistió su show.
Llegué al metro Velódromo para encontrarme con una feligresa, mi prima Ale. Salimos a fumar al puente. Había un tránsito considerable de carros y amenazaba con más. Del metro aún salía poca gente. Faltaban 10 minutos para las siete. En esta ciudad diez minutos son cruciales, no se digan quince. A las 7 comenzó a salir más gente del metro. Noté que mi prima se inquietaba. Nos encaminamos a las puertas del Palacio de los Deportes.
Adentro todo como siempre, ese aire que Ocesa le ha da a sus “eventos, la misma escenografía que había en el Bahidorá estaba ahí, la casa Bacardí con las mismas luces, el mismo stand de Cervezas Corona. Y luego ese toque Morrissey, en los puestos de comida sandwich vegetariano, una de las vendedoras de pizza grita -¡pizza de champiñones!-, otra se le acerca y le dice pero grítale que es vegetariana. Afuera los tacos de canasta de chicharrón no se hicieron los ausentes, aunque también había de papa y de frijol.
En la espera frente al escenario compramos unas cervezas y el vendedor nos aconseja que aprovechemos porque a las ocho y media para la vendimia:  ni sincronizadas nos dejaron vender, dice. Vale la pena un tipo que sigue peleando porque en sus conciertos no se venda carne, fiel a lo suyo. Así como Pearl Jam no quiso vender las entradas a sus conciertos por TicketMaster, por un tiempo.
A las nueve en punto se apagaron las luces del Palacio. El barullo no se hizo esperar. El concierto no comenzó. De la pantalla en la que se proyectaba, cuando había luz, una chica con espada, corona tejida y gesto acongojado, comenzó a proyectarse un video de los Ramones tocando “53rd & 3rd”, en una presentación vieja, indagando uno se entera que es fragmento de un concierto, de diecisiete minutos como sólo ellos podrían, en el “loft” de Antonio Vega en enero de 1975.
https://www.youtube.com/watch?v=r8DAme8kRak
La sucesión de videos dura cuarenta minutos. Me dice mi prima que es algo que ya ha hecho en recientes recitales. A los Ramones sigue James Brown, Dionne Warwick, pasan poemas, la escena de la película de la que proviene la portada del disco The Queen is Dead; videos de Public Enemy, de New York Dolls, et. al. Una selección de gustos de Steven. Cada que termina un video hay euforia, cada que empieza otro hay una rechifla que no se generaliza y que no se sostiene.
Estos cuarenta minutos podrían pasar por pedantería o por gusto de epatar (con las implicaciones culturales del verbo); pero también como manifiesto, o cuando una amistad te muestra las cosas que le gustan, las que lo han formado, o como alguien que acapara el YouTube, o uno que llanamente se hace el interesante, pero es de buen gusto.
Cuando finalmente Morrissey apareció en el escenario, como era de esperarse, la audiencia se movió de un lado a otro violentamente. Se liberó la tensión y la expectativa. Una chica que había sacado su celular cuando en la pantalla salieron los Ramones y que lo guardó al cuarto video, y que volvió a sacarlo cuando cayó la pantalla con el inicio de “Suedehead” (clásico del Under, del Uta y aledaños) se vio imposibilitada para grabar y gritaba -No empujen. Lo hizo varias veces y alguien le respondió: -Pero querías venir a ver a Morrissey.
En otro momento un hombre de cabellera larga y amarrada en cola de caballo que abrazaba a su novia dio un par de codazos a un par de mujeres que empujaban sin razón y que parecían no ser asistentes del concierto. Yo me alegré que no fuera un concierto de Metallica.
Siguió “Alma matters” del veinteañero disco Maladjusted y luego “How soon is now” del Meat is murder, disco del 85. Hace 32 años. Seguido otro hit, “First of the gang”, y luego algo de su disco más reciente, “Kiss me a lot”. Y todo se puso en calma. Cinco canciones de las cuatro distintas décadas en las que ha estado trabajando el buen Moz. Un paso de la euforia a un llano en el que uno podía ya a dedicarse a escucharlo y verlo actuar en el escenario.
Morrissey es un defensor del patetismo, es azotado entre los azotados, y tiene inclinación a lo crooner. Entrega y transmite cuando canta, siente. Es verdad que no salió de manicomios, ni fue albañil ni vendió drogas como la bola de desharrapados que eran los Ramones, pero igual siente, e igual le gustaban las canciones Doo Woop. El dolor iguala, el dolor no se denigra. Si intentas romper mi espíritu no servirá porque no hay nada que romper, canta en “Speedway”. Vienen más temas del último disco, “La paz mundial es un asunto que no te concierne”, como traduce el tecladista de la banda cuando canta el tema homónimo, otros más de esa grabación en el concierto son “Istanbul” y “The bullfghter dies”.
Sabedor de lo que viene, el buen Patrick advierte que quiere oír al público y que va oirlo, inicia “There’s is a light”. Sigue “Ouija board” y luego “Meat is murder”. Las luces en rojo y en la pantalla del escenario, en la que se han transmitido imágenes fijas en la estética Smith y videos de abuso policial en la canción “Ganglord”, se proyecta un crudo video de distintos mataderos.
Tras esto por qué no cantar “Everyday is like sunday”, en el coro donde debe decir is silent and grey él canta: Tell me cuándo cuándo. Interpreta “Let me kiss you” y no se quita la camisa, sólo lo simula, llega “Jack the ripper” y el escenario se llena de humo, luego la viejita “You’re the one for me fatty”, otro cover a Smiths “What she said”, y “You haved kill me”.
En todo el concierto hubo varios cambios de camisa, mismo modelo distinto color, hubo sofocados, piernas acalambradas, gargantas roncas y emotividad. Morrissey regresó al encore para hacer “Judy is a punk” de los Ramones. El concierto inició y acabó con ellos. Aunque cueste trabajo creerlo, Morrissey fue una especie de punk en su época.
Al final, tomando una coca-cola con hielo, esperando a mi prima en el punto convenido, unos weyes dicen a espaldas mías: Pinches rucos están locos. Y sí.