TODO MENOS MIEDO

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#TrenSuburbano. Usted no lo va a creer

- Por: helagone

Por Aldo Rosales
@AldoRosalesV
Mi hermano nos platica que ayer, cuando mamá y yo salimos por la despensa, vio a un par de mujeres con un perro pequeño en las manos. Su actitud era sospechosa, nos dice, yo creo que lo iban a abandonar. Así que no nos sorprendería ver, en un par de días, un nuevo perro callejero por aquí. No tuvimos que esperar días: hoy en la mañana, cuando salí a hacer bicicleta, lo vi, escondido bajo una estructura de metal a orillas de la calle, tembloroso, con la mirada fija en el lugar por donde, estoy seguro, se fueron esas mujeres. Lo intenté agarrar pero chilló. Luego de un par de intentos se dejó agarrar y lo cargué hasta mi casa, y aquí estamos. Chilla, mueve la cola y se devora las croquetas que le puse en un recipiente de crema. Mi perro lo mira desde arriba de las escaleras, con extrañeza. Déjalo, le digo en broma, tú tienes todo y él no tiene nada, no seas envidioso. Pero es cierto, también en los perros hay clases, estratos.
Hace una semana, en el estacionamiento de un Aurrera, vimos una perra con las patas desolladas y el hocico sangrante. Se escondía bajo los autos, porque de seguro el sol le ardía en la carne. Estaba asustada y en sus ojos había duda; seguramente, como el perro que ahora come y chilla al mismo tiempo, seguía esperando a que volvieran por ella. Una amiga mía, veterinario, me ayudó a rescatarla; ahora la perrita está en tratamiento, se llama Canela y espera quien la adopte. Sarna, fue el diagnóstico, pero se salvará, va a vivir; no sé si eso sea una buena noticia, a veces la vida parece ser un castigo.
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Qué vamos a hacer con él, dice mamá mientras vemos al perro comer un segundo plato de croqueta, aquí no se puede quedar. Pensamos en dejarlo afuera, que viva en la calle, junto a la casa, e instalar ahí una casita y darle alimento. No sabemos. Aquí no pasa la perrera, no se lo llevarán.
La perrera. Camionetas viejas, con reja oxidada, que huelen a excremento, orina, sangre. Algunas tienen una estampa graciosa, de un perro antropomorfizado que levanta el pulgar derecho. Similar a los puestos de carnitas donde el puerco sonríe dentro del cazo. La perrera. Los perros parecen detectarla, tratan de huir pero no saben cómo: una ciudad les ha crecido alrededor, con carros y puestos de metal; laberinto del que nunca lograrán salir. Los empleados bajan del vehículo y lazan a los animales con precisión que asusta. El aire entonces se llena de tensión, de miedo, de angustia. Hay perros que se rinden, que no intentan huir, sólo se arrinconan contra una pared, quizás saben que la muerte ha despertado dentro de ellos y la esperarán con resignación. Una vez vi una camioneta de ésas llena de perros, sus aullidos ensuciaban el aire. Al lado, en un carro rojo, moderno, un pastor inglés asomaba la cabeza por la ventanilla; gracioso.
El perrito se queda dormido bajo la escalera. Mi perro lo intentó montar un par de veces y luego se dio por vencido. Algo similar pasa en las calles, donde los niños se hacen niñas y las niñas se hacen mujeres así como si nada. Se es más animal en la calle. Ahora sí, salgo a andar en bicicleta. No es que antes no pasara, sino que ahora me doy cuenta, me fijo más: las calles están atestadas de perros. Algunos saben andar por la banqueta, saben obedecer los semáforos y hasta usar los puentes peatonales. Pero otros no, otros tratan de atravesar las calles cuando el semáforo está en verde, y uno los ve esquivar uno o dos carros. Si hay suerte, si la hay, no veremos el momento exacto del error, sólo veremos, al volver de la escuela o del trabajo, un cuerpo tendido en la orilla de la calle, con una mortaja de cal. Y eso, claro, si no los embadurnan en el concreto poco a poco.
Cuando regreso del paseo, el perrito ya está despierto. Mi hermano me dice que un amigo suyo se ha ofrecido a adoptarlo. Me alegro, me siento bien que hoy, al menos él, estará bien. Tendrá un terreno grande, comida suficiente y morirá de viejo. Pero luego pienso en el otro lado de las cosas: por uno que se salva, cientos, miles más, mueren en las calles, bajo los autos, en las perreras municipales. Usted no lo va a creer, decía una canción que mi hermano escuchaba, pero hay escuelas de perros. Es cierto, algunos perros van a escuela, duermen en camas especiales, reciben acupuntura y masajes, comen filete mignon con alto contenido proteínico. Otros hurgan en la basura, comen desperdicio o, en algunos casos, excremento. Ellos también tienen clases sociales, parece. Perros pobres, perros abandonados, perros ricos, perros muertos de hambre, con las costillas tatuadas en la piel.
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Antes que anochezca, caliento agua para bañar a mi perro, lo hago con una resistencia en un bote de plástico; estos aparatos gastan mucha energía. Si contara todas las veces que lo he bañado resultaría que he gastado cientos, miles de kilowatts, no sé. Hoy por la noche, mañana, todos los días, cientos, miles de perros también recibirán cientos, miles de kilowatts, pero no en dosis pequeñas, sino de un solo golpe, para acabar con todo, mientras otros perros duermen dentro de una casa.
Mañana vendrán por el perro, por eso no le he puesto nombre, porque un nombre borra el anonimato. Por eso los perros callejeros deben llamarse así, perros callejeros; por eso los niños de la calle deben llamarse sólo así, niños de la calle. Un nombre tiene vida, los números no.