Por Erika Arroyo
@WooWooRancher
Interrumpimos abruptamente pero con cadencia el habitual curso de sus días para abrirle un espacio a los fabulosos, inabarcables e interminables 60. Saludos desde algún montoncito de tiempo, donde los sueños aún usan el gafete de la modernidad.
Como si alguien diese play a los anillos de Saturno, multiplicados al infinito se despliegan hula hulas que giran alrededor de cinturas de avispa con un alucinante ritmo.
Los ojos como un felino se encienden junto a largos cigarros. Bocanadas de rebeldía brotan entre gomas de mascar.
Chamarras de cuero y lustrosas motocicletas se han convertido en efectivos vehículos de suspiros y aventones al ego.
Los golpes de la máquina de escribir acompañan al ejército de dedos con manicure perfecto. Manuales de mecanografía de colores brillantes y simulacros inverosímiles que retan la destreza humana. En el escritorio de alguna academia de secretariado alguien se frota las manos con el jugoso fruto del entrenamiento administrativo. Señoritas y señoritos del mundo, sonriéndole a sus futuros jefes de gabardinas gigantes y sombreros aterciopelados.
Flequillos juguetones enmarcan miradas seductoras detrás de revistas de moda y guías parisinas, las cafeterías son cuartos de ensayo para las versiones locales de Anna Kareninas.
Durante el día, los popotes rayados son elevadores de soda. De noche son cerbatanas para distraer a los más apretados en algún hoyo funky.
El catálogo tiene lo necesario para acompañar rostros que suben y bajan, pies que se deslizan por el piso como cuadros de mantequilla en la sartén. La rockola es como un nuevo altar que se congratula ante tremendas ofrendas a go-gó .
Los autocinemas se llenan de parejas en lanchas sobre ruedas donde se come mucha palomita y se grita con mucha fuerza al cácaro cuando la imagen se escapa de la pantalla.
Gracias por sintonizar esta radio con mucha onda.