por Diego Castañeda
@DiegoCastaneda
“Pronosticar es difícil, sobre todo el futuro” dice la famosa frase de Niels Borh, popularizada por Yogi Berra, que en los últimos meses debió volverse el lema de encuestadores, mercados de apuestas y agregadores de preferencias en general. La discrepancia entre los pronósticos y los resultados en el caso de Brexit y ahora de Trump deben obligarnos a pensar con más profundidad en qué se ha fallado.
Una primera causa, pero quizá no la más importante, es técnica. Los modelos probabilísticos empleados por la industria de la predicción, por medios como FiveThirtyEight, PredictWise y otros, parecen no haber seguido un proceso riguroso de actualización de los datos y por tanto todo el tiempo estimaron incorrectamente las predicciones, error que primero notó Nassim Nicholas Taleb y motivó un debate sobre si los elementos fundamentales del entendimiento de la probabilidad eran comprendidos por dicha industria.
Quizá más grave que lo anterior, otra causa para las fallas de los pronósticos es la hibris en que los científicos sociales hemos incurrido al asumir las causas de por qué las personas votan o no. La academia cometió el error de elaborar demasiados supuestos y confiar demasiado en modelos teóricos que tenían poco sustento en la realidad; el defecto es fundamentalmente de formación por la tendencia que se existe a la formulación de modelos matemáticos sofisticados que sacrifican realismo por elegancia. Paul Krugman, refiriéndose en otro contexto a los economistas y las fallas de nuestros modelos, decía que “confundimos la belleza con la verdad”. Tanto en el Brexit como en la elección presidencial de Estados Unidos parece que la confusión estuvo ahí, que confundimos la ciencia con el cientificismo, la realidad con los supuestos.
Desafortunadamente muchos sujetos, incluidos varios analistas, no se han dado cuenta de la naturaleza de estos errores, siguen suponiendo que es posible explicar estos fenómenos con lugares comunes como “la estupidez humana” cuando hay muchos fenómenos más complejos ocurriendo en muchos niveles. Las razones por las que el electorado ha decidido por Trump siempre han estado a la luz enfrente de todos, sólo que se ha optado por obviarlas.
Desde la elección presidencial de 2008 en la que Barack Obama derrotó a John Maccain, la división en la sociedad estadounidense fue creciendo a niveles no vistos en todo el siglo XX, el encono en la sociedad la partió en dos y el juego perverso republicano en el congreso alimentó la disputa al paralizar el gobierno en muchos asuntos vitales como el presupuesto. El gran éxito de Obama, el Obamacare, le costó la mayor parte de su capital político, y también galvanizó a sus detractores. Si sumamos la indignación con un modelo económico que ha dejado muchas personas excluidas, el hartazgo hacia la élite política del país a esta división, no es difícil ver las condiciones naturales para que una reacción de los grupos más conservadores encontrara tierra fértil.
Incluso si somos conscientes de lo anterior, y habiendo sido pronosticado por muchas personas durante años, no miramos a la opinión de la ciudadanía, los expertos siguieron mirándolos con desdén, como si fueran parte de un mundo inexistente, sin considerar que, por más errónea que su percepción del mundo pudiera ser, era real simplemente porque era parte de la forma en que estos grupos de personas experimentan su vida.
Pollsters now less popular than economists pic.twitter.com/BKba6PffQN
— William Easterly (@bill_easterly) 9 de noviembre de 2016
Una lección que debemos entender, si no deseamos continuar siendo sorprendidos, es la de prestar atención a las personas, no asumir qué harán con base en teorías como la del votante medio, la elección racional o la agregación sin sentido de preferencias. Lo que hace falta es volver a hablar con la gente, entender su entorno socioeconómico, las expectativas de vida a las que se enfrenta, su contexto, sus emociones; no porque lo que hemos aprendido de las distintas disciplinas de las ciencias sociales sea incorrecto o no tenga valor, sino porque el mundo humano es más complejo y en la sobre simplificación perdemos información vital para entenderlo.
Días antes de la elección, mis padres sentían que Trump podría ganar, yo insistía en que la posibilidad existía pero no era probable. Ellos, sin ser científicos sociales pero teniendo un entendimiento de la sociedad al leer a los mismos expertos que yo leo y por las conversaciones que tenemos, nunca pensaron que otro resultado fuera más probable. La razón es muy simple: ellos se permitieron entender que la política es también sentimiento y que en Estados Unidos el enojo y el desencanto estaban más presentes que lo que cualquier encuesta podía medir o modelo pronosticar.