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Postal 45. Andar

- Por: helagone

Por Erika Arroyo
@WooWooRancher
Acción y efecto de andar, de desplazarse utilizando los pies, uno detrás del otro, apoyando primero el talón y luego la punta de tal manera que la planta no flote y las rodillas no se accidenten.
¿Has intentado recrear la sensación de estar de pie por primera vez, de sostenerte erguido y, como dice el diccionario, de andar? Es muy improbable que recuerdes tus primeros pasos, a pesar de todos los inútiles intentos de tu madre por recrear imágenes tuyas de cómo te meneabas en pañales.
Quizá te has olvidado de ello porque quién carajos sigue viendo a estas alturas el acto de caminar como una hazaña. Esta experiencia se integró tan rápido a lo cotidiano que sólo en aquellos momentos en los que, como una aparición mariana, te desprendes de ti mismo te ves ahí, yendo. Pero, vamos, cuando te das cuenta de que has caminado tanto que se podría integrar la caminata a las unidades para medir el tiempo, comienzas a pensar en cuántas caminatas tienes.
Cada caminata tiene su propio paisaje sonoro o su soundtrack en caso de que se cuente con un reproductor de música o se tenga el gusto por encontrar melodía en los motores de los camiones viejos al entrar en contacto con las risas ruidosas de algunas señoras.
Ahora mismo escucho una. Un solo de risas en un concierto de tazas y té a dos manos.
Bienvenidos a la caminata de esta noche en Postales.

Dicen que caminar una hora diaria ayuda a bajar de peso. Lo vi en la tele, justo en la parte final del noticiero, donde una intérprete para sordomudos agita las manos.
A otros les funciona como espátula para remover pensamientos. El ratón de la cabeza girando en loop en espera de algún trozo de queso.


Una vez tomé la decisión de perderme de rostros para concentrarme en los pies. El mentón hacia abajo y la mirada dirigida al piso me hicieron chocar contra un árbol. Antes del incidente, me encontré un peso, cuatro mierdas de perro (una de ellas con el sello de una marca de tenis impreso en plenitud), un pañuelo, zapatos gastados rebasándome, la misma esquina en la que me había encontrado aquella moneda. Anduve en círculos un rato. Fue el choque de mi frente contra el tronco de un eucalipto el que me vino a rescatar.


Los pies se adormecen, se sigue avanzando, pero con dificultad. ¿En qué momento ser peatón porque no se tiene de otra es considerado un delito? Nos arrastramos como fantasmas por las calles, cargando bultos a cuestas con los que sostenemos relaciones simbióticas.
Que los juanetes de Cristo nos tengan en su santa gloria.

Nuestro andar nos convierte en aspiradoras. Olores, sonidos, imágenes, miradas, todo a nuestro paso va siendo atrapado. En el fondo se han quedado varios recorridos por las callejuelas empedradas de nuestro inconsciente. Muchos de ellos serán olvidados o se mezclarán con el polvo de otros tantos. Quizá convenga cambiar el filtro.


Tengo por lo menos tres rutas trazadas con tiza en el papel tapiz de mi memoria. Las separé de sus fechas, pero conservé los pormenores. En la última caminata, a las 6 de la mañana de un domingo, un club de señoras obesas vestidas de rosa se preparaba para tomar una clase pública de aeróbics. Me moría de frío, pero en todo momento me negué a admitirlo. Me senté en una banca de Reforma a esperar que el efecto del café que me bebí aminorara. Me pude haber quedado ahí. El resto del día. Incluso algunos días o meses más. De vez en cuando le doy play y le pongo pausa. Cada que lo recorro mentalmente encuentro banquetas por las que no caminé.


No voy en auto pero me traslado. Voy de un punto A a un punto B, luego a uno C y de regreso. En el roadtrip peatonal deshebro la madeja, la sigo y luego la dejo de seguir como los gatos. Al final no importa el camino sino el viaje.