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Postal 39. El destapador de otros mundos

- Por: helagone

Por Erika Arroyo
@WooWooRancher
Postal39Vuelta
La punta de un bolígrafo está a punto de convertirse en una jeringa, se alista para inyectar color a letras que se imprimen en el papel, brotan de la cabeza para apoderarse de la mano y no seguirse oscureciendo con el tiempo en el sótano de los deseos reprimidos.
El mensaje va esculpiéndose y cobrando la forma de una carta, los dedos reciben órdenes, van tomando un dictado a partir de una serie de palabras que sobre la marcha están siendo elegidas y que pronto habitarán un sobre.
¿Cuándo fue la última vez que escribieron una carta? Bienvenidos a #Postales, esta noche transmitimos desde una oficina de correo.


Han caído en el buzón nocturno una forzada postal de cumpleaños y una carta de algún soldado que aprovechó su descanso para inaugurar un encuentro vital. La correspondencia es ese barco que al transitar entre islas las va curando de su soledad.


Los ancianos han jubilado sus resecas lenguas para encargarse únicamente de escribir dentro de los límites de los espacios destinados al mensaje, son sus nietos quienes humedecen los timbres e introducen las cartas con sus diminutas manos por la ranura del correo local.

De nuevo una carta para Rosalba del Campo enviada por un tal Raymundo Mondragón, uno de esos recurrentes seudónimos con los que la viuda del señor Pérez siembra de pobladores su abandonado corazón.


El correo certificado no brinda ninguna seguridad a los amantes que han encontrado en el intercambio de cartas disfrazadas de recibos y oficios el pasadizo escondido que conecta sus suspiros.

Con un afecto genérico, Lydia ha enviado desde Nueva York una postal a su hermana en el Estado de Morelos.
“Cata:
Hoy salimos para Washington para ya irnos de regreso para esa (sic).
Ya te diré de otro lugar más o menos cuando lleguemos.
Saludos a mamá.”
El sello postal le costó dos centavos de dólar.


Al reverso de algún boleto, sobre un ticket de compra, en hojas pequeñas, cuadriculadas, blancas o a rayas. Cada carta o postal es el destapador de otros mundos.

Algunas de las cartas que no llegan a su destino terminan en el saco del extravío. Las que incluyen remitente se aferran a las anónimas, temen ahogarse en mares de llanto al volver a las manos de quien las escribió.

En ese intercambio de garabatos y letras de molde, vamos construyendo y demoliendo nuestras otras habitaciones, relatamos fielmente o con exageración para enganchar a quien nos lee, a ver si acaso con ello aseguramos alguna respuesta. En cada envío nos vamos un poquito entre los dobleces del papel y las orillas de los sobres, como las almas que viajan en balsa y que sin saberlo, desembarcarán tarde o temprano en la tierra del olvido.
Gracias por escucharnos esta noche. Hasta el próximo jueves.