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#SoundAndVision. El Mechón: Una vía de una sola vuelta

- Por: helagone

Por Aldo Rosales
@AldoRosalesV
El Mechón“, interpretada por la Banda MS, es una canción compuesta por un par de estribillos repetidos, una y otra vez, sobre una pista de corte más bien rítmico, harto bailable (para los que gustan de ese tipo de música que, aclaro, no me agrada, pero tampoco desdeño o menosprecio) y que, a primer golpe de oído, parece no tener mayor significado. Sin embargo, hace ya un par de años, durante un viaje de camino al trabajo (una tienda de abarrotes que tenía mi mamá en un municipio lleno de familias que se sustentaban por las remesas) el significado me llegó de golpe. Me sorprendí de haberlo tenido tanto tiempo frente a mí (o sobre mí, porque la música flota) y no haber sido capaz de notarlo. Me confundió, en primera instancia, que al tratar un tema tan común en la música de banda y grupera (Los tigres del norte, entre muchos otros, abordan comúnmente este tema, en canciones que llevan un tono melancólico y triste) lo hicieran a un ritmo tan festivo, tan alegre y, en segundo lugar, que hubieran logrado expresar tanto con tan pocas líneas que, debido a la brevedad, me permito reproducir.

Mamá, el mechón
Préndeme el mechón
Mamá, el mechón
Préndeme el mechón.

Mamá, préndeme el mechón
Que me voy pa´la Asunción
Préndeme préndeme el mechón
Que me voy pa´Nueva york
Préndeme préndeme el mechón
Que me voy para Obregón.

Las líneas, sin bien un tanto simples al primer acercamiento, en realidad contienen (me inclino a creerlo así) un breve y claro mensaje: donde los actos humanos ya no tienen cabida (o peso) se cede el poder, el control, a fuerzas divinas, protectoras, a las que se pide intervención, consuelo, fuerza, a través de una ofrenda, en este caso una veladora, un mechón.

Hay, en la festividad de la petición misma, una aceptación del destino, del curso de las cosas. No es una canción, como ya lo dije, melancólica o melodramática, sino más bien una pieza que parece celebrar la partida, resignarse a ella: acogerla.

De ello desprendo algunos puntos, contenidos, sin saberlo o quererlo, en la melodía:
1.-A donde no pueden llegar nuestras manos, nuestros cuerpos, nuestras palabras, enviamos a Dios. Ya sea para que cuide a los que se quedan, a los que se van, o a los que no sabemos si volverán. La madre, al no saber qué pasará con el hijo que parte al otro lado de la frontera, cede la custodia, la protección del mismo, al Dios en el que ambos creen. Ambos, de igual forma, entienden —y aceptan— que la vida, o la muerte, no es algo que esté en sus manos.
2.-El fenómeno de la migración, en México y América Latina, es una herida abierta, supurante, que se intenta cauterizar con el fuego de las veladoras. Es, sin embargo, y de manera paradójica, algo tan natural, tan cotidiano, que en ocasiones no se le aprecia con tristeza, como en este caso.
3.-Un camino a oscuras, a ciegas: eso es el paso de México hacia Estado Unidos. Las veladoras de las que se quedan iluminan, o tratan de iluminar, ese camino ignoto; una vía de una sola vuelta.
4.-Hay, en el imaginario del mexicano que parte, una homologación de todo el territorio más allá de sus fronteras; poco le importa al que parte si es a Nueva York, Asunción (territorio que, desconozco, si pertenece a Estados Unidos) u Obregón (territorio mexicano). Para él, allende su tierra, todo es “el otro lado”: la oportunidad.
5.- El fuego como elemento conciliador-comunicador con los dioses se hace presente. Si según la mitología griega el fuego es lo que Prometeo robó a los dioses para ayudar a los humanos, es decir, para levantarlos de la precariedad, el fuego —el mechón— es, en este contexto de la canción, lo que ofrenda la madre que se queda al dios omnipresente, para que cuide al que se va. Prometeica es también la angustia de los que ven partir, que se regenera cada noche.
6.- La preponderancia de la figura materna en la mente del mexicano. La petición mayor, última, de salvaguardar la vida o, en todo caso, de interceder ante la deidad que puede hacerlo, se encarga a la madre, a nadie más.

Al hablarlo con un par de amigos (quienes, debo aclarar, no gustan de este género musical) me encontré con un cierto escepticismo: se negaban a creer que un mensaje tan firme pudiera estar contenido en esta canción. Es cierto: el sincretismo que parece haber logrado esta agrupación (hermanar un tema tan serio, tan triste para muchos, con un ritmo contagioso y un estribillo igualmente fácil de adoptar) es cosa de no creerse a la primera. Sin embargo, como ya dije, me inclino a creer que así es.
Quizás el mensaje final de la canción es (y esto se logra a través del ritmo, desacralizado, arrebatado del pedestal de solemnidad con el que usualmente se trata estos temas) que la vida y la muerte son dos lados de un mismo fenómeno luminoso, luz y oscuridad; estar de un lado o del otro de la llama del mechón. Y que ante la muerte no queda más que celebrar la vida.