Por Israel Pompa-Alcalá
@thesmallestboy
Hace algunos ayeres, en una clase de sociología política, quien esto escribe, recibió una dura lección: absolutamente cualquier movimiento disidente acabará, de una u otra manera, transformado en una nueva institución. Los ejemplos abundaban, así que el asunto de la revolución era justamente postergar su devenir institución.
Lamentablemente, en el ADN de la política mexicana todo se institucionaliza a la velocidad de una sopa Maruchan, porque eso es lo que nos ha legado el yugo priísta. Como si fuera una maldición gitana, todo intento de sublevación social de inmediato se sacraliza, se convierte en un tótem y entonces olvida sus raíces para quedar convertida en una nueva institución, en un nuevo “deber ser”.
Y justo eso es lo que le pasó al movimiento #YoSoy132, uno de los mayores fracasos en términos políticos de la juventud mexicana. Veamos por qué.
Primero, dejó escapar una coyuntura pocas veces vista en nuestro país: un gran hartazgo social combinado con, posiblemente, el momento de mayor cultura política en nuestro país. En el 2012 hasta en el camión se platicaba de lo que acontecía en el terreno político mexicano, sobre todo a partir del incidente de Peña Nieto en la Ibero y sus constantes tropezones a partir de eso. La cosa era clara para el grueso de la población: la pelea real estaba entre E Pe eNe y el Peje. Todo se trataba, entonces, de convencer a los no convencidos de evitar el regreso del PRI a la presidencia. Lo que ocurrió fue una serie de prejuicios sobre una masa a la que se suponía imbécil, pues todo el argumento del 132 se redujo a “es que son unos idiotas envenenados por Televisa” o “la televisión no los deja pensar, por eso se emboban con una estrella de la televisión”. Ante la oportunidad, el 132 decidió presumir su “superioridad” intelectual sobre la torpe sociedad mexicana en lugar de convencerla de los peligros de un PRI otra vez en el poder.
Segundo: hizo notable el snobismo de las clases medias. De inmediato gente de la UNAM, la UAM y el Poli desprestigiaron el movimiento porque “esos chavitos fresas de la Ibero nomás están jugando a la revolución“. Otra vez, la solemnidad de lo institucional sobre el bien común: MI causa es más causa que TU causa, porque yo llevo en esto desde el zapatismo, goeeeeey. Unos se sintieron con mayor derecho que otros de representar esta nueva causa justa, porque ellos SÍ sabían cómo se hace una revolución, ellos SÍ conocen cómo se maneja un movimiento social, ellos SÍ son los legítimos herederos de otras causas y no la niñada fresa.
Tercero: quiso, como buena institución, imponer sus reglas al resto de la sociedad. Uno de los momentos más álgidos del movimiento se dio cuando pasaron un partido de la selección mexicana a la misma hora que el debate presidencial. Sí, es cierto que los medios institucionales realizan este tipo de cosas a propósito, pero ¿cómo reaccionó la juventud diferente, la juventud pensante, la juventud crítica, la juventud alejada de la idiotizante Televisa? De la misma manera que el emporio: queriendo imponer, en cadena nacional, a todo mundo, el debate presidencial, el cual no aportó nada más que descalificaciones, fotografías de Peña Nieto en papel cascarón, Quadri mamándosela a China y el sexismo rampante de la política mexicana al poner una edecán con un vestido ceñido. El 132 quería que, como villano de James Bond, TODOS los canales se enlazaran para ver ese circo en vez del otro circo. ¿Por qué? Porque ellos, como buena institución, tenían la única y absoluta razón.
Cuarto: una vez pasado el huracán, vimos a algunos de sus dirigentes agarrar hueso en Televisa, a los disidentes progres de la UNAM mentando madres y el resto de la república harto del exceso protagonista de los habitantes de la capital. El 132, entonces, se murió de nada. De absolutamente nada. No fue la maquinaria en el poder, no fueron sus intensos debates internos, no fue la sociedad, no fue nadie más que el movimiento mismo quien se hizo el harakiri al no poder dejar de replicar las formas que tanto criticaba.
El #YoSoy132 hoy es historia, un recuerdo de lo que quiso ser, pero nunca pudo. Se quedó en buenas intenciones, en intento de generar un cambio… pero se conformó con vivir a la sombra de 70 años de hacer política, con rendirse ante el malicioso arte de convertir todo en una institución acrítica y solemne.
Y ante la incapacidad de sacudirse esa herencia maldita, no hubo más qué hacer.